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– Gracias, Viggo -dijo Hultin, que ya había llenado una esquina de la pizarra-. Nyberg, ¿y los enemigos comunes?

El imponente Gunnar Nyberg no parecía estar muy cómodo con el bolígrafo, enterrado en su enorme mano derecha.

– Esto parece ser una pista falsa -dijo escéptico-. No he encontrado a nadie que pudiera considerarse un verdadero enemigo común. Bien es cierto que los dos han pasado por la Escuela de Economía de Estocolmo, pero Strand-Julén tiene siete años más, así que no hay ninguna época universitaria común en la que centrarse; lo que es una lástima, pues creo que es en esa época cuando se ganan amigos y enemigos para toda la vida. Hace unos veinte años, Daggfeldt echó a patadas a un socio de ContoLine, la empresa que habían fundado juntos. El individuo en cuestión se llama Unkas Storm y di con él en una pequeña chatarrería en Bandhagen, gravemente alcoholizado. Seguía odiando a Daggfeldt con toda su alma y me dijo que cuando se enteró de su asesinato «había bailado encima de su tumba». Sin embargo, no conocía a Strand-Julén. Éste tiene una ex esposa, Johanna, a la que dejó sin un duro tras su divorcio en el setenta y dos. No se puede estar más consumida de odio que esa mujer; no obstante, se trata de un odio estrictamente personal. Ella deseaba con ansia, cito: «poder comerme su hígado antes de que quemen a ese hijo de puta; algo que, por cierto, deberían haber hecho mientras él todavía podía sentir las llamas asándole». He hablado con las familias, que lamentan en mayor o menor medida la pérdida, y he llegado a la conclusión de que Daggfeldt, pese a todo, es el más llorado de los dos. Tanto el hijo, Marcus, de diecisiete, como la hija, Maxi…

– ¿Maxi? -interrumpió Hjelm.

– Por lo visto ése es su nombre -dijo Nyberg haciendo un gesto de no saber por qué con las manos.

– Perdón. Es que el velero de Daggfeldt es modelo Maxi, por eso… Sigue.

– …Maxi, de diecinueve años, parecen echar de menos a su padre a pesar de que rara vez se le veía por casa. Su mujer, Ninni, encajó la pérdida con lo que podríamos llamar ecuanimidad. A propósito del velero, ella me preguntó si era posible venderlo ya. Le he dicho que sí. La misma palabra describe bien a la viuda de Strand-Julén, Lilian, o sea, ecuanimidad. Al parecer ya casi se había mudado del piso de Strandvägen, aunque el divorcio resultaba, según sus propias palabras, «out of the question». [14] Había visto lo que pasó con su primera mujer, la ya mencionada Johanna. Hizo ciertas insinuaciones sobre las inclinaciones sexuales de Strand-Julén. Dijo: «En comparación con San Bernhard, los pedófilos que van a Tailandia son ángeles de Dios». Ésta quizá sea una pista que merezca la pena seguir.

– Yo ya he empezado a tirar de ese hilo -intervino Hjelm-. Capítulo actividades de ocio, si es que has terminado.

– Sólo quería añadir que no he podido dar con los hijos de Strand-Julén: Sylvia, de treinta años, del primer matrimonio; y Bob, de veinte, del segundo. Por lo visto los dos están trabajando en el extranjero.

Hjelm tomó el relevo.

– Al parecer, el barco Swan de Strand-Julén era un yate de placer de lo más placentero. He hablado con uno de los miembros de su tripulación, que siempre estaba compuesta por chicos jóvenes y rubios, y se renovaba constantemente. No sé hasta qué punto queréis asquearos, pero tengo una descripción muy detallada de lo que pasaba en el barco.

– Grosso modo -dijo Hultin lacónico.

– Y «grosso» sí que es el modo. Él miraba y daba órdenes, creando pequeños tableaux vivants en los que los tripulantes debían permanecer inmóviles en pleno acto para que él pudiera dar vueltas contemplando la congelada escena; es decir, un chaval podía, por ejemplo, tener en el ano el pene de otro o algún objeto durante un cuarto de hora sin poder moverse hasta que Strand-Julén volvía a permitir la reanudación del acto sexual. Él nunca participó de forma activa, sólo hacía de domador; sin embargo, no parece haber ningún vínculo con Daggfeldt. Sigo buscando. Tengo algunas pistas para dar con el chulo.

– Holm y las amistades -siguió Hultin, cuyos apuntes ya cubrían una parte considerable de la pizarra. Iba reduciendo poco a poco el tamaño de la letra.

El sonoro gotemburgués de Kerstin Holm brotó y llenó la sala.

– Nyberg y yo nos hemos estado pisando el terreno todo el tiempo; en ciertos ámbitos, los amigos y los enemigos son difíciles de separar. Aun a riesgo de caer en un tópico, creo que puede afirmarse que la gente de este nivel social raramente hace amigos porque se caigan bien. Si es así mejor, claro, pero es más que nada un subproducto, una bonificación añadida. En resumen, uno hace amigos porque pueden serle útiles, por el tema del prestigio: para poder mostrar un amplio e impresionante círculo de amigos; por negocios: para extender su red de contactos (algo fundamental); así como por interés sexuaclass="underline" para poder contactar con las esposas, supuestamente insatisfechas, de otros. Mi impresión se parece mucho a la que ya tenía de la parte delantera de Suecia, o sea, de Gotemburgo: que los cambios de pareja, más o menos consentidos, son tan frecuentes que se puede hablar de una consanguinidad y bastardización considerablemente extendida. ¿Os parece que estoy exagerando?

– Sigue -dijo Hultin con un insondable laconismo.

– Ninni Daggfeldt ha insinuado algunas extrañas pero heterosexuales aventuras durante los viajes de su marido por todo el país y, sobre todo, por el extranjero: Alemania, Austria, Suiza. En casa, sin embargo, parece haber sido bastante monógamo. Y las vacaciones las pasaban en familia, sólo la familia, siempre en el famoso barco de vela. Como ya se ha comentado, la hija ha sido bautizada por el tipo de barco que ha estado en su posesión desde principios de los años setenta. El barco era sustituido por un modelo más grande cada tres años más o menos. Ninni odiaba, cito: «el repugnante cacharro», pero ponía al mal tiempo buena cara, y Daggfeldt le hacía siempre la misma broma en el barco.

Kerstin Holm hojeó el cuaderno.

– «Mucha ilusión pero mucho mareo, como todas…» -dijo Hjelm.

Ella lo examinó un instante con la mirada y prosiguió:

– Eso es. Así que Ninni ponía buena cara pero le asqueaba, y vuelvo a citar: «esa pringosa intimidad familiar que debía aparecer de repente como una carta en el buzón dos semanas al año, pero en ningún otro momento». Lilian Strand-Julén resulta aún más explícita. Gunnar ya ha contado lo de San Bernhard, y… ¿Paul, verdad? ha rendido cuentas de las aventuras del barco Swan con todo lujo de detalles. Naturalmente, podríamos plantearnos la idea de que las dos viudas, ahora libres y económicamente independientes para el resto de sus vidas, hagan lo que hagan, podrían haber contratado a un sicario, en cuyo caso toda la teoría del asesino en serie no se sostendría. El problema es que no se conocen. Tienen un montón de amigos y conocidos comunes (después de todo se mueven en los mismos círculos sociales) pero ellas no guardan ningún recuerdo la una de la otra. Según dicen. Seguiremos comprobándolo, por supuesto. Hay una tal Anna-Clara Hummelstrand, esposa de George Hummelstrand, director ejecutivo de Nimco Finans, que al parecer es íntima amiga de las dos. Ella se fue a Niza esta mañana, detalle de cierto interés quizá. Es posible que la señora Hummelstrand haya desempeñado el papel de una especie de intermediaria entre Ninni y Lilian. En resumen y para terminar, no les faltan motivos a ninguna de las dos, pero no existe una verdadera conexión entre ellas.

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[14] «Impensable.» (N. de los t.)