– Yo pensaba que era el vodka lo que te gustaba -se extrañó Hjelm.
Anton Rudström lo reconoció enseguida.
– Vaya, vaya -dijo jovialmente-. El catador de vodka de Estocolmo. Señores, os presento al hombre que me compró una botella de vodka para que probara luego otra botella de vodka.
– Joder, macho, estaba convencido de que te lo habías inventado -reconoció un viejo y desdentado individuo mientras tendía la mano a Hjelm-. A mí tampoco me importaría ayudarte con una cata.
– Esta vez me temo que no -repuso Hjelm enseñando su placa-. Dispérsense.
Rudström también intentó dispersarse, pero sin mucho éxito.
– Ahora queremos que nos cuentes un poco la pelea en el restaurante Hal & Mal una noche durante la primavera de 1991 -preguntó Hjelm, y se sentó al lado de Rudström.
Chávez y Holm permanecieron de pie. Ninguno de los tres se sentía particularmente impresionante al lado del enorme Rudström.
– No sé nada de eso -respondió arisco.
– No estamos aquí para detenerte. Ni siquiera se puso una denuncia. Sólo intenta contestar lo mejor que puedas a nuestras preguntas y habrá más que media botella de vodka, te lo aseguro. Primero queremos saber por qué insistías en que fuera precisamente Misterioso, de Thelonius Monk, el tema que sonara mientras propinabas una monumental paliza a aquel pobre hombre.
Anton Rudström reflexionó. Tuvo que zambullirse y bucear entre metros cúbicos de etanol hasta encontrar la orilla del otro lado del río, donde buscaba a tientas entre la volátil arena.
– Guardo un vago recuerdo de que estuve a punto de matar a golpes a una persona. Después de eso se me fue la olla de verdad.
– ¿Tenías un gimnasio…? -empezó Hjelm.
– El Apollo -zanjó Rudström sin dudarlo un instante-. ¡El Apollo Gym! ¡Joder!
– Cuéntanos.
– Bueno. A ver… Siempre me entrenaba en el de Carlos y al final me dio trabajo allí. Un día pasé por un bonito local que se alquilaba, en pleno centro de la ciudad, un poco caro, cierto, una antigua tienda de no sé qué. Bueno, pues se me ocurrió entrar en el primer banco que vi para preguntar si me prestarían el dinero para montar un gimnasio allí -era sólo una idea, no tenía ni avales ni nada- y de repente me vi saliendo con un enorme crédito en el bolsillo. En esa época era así, te daban todo lo que pedías. Compré el mejor equipamiento que había y monté un verdadero gimnasio de lujo. Obviamente, estaba escrito que eso no iba a funcionar en un sitio tan pequeño como Växjö. Sólo fue cuestión de unos seis meses más o menos, luego todo se fue a la mierda; y de repente allí estaba, con el culo al aire y unas putas deudas millonarias sin saber muy bien qué había pasado. Me lo quitaron todo, así sin más.
Rudström chasqueó los dedos y se transportó a sí mismo a otra época. Hjelm le devolvió a la realidad.
– Fue en aquel tiempo cuando fuiste una noche a Hal & Mal. Sólo tú, el dueño y otra persona más. Era casi la hora de cerrar. De madrugada. ¿Te acuerdas?
– Vagamente -dijo Rudström-. Joder, necesito un trago.
– Después te daremos todos los tragos que quieras. Intenta hacer memoria.
Anton Rudström volvió a zambullirse en las aguas profundas de su mente.
– Estaba en un rincón tirando a los dardos. ¿Fue entonces, no? No me acuerdo…
– Sí, fue entonces. Sigue.
– Bueno… Ese tipo ya se encontraba allí tirando sus malditos dardos cuando yo llegué. El local estaba lleno, pero él seguía allí, en el rincón, tirando una hora tras otra. Empezó a mosquearme.
– ¿Por qué?
– Alguien me había dicho algo… Algo que hizo que me fijara en él, pues era un tipo bastante normal, si mal no recuerdo… Si no me hubieran comentado nada… Pero alguien me dijo que ese tipo… que él…
Rudström estaba a punto de volatilizarse e írseles de las manos. Los tres se dieron cuenta.
– ¿Fue algo que dijo o que hizo? -intervino Chávez-. ¿Algo en su comportamiento que te resultó irritante? ¿O algo que representaba? ¿Alguna característica? ¿Un tipo de persona especial? ¿Un inmigrante?
– Algo que representaba… -repitió Rudström mirando asombrado a Chávez-. Es verdad, el tipo representaba algo que me cabreó a lo bestia, y cuantas más cervezas me tomaba más me cabreaba. Le eché la culpa de toda la mierda que me habían echado encima.
– ¿Por qué él? -insistió Hjelm.
– Trabajaba en un banco -dijo Rudström claramente-. Eso es. Alguien dijo que trabajaba en un banco. Al final me desquició.
– ¿En la ciudad?
– No, en algún pueblo, creo. No sé. No era de Växjö ciudad, de eso estoy bastante seguro. No tengo ni idea de quién era. Pero por lo visto era un hacha con los dardos. Espero que no sufriera demasiados daños…
Se miraron los cuatro.
– Es posible que acabara bastante mal -dijo Hjelm-. Aunque no como tú piensas.
Puso dos billetes de cien en la mano de Rudström, que parecía ahogado en unos recuerdos que creía borrados para siempre.
– Joder, menuda paliza le di -se lamentó mientras un par de lágrimas resbalaban despacio por su mejilla, picada de cicatrices de los anabolizantes-. Joder.
Estaban a punto de marcharse cuando Kerstin Holm se acurrucó a su lado.
– Tengo que preguntarte una cosa, Anton. ¿Por qué querías escuchar Misterioso mientras le pegabas?
Él la miró a los ojos.
– Es que es la hostia de bueno ese tema -dijo-. Aunque ahora se me ha olvidado cómo era.
Ella le acarició suavemente el brazo.
– Pero a él seguro que no se le ha olvidado -repuso Kerstin Holm.
En su distracción, fueron a parar a lo que creían era un café hasta que les pusieron sus hamburguesas con M mayúscula en los envases. Estaban sentados en la terraza de McDonald's, en la amplia calle peatonal que atravesaba todo el centro de Växjö. Era ya por la tarde.
– Misterioso -dijo Kerstin-. Es el típico juego de palabras de Monk. Hay una especie de niebla en el título que no se oye. Detrás del mystery, misterio, está mist, niebla. Al pronunciar la palabra no se oye la niebla. Está oculta en el misterio más explícito. Aun así, está e influye. En la música también. El misterio es inmediato, intangible, desde luego, pero aun así físicamente palpable. La niebla de dentro resulta más difícil de apreciar, pero es en ella donde nos perdemos.
Hjelm se había perdido. Había algo en algún sitio que se le había escapado, que se le había pasado por alto, pero que había estado allí de manera… de manera «físicamente palpable», eso es, pensó. Alguien había dicho algo. Le estaba sacando de quicio.
– ¿Se te ha ocurrido ya? -preguntó Chávez, y dio un mordisco a su Cuarto de Libra con Queso.
– Está allí, justo debajo de la superficie -dijo Hjelm.
-I know how you feel [53] -masticó Chávez-. Como dijo Basil en Fawlty Towers. Tienen un cliente muy molesto en el restaurante y al servirle se equivocan de plato tres veces. Al final, la mujer de Basil, ¿cómo se llama?… Sybil, le sirve un plato equivocado a propósito. Y Basil dice entre dientes: I know how she feels [54].
– ¿Y qué tiene que ver con todo esto? -preguntó Holm perpleja.
– Ni una mierda. Conversación, creo que se llama…
Banco, pensó Hjelm hurgando en su banco de memoria. Nada, ni un extracto de la cuenta.
– ¿Qué hacemos si no se te ocurre nada? -dijo Chávez-. ¿Haremos desfilar a todos los empleados de banca de la provincia de Småland ante los ojos del señor Alcohólico Perdido?
– Deben de haberle reconstruido la dentadura y la fractura del brazo, si es que se lo rompió -comentó Holm.
– Sigue siendo demasiado rebuscado -dijo Chávez-. Nada que podamos presentar a Hultin. Al menos, todavía no. El tipo recibió una paliza mientras sonaba la cinta Misterioso de Hackzell, vale; pero de ahí a que tenga la cinta en su poder hay un paso largo.