– Cuéntenos todo lo que sabe y todo lo que cree -dijo Maarja, todavía con mucha cortesía.
Norlander reconoció la frialdad de la voz. Ni siquiera era capaz de odiar la similitud. Maarja continuó:
– Insisto.
Norlander cerró los ojos. La última oportunidad de ser heroico: callar en las mismas narices educadas del monstruo.
Pero la alternativa heroica ya no estaba en la lista de Viggo Norlander. Estaba tachada y no volvería hasta mucho, mucho tiempo después, cuando se viera afectado por un cáncer.
– En estos momentos, empresarios suecos están siendo ejecutados en serie en Estocolmo -dijo con voz ronca-. Son asesinados con las mismas balas y de la misma manera que ustedes ejecutan a los traidores. ¡Viktor X! -gritó a la sombra de detrás del escritorio.
Ni un movimiento.
Jüri Maarja parecía auténticamente sorprendido y soltó unas sílabas en ruso. Le contestaron con unas cuantas más desde detrás del escritorio.
– Es posible que acabe de salvar su propia vida, inspector Viggo Norlander -dijo mientras leía la placa de identificación policial que acababa de sacarle del bolsillo-. De alguna forma debe informar a Estocolmo sobre nuestra inocencia. No obstante, no podemos permitir que se vaya sin recibir un castigo. Iría en contra de nuestra política. Escúcheme bien, que no se le olvide lo que le voy a decir. Vamos a redactar también una nota y pegársela. Nunca se nos ocurriría hacer algo tan estúpido como matar a empresarios suecos en Suecia. ¿Está claro? No tenemos nada que ver con eso. Si se diera el caso de que tuviéramos una cierta presencia en Estocolmo, nos sería de suma importancia mantenerlo en el mayor secreto posible.
Maarja se acercó al escritorio, recibió un papel y un bolígrafo del hombre que estaba sentado en la sombra, apartó a Hellat de la mesa y estuvo escribiendo durante mucho rato. Luego dijo:
– Ya va siendo hora de que nos vayamos. Puede que al bueno de Laikmaa se le haya ocurrido ponerle a alguien para seguirle. Aunque no será tan tonto como para entrar aquí, claro. Les llevará un poco de tiempo reunir al Comando K.
Luego pronunció unas palabras en estonio y los hombres armados con metralletas tiraron a Norlander al suelo. Mientras le estiraban los brazos a la fuerza y le separaban las piernas, Viggo Norlander fijó la mirada en el techo. Estaba petrificado.
Llegó el primer dolor. Casi liberador. Gritó a pleno pulmón. Por muchas razones.
El segundo dolor anuló los dos siguientes.
Se convirtió en un haz de rayos dolorosos. Se vio iluminado a sí mismo con una última luz.
Mierda, pensó desconcertado. Vaya una manera más sórdida de morir.
Luego sintió cómo desaparecía.
18
Las manos tendidas de la soleada mañana primaveral no llegaban hasta el centro de mando. Hasta allí sólo llegaban las manos del Grupo A. Que de momento estaban bastante atadas.
Alguien se tiró un pedo.
Nadie se responsabilizó.
Todos miraron a su alrededor mientras los vapores se iban diluyendo.
Hultin hizo una entrada fiel a su estilo a través de la misteriosa puerta reservada a los jefes y dejó caer de golpe un teléfono móvil sobre la mesa.
– Por si Norlander llamase desde Tallin -dijo para adelantarse a las preguntas.
Alguien eructó.
Había laxitud en el ambiente. Hultin lo percibió.
– De acuerdo. La investigación se ha estancado. Estamos acostumbrados a este tipo de cosas, ¿verdad?, sois todos policías elegidos a dedo con mucha experiencia. Keep your spirits up [38]
El día anterior había estado marcado por una especie de resaca. Toda actividad se había ido apagando, todo el mundo se movía como a cámara lenta; a excepción de Norlander, claro está, que había hecho todo lo contrario.
– ¿Señor Chávez? -Hultin empezó su distribución de intervenciones.
Chávez enderezó la espalda.
– Sigo trabajando con la pista MEMAB. Si es que se puede llamar pista. Pero estoy bastante seguro de que es allí…
Sonó el móvil. Hultin levantó una mano y contestó:
– ¿Viggo? ¿Eres tú?
Un ligero murmullo se extendió por la sala.
– ¿Cómo es cantar en la iglesia de María Magdalena? -preguntó Kerstin Holm a Nyberg.
– Magnífica acústica -dijo Gunnar Nyberg-. Missa papae Marcelli.
– Divino -reflexionó Holm soñadora.
– ¿Qué diablos tienes en la mejilla? -preguntó Chávez.
– Un forúnculo -replicó Hjelm, que había estado ensayando esa palabra.
– Yes -dijo Hultin al auricular moviendo la mano libre con vehemencia.
Se hizo el silencio en el cuartel general del alto mando. Hultin se dio la vuelta y miró la pared mientras repetía «yes» una vez más. Luego se quedó mudo durante varios minutos. Notaron en su espalda, quizá por la inclinación, por la curvatura, que algo había pasado. Se quedaron completamente quietos. Al final, Hultin dijo «yes» una tercera vez y dejó el móvil. Al mismo tiempo, el pequeño fax que estaba encima de la mesa hizo clic y empezó a escupir un papel. Mientras sujetaba la hoja, esperando que la máquina lo soltara, Hultin puso un gesto concentrado aunque neutro. Leyó el documento y luego cerró los ojos durante un instante. Algo se había desmoronado. Habló:
– Viggo Norlander ha sido crucificado.
La voz le flaqueó durante un segundo. Luego siguió:
– La mafia ruso-estonia le clavó en el suelo de una casa abandonada en el barrio más inmundo de Tallin.
Se miraron unos a otros. Les faltaba la información más importante. Enseguida llegó:
– Está vivo -continuó Hultin-. El que llamaba era el comisario Kalj Laikmaa, de la policía de Tallin. Por lo visto, Norlander se lanzó a una auténtica vendetta solitaria contra la mafia. Terminó clavado en el suelo. Laikmaa le había puesto bajo vigilancia, ya que sospechaba algo así. Cuando sus hombres -el llamado Comando K- entraron en el edificio, Viggo llevaba más de una hora clavado de pies y manos en el suelo. Afortunadamente, estaba inconsciente. Uno de los clavos que le atravesaban las manos llevaba este mensaje, redactado en sueco: «Al jefe del inspector Viggo Norlander, Estocolmo. Somos la organización conocida como el grupo de Viktor X. No tenemos nada que ver con los asesinatos de empresarios en Estocolmo. Los delitos graves de violencia los mantenemos, como puede ver, dentro de los límites de nuestro país. Les devolvemos a su Vengador Solitario sin un solo hueso roto. Sólo clavado en la carne». Firmado Viktor X y luego una posdata: «Si es así como actúan sus hombres, entendemos que el caso siga sin esclarecerse. Pero buena suerte. Es de nuestro interés que resuelvan el caso cuanto antes».
– ¿En qué diablos estaba pensando? -exclamó Chávez.
Hultin meneó la cabeza y continuó:
– Al parecer, pudo conseguir por lo menos un par de pistas. Sigue extenuado, pero ha mandado el mensaje a través de Laikmaa de que una empresa mediática sueca que se hace llamar GrimeBear Publishing Inc., está siendo extorsionada por Viktor X y otros, y que un par de contrabandistas de alcohol del propio Viktor X, Igor e Igor, están operando en Suecia. Intentad dar con esos individuos y averiguad qué tipo de empresa es esa maldita GrimeBear.
Hjelm miró a Nyberg. Nyberg miró a Hjelm. Igor e Igor. Esos nombres les sonaban.
Hultin terminó el resumen de lo acontecido:
– Y luego dijo que ya ha dejado de jugar a Rambo.
De nuevo se intercambiaron miradas desconcertadas.
– No tenía ni idea de que hubiera empezado siquiera -dijo Kerstin Holm.
Hjelm se fue con Nyberg al barrio de Södermalm, hasta un pequeño restaurante en Södermannagatan y el apartamento que estaba justo encima. Ya habían estado antes. Llamaron al timbre doce veces hasta que asomó una cabeza medio dormida que despertó en cuestión de una décima de segundo al ver a Gunnar Nyberg.