– Suena como una continuación directa -intervino Hjelm esperando que los expertos le contestaran con suspiros y protestas-. No me ha parecido que hubiera ningún corte en medio.
– La verdad es que no -dijo Chávez para gran asombro de Hjelm-. O nuestro hombre es un mezclador de puta madre o…
– O -siguió Holm- esta grabación es bastante singular.
– ¿Cómo coño es posible que sepáis tanto de esto? -preguntó Hjelm.
– ¿No sabes lo que suelen decir los músicos de jazz? -replicó Kerstin Holm-. Those who talk don't know, those who know don't talk. [39]
– Un compatriota mío, un chileno -dijo Chávez, y fue la primera vez que Hjelm le oyó hablar de su país de origen-, es un verdadero experto en grabaciones raras de jazz. Tiene una pequeña tienda de discos en Rinkeby. Podemos ir allí mañana.
Como siempre, Hultin ya tenía clara la estrategia. Dijo:
– Vale, ya que ésta es nuestra mejor pista hasta el momento, os dedicáis a eso los tres: Holm, Chávez, Hjelm. Pero una vez que el chileno diga lo que tenga que decir, me temo que deberás retomar el tema de las juntas directivas, Jorge. Sin duda, nuestras mejores posibilidades están ahí. Además, quizá este asesinato eche por tierra la pista financiera -se dirigió a Arto Söderstedt, que no manifestó ninguna decepción-. Puede que Pettersson y Florén tengan que volver a su puesto. Ya veremos. Arto, aun así, debes comprobar si hay algún vínculo entre los cuatro caballeros en el ámbito empresarial. Sin embargo, creo que esta vez se trata de otro tipo de víctima. Por lo demás, seguimos como antes. Nyberg volverá a pasar su famosa red de arrastre por el mar de informantes y seguirá pescando en lo más profundo de los bajos fondos como hasta ahora. Norlander, si estás preparado para volver, sigue con la pista de la mafia como si no hubiera pasado nada.
Norlander asintió con énfasis. Hultin añadió:
– La pregunta más importante es obvia: ¿por qué ha vuelto a las andadas después de más de un mes?
– ¿Y la cinta? -dijo Hjelm en vez de responder-. No podemos dejar que los técnicos la retengan durante semanas. Ni que se filtre a la prensa.
Hultin sacó la cinta del equipo. La sostuvo un instante en la mano mientras parecía sopesar pros y contras. Luego se la tiró a Kerstin Holm.
– Si conocemos bien a nuestro hombre, no habrá dejado huellas dactilares, y parece ser una cinta normal y corriente de la marca Maxell, aunque un modelo un poco más antiguo. Imposible de rastrear, ¿no?
Hjelm, Chávez y Holm contemplaron la cinta.
– Así es -confirmó Chávez.
– Vale -dijo Hultin con un pequeño suspiro-. Cuídala bien.
21
Misterioso sonaba por los altavoces una y otra vez, como una profecía autocumplida.
– ¿Habéis podido dormir algo esta noche? -preguntó Jorge Chávez.
Iban en el Mazda de Hjelm. Paul conducía, Kerstin Holm, en el asiento del copiloto, ponía ininterrumpidamente a Thelonius Monk en el equipo de música del coche mientras Chávez, sentado en el asiento de atrás, se echaba hacia delante una y otra vez entre los asientos delanteros.
Hjelm y Holm sólo contestaban con sus pesados y enrojecidos párpados, que intentaban mantener abiertos y, al mismo tiempo, utilizar como protección frente al obstinado sol, más propio de pleno verano. Una tarea imposible.
Era 18 de mayo.
– Monk se revolvería en su tumba si supiera que su maravillosa música ha inspirado a alguien a cometer asesinatos en serie -siguió Chávez sin dar la impresión de estar demasiado triste.
Habían olfateado el rastro. Por fin.
Esta vez tampoco recibió ninguna respuesta desde los asientos delanteros. Cosa que no le detuvo ni le molestó:
– He pasado toda la noche en el despacho repasando las juntas directivas. En plan hacker total. Hay cuatro caminos desde aquí. El más interesante es el de Sydbanken; allí coincidieron los cuatro durante un breve período en 1990. Visto en conjunto, es la pista más evidente, sin lugar a dudas. Pero quizá resulte aún más interesante que Enar Brandberg formara parte de la junta directiva de Lovisedal en el mismo periodo de tiempo que Daggfeldt y Carlberger durante 1991, o sea, la misma empresa mediática que hoy en día tiene problemas con la actividad protectora de Viktor X; o sea, Grime Bear. Muy interesante si partimos de la premisa de que lo de Strand-Julén fue para despistar. Pero, por otro lado, si suponemos que nuestro asesino ha empezado a despistarnos ahora mismo con Brandberg, entonces nos queda, por supuesto, Ericsson y MEMAB.
Siguió sin recibir respuesta.
Y tampoco en esta ocasión frenó en modo alguno el entusiasmo de Chávez.
– Estoy seguro de que Hultin lleva razón y que en alguna de esas juntas directivas está la clave de todo este misterio.
El coche se detuvo en el semáforo del cruce entre la carretera de Ulvsunda y la E 18, que venía de la derecha desde Enköping. Luego Ulvsundavägen se convertía en Hjulstavägen y en la E 18. No recorrieron mucho trecho de esta última.
– Gira en la gasolinera -indicó Chávez-. En la avenida de Rinkeby. Podemos aparcar al final y luego cruzar la plaza. Voy a comprar algunos ajos frescos.
Hjelm avanzó por la avenida, aparcó el coche y dijo:
– Pareces un poco acelerado, como si hubieses tomado algo…
– Es la única manera de mantenerse despierto -dijo Chávez.
Atravesaron la animada plaza bajo aquel sol veraniego. Los puestos estaban colmados de verduras y frutas de unas dimensiones y clases que raramente se veían en los supermercados normales. Hjelm pensó en la cantidad de pesticidas que había en las verduras extranjeras en comparación con los que había en las suecas, y se sintió como un aburrido y gris aguafiestas en medio de las coloridas oleadas de muchedumbre que se movían por la plaza. Chávez compró un manojo de ajos que sostuvo en el aire ante las narices de Hjelm.
– Aléjese de mí, Nosferatu -espetó.
Hjelm, que estaba a punto de dormirse de pie, se levantó del ataúd con una sonrisa tonta.
Se adentraron un par de manzanas más hacia el corazón del barrio de Rinkeby. En el semisótano de uno de sus uniformes bloques había una pequeña tienda sin nada visible en los escaparates, pero con los cristales manifiestamente sucios. No obstante, la tienda resultó ser más grande de lo esperado y estaba hasta arriba de gente. Personas de todo tipo buscaban entre infinitas filas de discos compactos música de todos los rincones del mundo. En la amplia sección de hip-hop, se movía un grupo multicolor de chavales adolescentes, unidos por una holgadísima ropa y gorras del revés, y al fondo, detrás del mostrador, había un indio moreno de unos cincuenta años entretenido limándose las uñas.
– ¡Alberto! -exclamó Chávez acercándose al indio, que, al levantarse para darle un abrazo, resultó ser enorme.
– Jorge, Jorge -dijo el hombre cuando ya llevaban medio minuto abrazados, y luego siguió con unas cuantas frases velocísimas en español. Hjelm creyó escuchar la palabra «Skövde» y oyó a Jorge contestar, en medio de una parrafada del otro, «No, no, Sundsvall». Chávez señaló a sus colegas. Kerstin Holm, que se había lanzado sobre un montón de discos de música gregoriana, pronunció unas palabras en un español algo más lento. El indio soltó una sonora carcajada. Hjelm sonrió a Alberto y comprobó que el peculiar olor que percibió al entrar no era otra cosa que incienso. Una vara humeaba encima del mostrador, clavada en una maceta de tierra reseca.
– Venid -dijo Alberto a Hjelm y Holm, y siguió hablando en un sueco totalmente correcto, aunque con un fuerte acento-, vamos a entrar en el sanctasanctórum.
Entraron en una pequeña y oscura habitación presidida por un sofisticado equipo de música.
– ¿Sabéis que Jorge es uno de los mejores bajistas de jazz sueco-chilenos del país? -preguntó Alberto desde algún punto de la oscuridad.