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Entraron en un pequeño y acogedor despacho con plantas muy secas en el alféizar de las ventanas, que daban al casco viejo y al castillo coronado por la impresionante torre apodada Herman el Alto. Para Norlander, no obstante, no existían las vistas. Se sentó en la silla frente de la mesa de Laikmaa.

– Peinamos el despacho de forma electrónica todas las mañanas -dijo Laikmaa encendiendo un cigarrillo-. Para asegurarnos de que no se han instalado micrófonos de escucha durante la noche. Pero eso no impide que nos escuchen a distancia, claro. Como jefe de la mínima lucha antimafia que existe en este país soy muy popular. Sea lo que sea la mafia…

– Bueno, si alguien lo debe de saber, ése es usted -dijo Norlander con frialdad.

– Cuanto más sabe uno, más se da cuenta de lo poco que sabe -replicó Laikmaa con sabiduría-. A mi mesa vienen a parar todas las formas de delincuencia organizada, desde simples bandas de protección y extorsión hasta asuntos que alcanzan las más altas esferas. El único punto en común es la intención de explotar las nuevas posibilidades. Algunos afirman que estamos viendo el rostro desnudo de la economía de mercado; otros dicen que es sólo la lógica continuación del terrorismo de Estado. En cualquier caso, lo que resulta más llamativo es la ausencia de… llamémoslo compasión, si quiere, o quizá de ese sentimiento innato que es la esencia de la democracia. Como siempre, se trata de apropiarse de todo lo que se pueda a costa de los demás, independientemente de si el Estado es absoluto o inexistente.

Laikmaa hurgó entre la montaña de papeles que inundaba su mesa y, de alguna inexplicable manera, dio con lo que buscaba.

– Bueno -continuó-. En lo que respecta a las preguntas que me hizo por teléfono, me temo que tampoco puedo aportar nada nuevo. La banda de Viktor X es una constelación de rusos y estonios que operan, sobre todo, en Tallin y que han empezado a acercarse a Suecia porque el mercado finlandés está ya prácticamente saturado. No sabemos hasta dónde han llegado, si han establecido redes de contacto, si ya existe una actividad regular de contrabando…, lo que sí sabemos es que ésas son sus pretensiones. Como ya le conté, ejecutan a los traidores de un tiro en la cabeza; se trata de una característica constante, nunca he visto que se hayan desviado de ese modus operandi, y usan esa munición de la fábrica de Pavlodar, en Kazajstán, de la que ya hemos hablado. Eso está fuera de toda duda. Pero debe saber que esa munición la usan la mayoría de las agrupaciones, y que la banda de Viktor X es un fenómeno bastante pequeño y marginal en Tallin. Existen siete u ocho bandas que se han repartido Tallin y el este de Estonia en distritos; y una banda evita pisar el terreno de la otra. Pero sabemos poco sobre los posibles contactos que puedan tener arriba con la mafia rusa más poderosa. Sin contar Yugoslavia, Estonia lidera en estos momentos la estadística europea de asesinatos. Hay más de trescientos asesinatos al año en nuestro país, y Tallin está entre las ciudades donde se cometen más crímenes del mundo. Algo que conviene tener en mente al pasear por nuestras calles.

– ¿Son ustedes el Comando K? -preguntó Norlander.

– No, somos la policía criminal. El Comando K es la unidad antiterrorista. Son nuestro brazo prolongado: el único antídoto físico del que disponemos en la lucha contra los gánsteres. Es cierto que tienen tendencia a pasarse un poco, pero siguen siendo nuestra única arma de verdad. Sin embargo, somos nosotros, la policía criminal, los que nos encargamos de las investigaciones. El Comando K es una mera fuerza de intervención.

Laikmaa se calló un momento y consiguió encontrar otro papel.

– Lo que sabemos es que Viktor X está implicado en actividades de protección en torno a una empresa mediática sueca que intenta establecerse en Rusia y en los países bálticos con un diario de negocios, entre otras cosas. Internacionalmente, la empresa se hace llamar GrimeBear Publishing Inc. No sé cómo se llaman en Suecia, pero creo que casi tienen el monopolio de las actividades mediáticas en su país. Algo que, dicho sea de paso, me resulta un poco raro en una democracia. ¿Me equivoco?

De eso Norlander no tenía ni la más remota idea. Lo apuntó en su cuaderno y cambió de tema:

– Tengo una nueva pista. Un tal Jüri Maarja. Está detrás del contrabando de refugiados hasta la isla de Gotland.

– Él solo no -aseguró Kalju Laikmaa pensativo.

Norlander se dio cuenta de que había puesto el dedo en la llaga. Al parecer Laikmaa estaba reflexionando sobre cuánto podría revelar. Norlander decidió echarle una mano:

– No nos importa el tráfico de refugiados en sí. Es lo que es. Lo único que nos interesa es la conexión con los asesinatos.

– ¿Y en qué consiste esa conexión? -preguntó Laikmaa escéptico.

Norlander calló, esperando que su cara pareciera inescrutable y no insegura.

Hasta ese instante no se percató de la debilidad de la conexión.

– Vaya, vaya -dijo Laikmaa cuando comprendió que se quedaría sin respuesta-. Usted se guarda sus secretos y yo le revelo los míos. ¿Son esas las condiciones de nuestro contrato?

-Ich bin sorr [36] -consiguió articular Norlander en una mezcla de alemán e inglés-. Esta investigación trata de la seguridad nacional. Y como usted mismo ha dicho, puede que alguien esté escuchando a distancia.

– Era una ironía -dijo Laikmaa empezando a entender mejor el carácter de su colega sueco-. Bien. Jüri Maarja habla sueco, algo que puede que sea de interés. Estuvo viviendo en Suecia durante muchos años sin llegar a formar parte de ningún registro policial. Está próximo a Viktor X, eso lo sabemos. También sabemos que es uno de los muchos que está involucrado en el tráfico de refugiados. Tenemos órdenes desde las más altas instancias de no actuar con demasiada rigidez cuando se trata de ese tipo de tráfico. Los países bálticos están inundados de refugiados que piensan que Suecia es el paraíso. Deben de estar mal informados.

Norlander lo contempló con rigidez. Resultaba obvio que Laikmaa tenía más que decir.

– Hay algo más -dijo Norlander con frialdad.

Laikmaa suspiró profundamente. Dio la impresión de que estaba haciendo un esfuerzo por concentrarse en las buenas relaciones báltico-escandinavas y en la dependencia de las ayudas suecas, aunque sus pensamientos más bien se desviaban hacia las extradiciones de refugiados bálticos durante la segunda guerra mundial y al dudoso comportamiento de la industria sueca en su país.

El significado múltiple de ese suspiro escapó a Norlander. Sólo escuchó la respuesta que siguió:

– He pasado todo el día intentando en vano interrogar a uno de los principales traficantes de droga de Maarja, un tal Arvo Hellat. Lo vamos a soltar dentro de unas horas por falta de pruebas. Es suecohablante. Procedente de Nuckö, por si le dice algo. ¿Quiere hacer un intento?

Norlander se levantó sin decir palabra. Ahora estaba cerca.

Laikmaa le guió por unos cuantos pasillos, por encima y por debajo de tierra, hasta los calabozos. Escoltados por un par de guardias, llegaron a una puerta de hierro ante la que se detuvieron.

– Creo que es mejor que yo esté presente -indicó Laikmaa-. No se preocupe, no hablo ni una palabra de sueco. Pero como comprenderá, dejar entrar solo a un policía extranjero en una celda estonia violaría toda una serie de reglas.

Norlander asintió con la cabeza esperando que su decepción no resultara demasiado evidente.

Entraron. El individuo que estaba dentro de la celda tenía el pelo largo y un aspecto decididamente finés. A Viggo Norlander se le vino a la retina la imagen de Arto Söderstedt y dejó que se quedara allí. Arvo Hellat contempló con sarcasmo a los dos combatientes contra el crimen organizado y dijo algo en estonio. Laikmaa contestó secamente señalando a Norlander, quien se aclaró la voz y habló. Le resultaba liberador poder hablar en sueco. Ya no había necesidad de chapurrear frases como Ich bin sorry.

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[36] «Lo siento.» (N. de los t.)