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El vacío ya no está.

El bajo desaparece. El piano vuelve a caminar. Exactamente como al principio.

Es como si el hombre se dispusiera a lanzar otra patada, una quinta, cuando de repente se abre una puerta en el recibidor.

– ¿Papá? -se oye la voz de una chica.

El hombre se desploma y queda tumbado. Exactamente como antes.

Ya ha abandonado el salón, la casa, el jardín.

Está tan lejos que se libra de oír el desgarrador grito.

Fue ésa la razón por la que echó a correr.

20

A Gunnar Nyberg lo arrancaron de la cama de matrimonio -con la que se había quedado por si acaso- en su piso de dos dormitorios de Nacka. A Viggo Norlander lo apartaron del sueño desde la burda cama plegable de su piso de Banérgatan. A Kerstin Holm la levantaron de un colchón en el suelo en el pequeño apartamento de Brandbergen que pertenecía a la ex novia de su ex novio. A Jorge Chávez lo despegaron de la pequeña tabla plegable que hacía de mesa en la cocinita americana de su habitación alquilada, en el cruce entre Bergsgatan y Scheelegatan, encima de la cual se había quedado dormido la noche anterior con una copa de vino en la mano y la cara sobre los restos de la cena. Arto Söderstedt se levantó tranquilamente de su sillón de lectura en el piso de Agnegatan mientras se quitaba las gafas de leer. Y en el chalet adosado de Norsborg, a Paul Hjelm lo despertaron de su sueño en la terriblemente vacía cama matrimonial.

Jan-Olov Hultin ya se había despojado de su sueño y les estaba esperando en la cocina de un chalé de Rösunda, en Saltsjöbaden.

Chávez llegó el último con una apariencia insolentemente fresca, una flor nocturna en medio de la negra oscuridad de mayo.

– ¿Qué coño…? ¿Te has duchado? -dijo Hjelm con una enorme taza de café en la mano.

– No preguntes -rogó Chávez con cara de concentración-. Vale, ¿quién es?

– ¿Has echado un vistazo?

– El mismo aspecto de siempre, ¿no? ¿Ya vienen de camino los técnicos?

– Os he llamado a vosotros antes que a los técnicos forenses -dijo Hultin-, entre otras razones para que pudierais ver el lugar del crimen intacto. ¿Tiene dos balazos en la cabeza, verdad?

Dos de los integrantes del grupo asintieron.

– Las balas siguen en la pared -comentó Söderstedt.

Hultin asintió y empezó:

– Bueno, aquí tenemos algo a lo que hincar el diente. La víctima es un representante de otro tipo de élite social. Se llama Enar Brandberg y es diputado del Riksdag desde las últimas elecciones; antes fue director de alguna de las más discretas Direcciones Generales del Estado.

– Fondo General de Dirección -dijo Söderstedt-. Tal vez no sea una dirección general propiamente dicha, pero casi. Luego fue diputado por el Partido Liberal.

Hultin le miró de reojo y continuó:

– La hija, Helena Brandberg, de dieciocho años, volvió a casa pocos minutos después de la una, o sea, hace tres cuartos de hora, oyó música de jazz desde el salón y le pareció raro, ya que el padre por lo visto nunca escuchaba música. Entró en el salón, vio las cortinas ondeando en una ventana abierta y una sombra negra sin identificar que corría a toda velocidad atravesando el césped del jardín hasta la calle. Se acercó al equipo de música y lo apagó en un momento de pura distracción. No descubrió al padre tendido en el suelo hasta después y entonces pegó un grito tan fuerte que en cuestión de uno o dos minutos se presentaron los vecinos, la familia Hörnlund, cuya hija tiene la misma edad que Helena y es también su mejor amiga. Helena Brandberg sufrió una fuerte conmoción y ha sido muy difícil que nos diera ni el más mínimo testimonio; me he tenido que guiar más bien por declaraciones indirectas de la familia Hörnlund. Como la madre ya no está, murió de cáncer el año pasado, la familia Hörnlund acompañó a Helena al hospital. He salido al jardín para echar un vistazo; parece ser que hay unas cuantas huellas en la hierba.

– Se acabó el asesino sin rastro -dijo Chávez.

– La Erinia toma cuerpo -comentó Hjelm.

Por un instante, todos le observaron. Söderstedt arqueó la ceja izquierda a punto de hacer un comentario, pero se lo pensó mejor.

– Bien -resumió Hultin-. Esta vez tenemos las dos balas en la pared y unas cuantas huellas de pisadas. Pero, sobre todo, tenemos la cinta.

– ¿La cinta? -repitió Holm.

– La música, el jazz. Dentro del equipo de música del salón hay una cinta de casete que sin duda pertenece a nuestro asesino. Por lo menos no es de los Brandberg. Ninguno de los dos miembros de la familia Brandberg escucha jazz; además, la cinta estaba sonando cuando la hija llegó a casa y el asesino se hallaba en el salón. Al parecer, sentarse en el sofá después de cometer el asesinato y escuchar un tema de jazz forma parte del modus operandi, sin duda muy firme, propio de nuestro hombre. Como Helena paró la cinta, sabemos de qué melodía se trata, y como en nuestro grupo tenemos un par de personas aficionadas a la música, había pensado que hiciéramos un intento ahora mismo de averiguar qué es. Es una de las razones por las que os he llamado antes de avisar a los técnicos. Nos quedan como mucho unos veinte minutos antes de que nos echen del salón.

– No sé gran cosa de jazz -dijo Gunnar Nyberg.

Entraron en el salón y pasaron por encima del cadáver. Provisto de unos guantes de plástico, Hultin rebobinó hasta el principio del tema. Cuando sólo habían sonado las tres o cuatro primeras notas del piano, dos personas exclamaron al unísono:

– Misterioso.

Kerstin Holm y Jorge Chávez se miraron asombrados.

Hultin detuvo la cinta.

– De uno en uno -dijo con voz neutra logrando ignorar el inverosímil hecho de que dos de los siete integrantes del Grupo A fueran, al parecer, aficionados al jazz.

– Es un verdadero clásico -explicó Chávez después de que Holm le hiciera un gesto con la cabeza-. Thelonius Monk Quartet. Monk al piano, Johnny Griffin al saxo tenor, Ahmed Abdul Malik al bajo, y, ay… ¿cómo se llama el batería…?

– Roy Haynes -recordó Kerstin.

– Eso es -dijo Jorge-. O sea, es la canción que da título al álbum Misterioso, el sexto y último tema del disco original, si mal no recuerdo. Diez u once minutos de duración. Prodigioso saxofón de Griffin y un Monk en plena forma. Como es habitual, el propio Monk es el autor de la pieza. ¿Qué más se puede decir?

Kerstin Holm tomó el relevo.

– Todos los temas del disco se grabaron una mágica noche de verano de 1958 en el clásico club Five Spot Café de Nueva York. En el CD añadieron un par de temas más de una grabación anterior realizada ese mismo verano. La primera de ellas es también un auténtico clásico: Round Midnight. Si seguimos escuchando, podemos averiguar si nuestro hombre lo ha grabado del CD o del disco original. Si se trata del CD, entonces el siguiente tema será Round Midnight, si no, no habrá nada.

Adelantó la cinta hasta los últimos paseos del saxo y del piano en Misterioso. Tras los aplausos y los silbidos siguió otra pieza, bastante más caótica que la anterior, llena de un ardoroso éxtasis, como si hubiese nacido de la inspiración del momento. Apenas sonaba como una composición musical, pensó Paul sintiéndose ignorante. El saxo y el piano se desafiaban el uno al otro a algo que, o era una heroicidad o un mero caos. No podía determinar cuál de las dos cosas.

– Pues no -aseguró Chávez-. Esto no es Round Midnight.

– No lo he oído en mi vida -dijo Holm-. Qué raro.

– ¿Qué significa? -preguntó Hultin.

– Bueno, es posible que haya grabado otro tema diferente justo después -dijo Chávez escéptico.

– Aunque también de Monk, eso sí -determinó Holm-. Esos cercanos tonos azules encima de otros también azules. Es él. Las manos están como planas sobre las teclas.

– Suena como una continuación directa -intervino Hjelm esperando que los expertos le contestaran con suspiros y protestas-. No me ha parecido que hubiera ningún corte en medio.

– La verdad es que no -dijo Chávez para gran asombro de Hjelm-. O nuestro hombre es un mezclador de puta madre o…

– O -siguió Holm- esta grabación es bastante singular.

– ¿Cómo coño es posible que sepáis tanto de esto? -preguntó Hjelm.

– ¿No sabes lo que suelen decir los músicos de jazz? -replicó Kerstin Holm-. Those who talk don't know, those who know don't talk. [39]

– Un compatriota mío, un chileno -dijo Chávez, y fue la primera vez que Hjelm le oyó hablar de su país de origen-, es un verdadero experto en grabaciones raras de jazz. Tiene una pequeña tienda de discos en Rinkeby. Podemos ir allí mañana.

Como siempre, Hultin ya tenía clara la estrategia. Dijo:

– Vale, ya que ésta es nuestra mejor pista hasta el momento, os dedicáis a eso los tres: Holm, Chávez, Hjelm. Pero una vez que el chileno diga lo que tenga que decir, me temo que deberás retomar el tema de las juntas directivas, Jorge. Sin duda, nuestras mejores posibilidades están ahí. Además, quizá este asesinato eche por tierra la pista financiera -se dirigió a Arto Söderstedt, que no manifestó ninguna decepción-. Puede que Pettersson y Florén tengan que volver a su puesto. Ya veremos. Arto, aun así, debes comprobar si hay algún vínculo entre los cuatro caballeros en el ámbito empresarial. Sin embargo, creo que esta vez se trata de otro tipo de víctima. Por lo demás, seguimos como antes. Nyberg volverá a pasar su famosa red de arrastre por el mar de informantes y seguirá pescando en lo más profundo de los bajos fondos como hasta ahora. Norlander, si estás preparado para volver, sigue con la pista de la mafia como si no hubiera pasado nada.

Norlander asintió con énfasis. Hultin añadió:

– La pregunta más importante es obvia: ¿por qué ha vuelto a las andadas después de más de un mes?

– ¿Y la cinta? -dijo Hjelm en vez de responder-. No podemos dejar que los técnicos la retengan durante semanas. Ni que se filtre a la prensa.

Hultin sacó la cinta del equipo. La sostuvo un instante en la mano mientras parecía sopesar pros y contras. Luego se la tiró a Kerstin Holm.

– Si conocemos bien a nuestro hombre, no habrá dejado huellas dactilares, y parece ser una cinta normal y corriente de la marca Maxell, aunque un modelo un poco más antiguo. Imposible de rastrear, ¿no?

Hjelm, Chávez y Holm contemplaron la cinta.

– Así es -confirmó Chávez.

– Vale -dijo Hultin con un pequeño suspiro-. Cuídala bien.

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[39] «Los que hablan no saben, los que saben no hablan.» (N. de los t.)