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Ni un solo movimiento en el cuartel general del alto mando.

– Vale. Más de cincuenta palabras y haré la señal de tiempo muerto. ¿Holm?

– Un montón de declaraciones, nada relevante. Pequeñas pistas que hay que investigar.

– Extraordinaria concisión. ¿Hjelm?

Hjelm bajó la vista a su cuaderno. Ahí tenía apuntada una serie de nombres: Lena Hansson, George Hummelstrand, Oscar Bjellerfeldt, Nils-Åke Svärdh, Bengt Klinth, Jakob Ringman, Johan Stake, Sonya X. Tachó el último nombre de la lista y dijo:

– Ni una mierda.

– Un poco más preciso, por favor.

– Nuestras tres víctimas, sólo esos tres y nadie más, jugaron al golf juntos en una única ocasión, durante el otoño del noventa. Si la serie de asesinatos no continúa, sería una interesante pista. Y si Kerstin no ha pensado en ir a por el marido de Anna-Clara Hummelstrand -la amiga de las viudas-, un tal George Hummelstrand, entonces, yo me encargaré de él.

Kerstin Holm se encogió de hombros de manera ambigua. Hjelm intentó comprender el significado del gesto mientras seguía:

– Hummelstrand es uno de los eslabones que queda de la pista de la Orden de Mimer. Luego estoy buscando al chulo de Strand-Julén, un tal Johan Stake. Pensaba acompañar a Nyberg de excursión por el mundo del hampa para localizarlo. ¿Cuántas palabras llevo?

– Unas setenta. Vale, acompaña a Nyberg. ¿Nyberg?

– El día de ayer fue de estrecha colaboración con la policía de Estocolmo. Cotejamos una serie de bases de datos y dimos con unos cuantos suecos de dudosa reputación que podrían haber tenido contactos rusos. También hablé con unos cuantos individuos ya condenados en distintas cárceles; se mostraron todos muy callados al amparo del trullo. Hjelm y yo nos encargaremos hoy de los nuevos: gente de bares, gimnasios, tiendas de vídeos y sitios por el estilo.

– Muy bien. ¿Norlander?

El prudente Viggo Norlander se pasó la mano por la calva con flema y dijo:

– He contactado con las aduanas por el tema del contrabando de la ex Unión Soviética y, en principio, no he encontrado nada. Parece ser que nunca se puede rastrear al remitente, pero tengo algunos destinatarios que voy a comprobar. También he hablado con la policía de Moscú, San Petersburgo y Tallin respecto a la mafia, en general, y el grupo ruso-estonio de Viktor X, en particular. No ha sido nada fácil, pero todo indica que esta banda es, efectivamente, una especie de rama de la mafia rusa y que, de alguna forma, ya están aquí, en Estocolmo. El más complaciente ha sido un comisario de nombre Kalju Laikmaa, de Tallin. Sigo en coordinación con él hoy, y espero que…

Hultin tenía la punta de los dedos de una mano presionando sobre la palma de la otra formando una T.

Norlander se calló enseguida.

– ¿Los economistas? -preguntó Hultin.

– Aquí el economista jefe Söderstedt -se presentó Söderstedt-. Hablo por Pettersson, Florén y en mi propio nombre. Chávez tendrá que hacerlo personalmente. Hemos localizado algunas cosas interesantes en la terrible maraña de sociedades que los tres señores han dejado tras de sí. El colegio de abogados estará, sin duda, frotándose las manos: aquí hay trabajo para muchos años. Sin embargo, los delitos con los que nos vamos encontrando son de otra índole, y distan mucho de la violencia directa. Informaremos cuando sepamos más detalles. Lo que podemos decir es que hay más conexiones entre los imperios de los tres caballeros de las que nos parecía al principio.

Hultin estaba a punto de volver a hacer el gesto de tiempo muerto cuando Söderstedt se calló. Chávez le tomó el relevo enseguida:

– Como ya se ha comentado, existen tres consejos de administración de los que formaron parte las tres víctimas a finales de los años ochenta y principios de los noventa: Ericsson, Sydbanken y MEMAB. Estoy comprobando todas las personas -y no son pocas- que participaron en esos consejos durante el mismo período. Ahora mismo estoy con MEMAB, en parte porque era, y es, la junta directiva más pequeña, o sea, por una razón meramente matemática-estadística; en parte porque la pista del golf de Paul está relacionada con MEMAB, una razón más bien intuitiva; y en parte porque parecía haber existido una cierta competitividad, por no decir hostilidad, para alcanzar una silla en esa junta. Así que lo que estoy haciendo es buscar enemigos dentro de las juntas directivas. Hasta el momento no he pescado nada, pero intuyo que el MEMAB va a picar.

Las últimas dos frases fueron muy forzadas, pues Chávez las pronunció mientras observaba cómo las manos de Hultin le pedían tiempo.

– Vale, a por ellos -habló Hultin, levantando las gafas de su enorme nariz para, acto seguido, abandonar la sala a través de su puerta especial.

Mientras salían, Hjelm paró a Kerstin Holm:

– Si te quieres encargar tú misma de George, el caballero andante, de acuerdo. No debería haberlo planteado. Supongo que tengo una fijación con la Orden de Mimer.

– Bien -dijo ella, lacónica en todo el significado de la palabra; y entró en el despacho 303 al mismo tiempo que Nyberg salía con la cazadora en la mano y haciendo un gesto a Hjelm. Como el Gordo y el Flaco, recorrieron los pasillos de la comisaría y salieron al sol.

El día se hizo largo y fastidioso. Hjelm llevaba a Nyberg de un lado para otro, siguiendo una lista que éste tenía apuntada en su cuaderno y que pronto empezó a llenarse de tachaduras. Los nombres tachados formaban parte, por un lado, de un ramillete de soplones bien informados; por otro, se trataba de varios oscuros personajes de dudosa reputación que posiblemente tuvieran contactos rusos para conseguir alcohol y drogas baratos: dueños de pequeños tugurios que se pasaban el día durmiendo, camellos de mala fama, dueños de gimnasios que trapicheaban con anabolizantes, comerciantes de arte no demasiado escrupulosos, propietarios de garitos de juego clandestinos. Todos bien conocidos por la policía pero imposibles de condenar en un juicio.

Nyberg se transformó ante sus ojos. El bajo del coro de la iglesia de Nacka se transfiguró en un instante de afable oso de peluche a furioso grizzlie, para luego, al tachar otro nombre de la lista, volver a su estado inicial.

– ¿Cómo coño haces eso? -preguntó Hjelm después de eliminar el octavo nombre, igual de infructuoso que los otros siete.

Gunnar Nyberg se rió.

– Es cuestión de domar los esteroides -dijo, y acto seguido dejó de reír para quedarse mirando por la ventanilla con los ojos perdidos en la lejanía. Al cabo de un rato prosiguió tranquilo:

– Fui Míster Suecia en el año 1973. Tenía veintitrés años y me atiborré con todas las pastillas que me proporcionaba la gente de mi entorno para aumentar la masa muscular. Durante mi época en la policía del distrito de Norrmalm, entre 1975 y 1977, me denunciaron tres veces por brutalidad policial, pero con la ayuda adecuada conseguí escaquearme. Las denuncias «se perdían» durante el proceso burocrático, por decirlo de alguna manera. Dejé el culturismo serio, o sea con drogas, en el año 1977, después de la última paliza, que fue brutal. Incluso yo mismo me di cuenta. No se me olvidará jamás. Durante una fase transitoria luché contra repentinos arrebatos de ira, perdí a mi mujer y todo derecho a ver a mis hijos. Pero he vencido a toda esa mierda. Por lo menos, eso creo. Sin embargo, sigo sin saber si me sirvo de ella para actuar como poli malo cuando me conviene, o si es que me vuelve a dominar por momentos. No lo sé. Aunque lo hago de forma bastante controlada, ¿a que sí?

Hjelm nunca más oiría salir de la boca de Gunnar Nyberg tantas palabras seguidas de una vez.

– Totalmente -asintió Paul. Nyberg jamás se pasaba de raya. Su violencia era indirecta. Con la amenaza de sus ciento cincuenta kilos de paliza potencial, la mayoría de los delincuentes se volvían bastante dóciles.