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«Paul. Gracias por ayer. Estabas durmiendo tan dulcemente cuando me fui que he preferido escribirte esta carta. Salgo a buscar a los herederos de Robert Granskog, según lo convenido. Nos vemos en nuestro famoso centro de mando. Un abrazo, Kerstin.»

¿Gracias por ayer? ¿Estabas durmiendo cuando me fui? No tenía forma de saber siquiera si ella había estado en su habitación durante la noche. Sin duda todo podía haber sucedido en su calenturienta imaginación. La verdad es que no lo sabía.

«Gracias por ayer» podía referirse sólo a la cena y «Estabas durmiendo tan dulcemente cuando me fui» al hecho de que él no contestó cuando ella llamó a su puerta por la mañana. Por cierto, ¿cómo podría haber entrado en su habitación? No tenía llave. Aunque tal vez no había echado la llave a la puerta…

Odiaba no saber con certeza, se trataba de un instinto profundamente arraigado en su ser, aunque al mismo tiempo había cierto atractivo en todo eso. Era la primera vez que algo dentro de él renunciaba de forma voluntaria a buscar una respuesta definitiva. Se contentó con eso.

De momento.

Estudió el plano y localizó la calle donde estaba ubicado el restaurante Hal & Mal. Seguramente servirían comidas a mediodía, así que era posible que pudiera dar con Hackzell enseguida. Estaba a sólo una manzana de la estación; el centro de la ciudad de Växjö no era muy grande.

Se trataba de un restaurante bastante pequeño y la hora punta de la comida ya casi había acabado. Eran cerca de las dos. El local parecía bastante amplio; un jukebox, unas escopetas cruzadas en la pared, una diana para jugar a los dardos, unos letreros publicitarios anunciando diversas marcas de cerveza y un par de pósters de Andy Warhol. Una decoración relativamente convencional. El hombre que estaba tras la barra del bar, ancho de hombros y con bigote, irradiaba tal autoridad que estaba convencido de que se trataba de uno de los propietarios, o Hackzell o Malinen.

Era Roger Hackzell en persona.

Hjelm le preguntó por Guido Cassola, el Café Ricardo y el Café Tregua. Recibió respuestas ariscas, aunque afirmativas.

Luego preguntó por la cinta del modo más detallado que pudo. Echaba en falta los conocimientos expertos de Kerstin y de Jorge. Mientras Hackzell reflexionaba sobre la respuesta, a Hjelm de repente le dio por pedir un vodka solo. Hackzell miró asombrado al policía, sin duda gravemente alcoholizado, y le sirvió una buena cantidad de vodka en un vaso normal de una botella sueca auténtica de la marca Absolut. Luego murmuró, igual de malhumorado que antes:

– Voy a ver si encuentro esa cinta. No sé nada de jazz, pero he guardado la mayoría de las malditas grabaciones de Guido. Espera un momento.

Hjelm contempló el vaso que tenía delante. Olió escéptico el contenido. Justo cuando los últimos clientes habían abandonado el local, se acercó a una mesa, cogió una botella vacía de Ramlösa y volvió a la barra. Echó el vodka a la botella, cogió un corcho de vino que había en una cesta sobre la barra, tapó la botella y se la metió en el bolsillo de la cazadora. Al cabo de un rato, Hackzell volvió.

– Lo siento -dijo-. No encuentro ninguna cinta de esa clase. Puede que se haya perdido en la mudanza.

Hjelm asintió con la cabeza, pagó el vodka y salió al sol.

Se dirigió al Systembolaget y preguntó a la dependienta, que parecía aún más ignorante sobre el tema que él mismo:

– ¿Se pueden diferenciar los distintos tipos de vodka, o saben todos igual?

– No tengo la más mínima idea -respondió la dependienta con un marcado acento de Småland.

– Podría hablar con el encargado, por favor -dijo enseñando la placa, como siempre la manera más rápida y expeditiva.

Un individuo trajeado con semblante serio se acercó al mostrador. Hjelm repitió su pregunta.

– La verdad es que no lo sé -admitió el hombre-. El vodka es el licor más puro y menos mezclado que existe. Yo diría que la única manera de determinar una diferencia sería la graduación del alcohol.

Dio las gracias al encargado de la tienda y salió a la calle. Estaba muy cansado. Se sentó en un banco que había delante de Systembolaget y cerró los ojos.

No se le había escapado que Roger Hackzell se dio un buen susto cuando Hjelm le enseñó su identificación policial y le empezó a hablar de la policía criminal nacional. Al mencionar la cinta, el temor, sin duda, fue en aumento.

Cuando Hjelm volvió a abrir los ojos, a su lado, en el banco, se había sentado un alcohólico bastante joven que Hjelm casi podría haber confundido con un culturista bien entrenado. Echó una ávida mirada al abultado bolsillo de Hjelm.

– ¿Tienes algo? -quiso saber el musculoso alcohólico en el más puro de los dialectos de Småland.

– Sí -dijo Hjelm-. Una pregunta. Supongo que eres un experto. ¿Se puede diferenciar las marcas de vodka o saben todas igual?

– Cuando me he echado al cuerpo un tercio, entonces sí puedo empezar a concentrarme en el sabor, tío -dijo el joven alcohólico astutamente-. Está usted hablando con un auténtico experto etílico.

– Si te compro una botella…

– … me enfrentaré con mucho gusto a pruebas más sofisticadas.

A Hjelm le dio la impresión de que el individuo no era el típico alcohólico bocazas, de modo que entró de nuevo en Systembolaget y compró media botella de vodka Explorer. El alcohólico culturista se lo tragó en seis minutos, tras lo cual se le aclaró la mirada considerablemente.

– A ver esa prueba tuya -dijo el hombre dejando la botella vacía de Vodka Explorer.

Hjelm sacó la botella de Ramlösa y quitó el corcho. El alcohólico esteroide olió el contenido, sacudió la botella, se echó un trago y dejó que el líquido circulara por la boca como un catador de vinos profesional.

– Mezclado con agua -constató-. Aunque la graduación es la normal.

– ¿O sea, se trata de un vodka más fuerte que se ha diluido con agua? -preguntó Hjelm.

– Eso es -asintió el hombre antes de echarse otro trago-. Mejor que el Explorer, eso está claro.

– Sale de una botella de Absolut…

– No, no, Absolut no es, en absoluto. El Absolut tiene una punzada más directa. Éste no es sueco. Y no es finés. Y tampoco es esa mierda americana de Smirnoff. No, esto es un auténtico vodka del Este con un toque de fábrica química. Lo más probable es que sea de sesenta grados. Y luego diluido, claro.

– ¿Sabes de verdad de lo que estás hablando o sólo estás haciendo el tonto hasta que te lo termines de beber?

El enorme alcohólico dio la impresión de sentirse inmensamente ofendido.

– Oye, si quieres lo dejamos -saltó mosqueado.

– ¿Puedes añadir algo más?

– No. Es ruso, lituano o estonio. De sesenta grados. Más una considerable cantidad de agua.

Hjelm le dio las gracias asombrado y se dirigió a la comisaría. Tuvo que esperar un poco antes de poder ver a un oficial. El hombre que salió a su encuentro se presentó como el inspector Jonas Wrede y no parecía tener más allá de veinte años. Era rubio centeno, alto y fuerte y con un aire provinciano.

Y, naturalmente, resultó ser un entendido en informática.

– Policía criminal nacional -dijo Wrede soñador cuando se acomodaban en su despacho-. ¿No tendrá que ver con el Asesino del Poder, por casualidad?

– ¿Con qué?

– El Asesino del Poder. Pero si es como denomina la propia DGP al asesino de los cuatro empresarios en Estocolmo.

– Vaya -dijo Hjelm asombrado.

– Está en el periódico. La conferencia de prensa con el director del departamento, Waldemar Mörner, y el inspector Algot Nylin.

– ¿Quién diablos es el inspector Algot Nylin? -exclamó Hjelm, y se dio cuenta de que no sabía lo más mínimo sobre las intrigas del poder en torno a la investigación del Grupo A.