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Se atrevieron con temas un poco más personales. Kerstin le habló de su interés por la música, de cómo vivía el canto, constantemente rodeada por la música. Paul le habló de sus hijos; evitó con mucho cuidado el tema de Cilla. Le contó sobre Dritëro Frakulla, la toma de rehenes y el juicio; sobre Grundström, de la Sección de Asuntos Internos, y luego dijo de repente:

– ¿Qué querías decir cuando me preguntaste si estaba felizmente casado? O sea, «felizmente de verdad», me parece que fueron las palabras.

Ella le miró por encima de las copas de vino con sus ojos oscuros como el carbón. Dieron una calada a los cigarrillos que se habían permitido para rematar la ocasión festiva.

– Me dio la impresión de que no lo eras.

– Siempre había pensado que lo era. Relativamente, al menos.

– Había algo que proyectabas en el trabajo, en el propio trabajo policial, no podía poner el dedo en la llaga. Sigo sin poder hacerlo. Me resultaba un poco más claro que con los demás, supongo que por eso me pareció interesante. Era como si todo el tiempo buscaras otra cosa a través del trabajo, como si no estuvieses dedicándote en absoluto a una investigación policial. Tal vez lo reconocí en mí misma…

– ¿Me has observado con tanto detenimiento?

Ella sonrió.

– Observo igual a todos los que me encuentro. Quizá es eso lo que define la mirada policial femenina. No te lo tomes de forma personal.

– Tal vez sea lo que quiero hacer.

Ella se inclinó hacia delante.

– Que no se te olvide que ahora estás un poco confundido. Turbulencias. Se abre el suelo bajo tus pies. No quiero ser ninguna… sustituta…

Hjelm se reclinó en su silla dando una calada al cigarrillo. Apuró el vaso de vino y se quedó mirando al techo y más allá. Mucho más allá.

Mientras bajaban hacia el canal del puerto atravesando la cálida noche de mayo, se rodearon uno al otro con los brazos sin pensárselo. Iban haciendo bromas y riendo distendidamente.

– ¿Lo hiciste? -se le ocurrió decir a Hjelm.

– ¿Hacer qué?

– ¿Lo que Anna-Clara Hummelstrand propuso respecto al órgano galo marrón olivo?

Él cruzó la mirada de ella. ¿Decepción?

Una sombra atravesó a Hjelm.

Pero ella respondió tranquilamente sin soltarlo del brazo.

– El día en que me masturbe fantaseando con los animados miembros viriles de los gigolós franceses de los que disfrutan las ricas damas suecas en la Costa Azul, entonces sabré que estoy realmente mal.

Se rieron y de repente ya habían llegado a Norra Vallgatan. El Savoy estaba a la vuelta de la esquina. Por la ventana del hotel vieron a un grupo de siete personas que se encontraban cenando. Un señor muy bien vestido estaba de pie pronunciando un discurso. Se alegraron de no haber cenado en el hotel. Siguieron andando hasta el canal y se quedaron mirando la sucia agua. No era especialmente interesante. Al cabo de un rato entraron, cogieron sus respectivas llaves y subieron por la escalera hasta la segunda planta. Las habitaciones eran contiguas. Vacilaron un momento en el pasillo. Luego ella metió la llave en la cerradura de su puerta y dijo:

– Creo que es mejor así.

Le tiró un beso y lo dejó solo con sus fantasmas.

Las Erinias, pensó Hjelm, confuso al entrar en la oscura habitación, cuya decoración pretendía conseguir un ambiente acogedor.

¿Puede el espíritu de una mujer, a la que han lesionado de muerte el alma y el corazón, perseguirle a uno, a pesar de que ella siga con vida?

Aunque no sabía muy bien qué culpa tenía para que le persiguiera.

Consiguió quitarse la cazadora vaquera y los pantalones, luego cayó en la cama con la camisa todavía puesta. En su nebulosa mente, vio a Cilla y a sí mismo haciendo el amor en el muelle de Dalarö al anochecer, con una botella de vino vacía rodando por sus muslos. La mirada de Cilla le resultaba lejana, hundida en el rojo del anochecer. Justo al lado estaba Kerstin Holm, sentada con las piernas abiertas encima de su escritorio, contemplándolos mientras hacían el amor. Sus oscuros ojos no se desviaban del miembro de Hjelm, que se deslizaba dentro y fuera del coño de Cilla. Holm se había bajado un poco los negros pantalones y movía tranquila y metódicamente la mano arriba y abajo por dentro de la cinturilla de las bragas. Luego dejó el escritorio y salió al muelle. Se inclinó sobre ellos y acarició levemente sus desnudos cuerpos. Al mismo tiempo, se quitó el jersey, despacio, dejando al descubierto un par de pequeños y preciosos pechos; con la misma lentitud, salió deslizándose de los pantalones y se sentó al lado de ellos con las piernas cruzadas. Extendió la mano y formó un círculo con el pulgar y el índice alrededor del terso miembro de Paul, mientras éste entraba y salía de Cilla. Paul salió de Cilla y se tendió boca arriba. Cilla le agarró el miembro, se lo llevó dentro y le montó. Kerstin colocó las manos cuidadosamente sobre las nalgas de Cilla mientras ésta seguía revolviéndose. Luego se tumbó al lado de Paul y empezó a besarle con excitantes movimientos de lengua. Acercó un dedo a su coño y luego dejó que él lo lamiera. Al final se sentó sobre su cara mirando a Cilla. Paul oyó cómo ellas se besaban fogosamente mientras su miembro entraba y salía de Cilla y su lengua entraba y salía de Kerstin. Se sintió completamente colmado. Todo era sexo. Y de repente ella estaba allí. No, no estaba allí. Notó cómo ella le quitaba la camisa. ¿O lo hacía él mismo? Seguía todavía en el muelle. Le bajó los calzoncillos. ¿O lo hacía él mismo? La vio a su lado en la cama. Estaba desnuda, tendida junto a él, mirando su enorme erección. Hacía mucho que no había sentido nada parecido. Ella se masturbaba. ¿Había adivinado los deseos de él? ¿Quería ella hacer realidad las fantasías de él? ¿O las de ella? ¿Pero estaba ella realmente allí? Él la agarró de los muslos y la giró un cuarto para poder admirar su hermoso sexo, coronado por el negro vello, mientras ella se tocaba. Ella apretó los labios de la vulva con los dedos índice y corazón, y fue subiendo hacia el clítoris, que despuntaba, duro como una piedra. Se lo estuvo frotando con una mano durante mucho tiempo con placenteros movimiento circulares mientras los dedos de la otra mano entraban y salían de la vagina. Él permaneció quieto, con el aliento contenido, contemplando el largo procedimiento. Sus oscuros ojos quedaron velados del todo hasta que por fin los abrió como platos y echó la cabeza hacia atrás emitiendo un sonido gutural medio sofocado. Acto seguido, se quedó absolutamente quieta durante un instante. Luego se acercó a él y empezó a lamerle el miembro durante mucho, mucho tiempo, dejando que se deslizara entre sus afilados dientes y provocándole un dulce dolor. Después ella se abrió y él se corrió dentro de ella, en lo más profundo. Ella gozó con el calor que se extendió por dentro. Entonces él la lamió para que pudiera alcanzar un segundo orgasmo. Los sabores se mezclaron en su lengua.

Y todo se desvaneció.

Al día siguiente no sabía si realmente había pasado o lo había soñado.

23

Paul Hjelm bajó del tren en la estación de Växjö y se dirigió a la cafetería, donde se tomó un sándwich y un café mientras miraba un plano de la ciudad. Se había perdido el desayuno en el hotel Savoy de Malmö. Por décima vez, sacó la carta que Kerstin le había dejado en la recepción e intentó descifrarla.