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Él sólo trabajaba. De todos modos, había que decir en favor de los altos mandos que por lo menos habían conseguido mantener la existencia del Grupo A al margen de los medios de comunicación durante un mes y medio.

– ¿Tiene que ver con eso? -insistió Jonas Wrede-. No hemos tenido aquí a la policía criminal nacional desde ese incidente en el banco de Algotsmåla. ¿Está aquí por la investigación del Asesino del Poder?

– No estoy autorizado a revelar esa información -fue la respuesta que dio Hjelm con la esperanza de que esa especie de confirmación indirecta, formulada con estilo autoritario-administrativo, le facilitaría la tarea.

Y efectivamente así fue. Wrede se irguió orgulloso.

– ¿Qué se sabe acerca de los señores que regentan el restaurante Hal & Mal? -preguntó Hjelm-. Roger Hackzell y Jari Malinen.

– Así a bote pronto, creo que son trigo limpio -comentó Wrede reflexivo-. En cualquier caso, no recuerdo ningún incidente.

Su palabra favorita, pensó Hjelm, y se dejó transportar a un mundo mejor mientras Wrede, con manos diligentes, consultaba el ordenador. En ese mundo mejor había mujeres rubias y morenas que se intercambiaban las caras unas con las otras.

– Sí, los dos son trigo limpio -confirmó Jonas Wrede no sin cierta autocomplacencia-. No hay incidentes, es decir, desde que llegaron aquí, a Växjö.

– ¿Y el registro grande? -preguntó Hjelm sin dejar las caras de las mujeres.

– Bueno, eso nos llevará algo de tiempo…

– ¿Tengo que insistir otra vez sobre las prioridades? -dijo Hjelm, a pesar de que no había dicho ni una sola palabra sobre las prioridades.

Wrede le observó impresionado y se puso a teclear. Luego se quedaron un rato esperando. Wrede daba la impresión de querer decir algo. En cambio, Hjelm parecía que no iba a decir una palabra más en su vida. Como si se hubiese ido al más allá, simplemente.

Al final llegó la respuesta.

– No -dijo Wrede-. Nada. Los dos son trigo limpio. Aunque hay un asterisco en Malinen que remite a Finlandia. Puede que sea un posible incidente.

– ¿Hay alguna forma de obtener esa información?

La cara de Wrede se iluminó. Su pericia informática había sido observada por un pez gordo de la policía criminal nacional.

El pez gordo bostezó con ganas.

– Es posible que podamos encontrar ese dato a través de la red internórdica -explicó Wrede entusiasta-. No hay muchos que sepan cómo hacerlo -añadió.

A Hjelm le pareció que debía darle ánimos. Pero no podía. No podía volver del todo a este mundo.

Wrede tecleaba que daba gusto. Aunque el pez gordo se hallara en algún otro sitio, Wrede, definitivamente, estaba en su elemento.

– Malinen, Jari, 520613. En efecto, aquí hay un incidente: contrabando. Vamos a ver: sí, 1979, en Vasa, Finlandia. Condenado por tráfico ilegal de mercancías. Voy a ver si puedo encontrar más detalles.

– Cojonudo -consiguió pronunciar Hjelm.

– Sí, aquí hay algo que se parece a unas actas del juicio. Malinen fue condenado por dicho incidente el 12 de febrero de 1979, junto a un tal Vladimir Ragin: contrabando de alcohol desde el Leningrado de entonces. Los dos fueron sentenciados a dieciocho meses en una institución penitenciaria de régimen abierto. Malinen fue puesto en libertad al cabo de doce meses, pero Ragin cumplió la condena completa. Luego sólo hay una lista de nombres. Juez: K. Lahtinen; jurados: L. Halminen, R. Lindfors, B. Palo; abogado defensor: A. Söderstedt; fiscaclass="underline" N. Niskanpää; H. Viiljanen; testigos de la defensa…

– ¿Qué? -dijo Hjelm, y se tiró de cabeza a la gélida agua de este mundo-. ¿Cómo se llamaba el abogado defensor?

– A. Söderstedt -repitió Wrede.

– ¿Puedes buscar algo más sobre él?

– Bueno, podríamos ver si hay algún registro en el colegio de abogados o algo así -sugirió Wrede poniendo cara de hacker de catorce años que acaba de piratear el sistema informático del Pentágono.

De nuevo un rato de espera. Hasta que se oyó el liberador plin.

– Arto Söderstedt, licenciado en Derecho por la Universidad de Åbo, una carrera de cinco años que terminó en tres, empleado en el bufete de abogados más prestigioso de Vasa, Koivonen & Krantz, justo después de su graduación en 1975, a la edad de veintidós años. De hecho, durante unos meses de 1980 el bufete se llamó Koivonen, Krantz & Söderstedt. Se convirtió en socio con veintisiete años. A finales de ese mismo año, el bufete vuelve a llamarse Koivonen & Krantz. Después de 1980, Söderstedt no figura en el registro.

Hjelm se rió larga y ruidosamente. Escandinavia es un pañuelo, un maldito pañuelo. Wrede le observaba escéptico. Ese hombre, ¿era realmente quién afirmaba ser? ¿El héroe de Hallunda? ¿El investigador del caso del Asesino del Poder?

– De acuerdo -dijo Hjelm secándose las lágrimas. Había vuelto-. Vaya, vaya, creo que te voy a recomendar a mis jefes; da gusto cómo te mueves por el ciberespacio. Te estoy muy agradecido.

El inspector Jonas Wrede le siguió con la mirada desde la ventana mientras Hjelm se dirigía hacia el restaurante Hal & Mal. En sus ojos brillaban ambiciones aún no realizadas.

En un escaparate de la amplia avenida principal que cruzaba todo el centro de Växjö había un espejo. Hjelm se vio a sí mismo y se detuvo. El grano rojo había crecido aún más. Casi le cubría toda la mejilla. Parece un signo de interrogación, pensó.

Hal & Mal no había abierto todavía para el turno de noche, pero Roger Hackzell estaba dando vueltas por dentro limpiando copas como un barman de los de antes. Hjelm golpeó ligeramente el cristal del ventanal. Todo pareció congelarse y convertirse en hielo alrededor de Hackzell, pero consiguió acercarse patinando sobre el hielo hasta la puerta y abrirla.

– Un vodka -pidió Hjelm al entrar.

Hackzell le miró fijamente, regresó a la barra y le sirvió otro vaso de la botella de Absolut. Hjelm olió el claro líquido.

– No -dijo-. Esto no es Absolut Vodka, de Vin & Sprit. Yo diría que es un vodka estonio de sesenta grados diluido, de la fábrica Liviko en Estonia.

Hackzell se quedó perplejo. Fue como si se le cayera la cara sobre la barra, donde quedó tirada haciendo esfuerzos para respirar como un pez fuera del agua mientras Hjelm remataba la faena:

– No tienes antecedentes penales y es probable que estés bastante limpio, al fin y al cabo. Me imagino que es por eso por lo que reaccionas con tanta intensidad. Malinen sin duda se lo habría tomado con más calma, con su currículo. Pero no me interesas, ni Malinen tampoco. Contesta bien a mis preguntas y no perderás el restaurante ni tendrás que pasar por el trullo. Piénsatelo bien antes de responder, porque, como debe de haberte quedado claro ya, sé bastante más de lo que crees, y si te pillo en una sola mentira te detengo y te llevo a Estocolmo para un interrogatorio en condiciones. ¿Has entendido?

El hombre sin cara asintió con la cabeza sin pronunciar palabra.

– ¿De dónde procede el vodka? -preguntó Hjelm.

– De un par de tipos que vienen a hacer entregas de vez en cuando. Rusos. Se hacen llamar Igor e Igor.

De repente a Hjelm le invadió una peculiar calma. Había acertado. Incluso podría permitirse soñar un poco durante el resto del interrogatorio.

– ¿Sabes algo más sobre ellos?

– No, sólo aparecen de vez en cuando, así sin más. Por razones de seguridad, no tienen fechas fijas de entrega.

– ¿No has visto los dibujos de Alexander Brjusov y Valerij Trepljov en los periódicos? Incluso han salido en las portadas.

Roger Hackzell parpadeó asombrado.

– ¿Eran ellos? En tal caso, no se parecían mucho.

– Ponía claramente Igor e Igor en el texto.

– No lo he leído, sólo vi las portadas. Pero eso fue por lo del Asesino del Poder en Estocolmo. No tenía nada que ver con ellos. No entendí que hubiera alguna conexión. Lo juro.