– Sí. Aunque mi madre se llama ahora Eriksson, Carla Eriksson. Era su apellido de nacimiento.
– ¿Y ese apellido lo ha adoptado usted también? ¿Y también ha cambiado oficialmente su nombre de pila?
– Sí.
– Pero su hermano sigue llamándose Carlberger, Andreas Carlberger. ¿Hay alguna historia detrás de ese cambio?
– Pues no sé. Supongo que me siento más próximo a mi madre, simplemente.
– Usted es doctorando de Sociología en la Universidad de Lund. ¿Es marxista?
Willy Eriksson se rió.
– Si fuera así, sin duda no tendría necesidad de hacerme esa pregunta.
– ¿Había algún conflicto ideológico entre usted y su padre?
– Quizá pudiera llamarse ideológico, aunque hay que tener un poco de cuidado con el empleo del concepto de ideología. Lo que quiere saber, y supongo que es mejor que le ahorre el camino, es si yo odiaba al pobre Nils-Emil. La respuesta es no. No había odio.
– Ni odio ni dolor por su pérdida.
– Eso es.
– Hábleme de él. ¿Cómo era? ¿Se trataba del típico capitalista? Sociológicamente hablando.
– Con qué elegancia conduce la conversación a mi propio campo. Touché. Abre el pico al cabrón.
– Déjelo ya. Si realmente quiere acortarme el camino, entonces écheme una mano. Esto sólo nos roba un montón de tiempo que no nos sobra a ninguno de los dos.
– Si es que existe un «típico capitalista, sociológicamente hablando», entonces sí, creo que él lo fue, sí. Una infancia materialista y marcada por una excesiva disciplina con esporádicas visitas de una figura paternal autoritaria. Nada nuevo bajo el sol. Nada de abrazos. Tampoco nada de violencia física. Todo giraba en torno al dinero y su brillo. Andreas, yo y mi madre formábamos parte de ese brillo. Andreas algo más que yo, y yo algo más que mi madre. Ella era demasiado gris y anodina para brillar, por mucho que él la puliera; y yo, por mucho que busco unos rasgos reconciliadores, o al menos individuales, no los encuentro. Lo siento.
– Soy yo la que lo siente. ¿No tenía intereses un poco más originales que pudieran ofrecer otra imagen de él?
– La verdad es que yo también me he hecho esa pregunta. Cuando yo tenía diez u once años, un año antes del divorcio, con la casa convertida en un auténtico infierno, quise saber qué era lo que hacían en su fábrica. Él se rió y me contestó: «dinero». Supongo que yo esperaba que se ocultara algo gracioso, reconciliador si quiere, tras esa acumulación de dinero: condones u osos de peluche, o rascadores de espalda o mondadientes, lo que fuera; pero se trataba de un grupo exclusivamente financiero, de principio a fin. No hay mucho de cómico que digamos en el dinero.
Hjelm se cansó y adelantó la cinta un buen trecho. Vibró una voz femenina que dijo:
– Pero Kuno, ése sí que era un verdadero hombre de familia.
Hjelm rebobinó hasta el inicio de la conversación:
– Allô -chisporroteó una indolente voz masculina.
-Madame Hummelstrand, s'il vous plait [20] -dijo Kerstin Holm.
Durante un rato no percibió más que interferencias, hasta que muy lejos, al fondo, se oyó una enojada voz femenina: «Touche pas le téléphone! Jamais plus! Touche seulement moi-même!». [21] Al final esa misma voz dijo al teléfono enérgicamente:
– Allô!
– ¿Es usted Anna-Clara Hummelstrand, esposa de George Hummelstrand, director ejecutivo de la empresa Nimco Finans?
– ¿Quién pregunta?
– Kerstin Holm, de la policía criminal nacional, la llamo desde Estocolmo. Es por los asesinatos de Kuno Daggfeldt y Bernhard Strand-Julén.
– Bueno, bueno. ¿Así que una agentinne, n'est-ce-pas? [22]
-C' est peut-être le mot juste, madame [23] -replicó Holm con voz gélida-. Quiero informarle de que esta llamada está siendo grabada. Empiezo: conversación telefónica con Anna-Clara Hummelstrand en Niza, 2 de abril, 17.02.
– ¡Yuju! -soltó Anna-Clara Hummelstrand, y no fue hasta entonces cuando quedó claro que estaba bastante achispada-. On dit peut-être agentesse [24]…
– Tal vez es mejor que la vuelva a llamar después de Lützen [25] -dijo Holm.
– ¿Después de qué?
– Cuando la niebla se haya levantado.
-Croyez-moi, une agentesse humouriste! -vociferó Anna-Clara Hummelstrand-. Tirée! Tirée, ma amie! Immédiatement! [26]
– De acuerdo, haremos un intento. ¿Es cierto que usted tiene una relación de amistad relativamente íntima con Ninni Daggfeldt y Lilian Strand-Julén?
– Todo lo íntima que pueda ser. Intercambiamos información sobre nuestras visitas al ginecólogo. Así se define el grado de profundidad de la amistad femenina. Tout à fait.
– ¿Ellas se conocen?
– ¿Ninni y Lilian? No directamente, una intenta mantener separadas a sus amistades, à ma honte [27] Para que no tengan ocasión de juntarse e intrigar. Pero se conocen por los cotilleos, claro.
– ¿Y los esposos?
– Bueno, ninguna de mis queridas amiguitas lo ha tenido fácil, las pobrecillas. No supieron meter en cintura a sus señoriítos, como yo. La situación de Lilian era bien conocida por todos. El capitán Bernhard y sus grumetes, ya me entiendes. Si ella le ha quitado de en medio, tiene mi pleno apoyo. Lilian se había ido de casa con el pleno apoyo de él, aunque el divorcio era algo que estaba, como ella siempre decía, «out of the question». Ya sabemos lo que pasó con nuestra querida Johanna. Además era un arreglo que le convenía a Bernhard. Pero Kuno, ése sí que era un verdadero hombre de familia. Ni una sola aventura que yo sepa, y lo que yo no sé no merece la pena saberlo, que lo sepas, ma petite. En cambio, trabajaba una barbaridad. Más que Bernhard, de eso estoy bastante segura. Apenas pasaba por casa.
– ¿Aun así tenía tiempo no sólo para jugar al golf sino también para formar parte de una orden?
– Bueno, lo de la Orden de Hugin o de Mumin, [28] o como sea que se llame, ¿no te parece una monada? George también es miembro. Me ha contado sus rituales, cómo se visten con máscaras de dioses nórdicos y unos abrigos muy raros, y se entregan a auténticas bacanales. Hace mucho que no se entrega a una bacanal conmigo, te lo aseguro. Ahora me las tengo que apañar yo misma. Pas vrai, Philippe? Dice que sí con la cabeza. Pero al fin y al cabo creo que consideran tanto el golf como la orden como un trabajo; si no me equivoco, el bueno de George, mi querido caballero andante, mi propio matadragones, incluso lo computa como horas de trabajo.
– ¿Ha oído hablar a George acerca de algo que se llama la Orden de Skidbladner?
– ¡No, Dios mío! ¡Suena horripilante!
– ¿Cómo se enteró de las muertes de Daggfeldt y Strand-Julén?
– Mi marido me llamó anoche. Me pareció un poco alterado, mon grand chevalier.
– ¿Tenía negocios en común con ellos?
– Yo nunca me he interesado por los negocios de George. Mientras haya dinero en la cuenta estoy feliz. Horrible, ¿a que sí? Debo de ser el típico objeto de odio para luchadoras feministas como usted, señorita Holm. Pero bueno, ahora veo que mi querido Philippe se está preparando para otras actividades. Señorita Holm, ¿ha visto usted alguna vez una magnífica polla gala de color oliva empalmarse desde un estado de absoluta flacidez hasta otro de perfecta rigidez en el transcurso de un maravilloso minuto de un lento y prolongado crecimiento económico? Le aseguro que afecta a la capacidad de una para mantener conversaciones con mujeres policía de Suecia. Mais Philippe! Calmons!
[20] «Con la señora Hummelstrand, por favor.» (N. de los t.)
[21] «¡No toques el teléfono! ¡Nunca más! ¡Tócame sólo a mí!» (N. de los t.)
[22] «¿Así que una agentita, ¿correcto?» (N. de los t.)
[23] «Ésa podría ser la palabra, señora.» (N. de los t.)
[24] «Quizá se dice agentisa.» (N. de los t.)
[25] En 1632 tuvo lugar la batalla de Lützen, en la que perdió la vida el rey sueco Gustavo Adolfo II a causa de la densa niebla que envolvió el campo de batalla. (N. de los t.)