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– No debieron personarse dos policías -dijo apagado-. Siempre era sólo uno.

Hultin se levantó.

– Como comprenderá, le vamos a trasladar directamente a los calabozos -le informó mientras abría la puerta-. Va a ser detenido por intento de homicidio de un agente de la policía, pero la acusación formal incluirá bastantes más cargos. No creo que sea necesario que le recuerde la conveniencia de que contrate a un buen abogado.

En el pasillo, Jan-Olov Hultin se permitió el lujo de frotarse las manos. El trío siguió apresurado hacia una de las secciones más apartadas del edificio de la policía. Hultin tenía una tarjeta y un código que le daba acceso a esos pasillos de luz mortecina. Abrió bruscamente la puerta de uno de los despachos. Dos fornidos caballeros de unos cuarenta años, enfundados en sendas cazadoras de cuero, levantaron la mirada de la pantalla del ordenador. Acto seguido, y como por arte de magia, se sacaron de la manga unas gigantescas pistolas con silenciador y apuntaron a Hultin, Söderstedt y Norlander.

– Bonita demostración -comentó Hultin con voz neutra.

– No tienes ningún derecho a pisar esta zona, Hultin -le espetó Gillis Döös áspero-. Fuera de aquí antes de que llame al guardia.

– No nos iremos de aquí hasta que nos digas qué cojones pasó con esa investigación que usted, señor Max Grahn, ocultó sobre el asesinato de Valerij Trepljov, encontrado en una cámara acorazada en el pueblo de Algotsmåla, Småland.

Gillis Döös y Max Grahn se miraron.

– Eso es confidencial -repuso Döös con una voz un poco distinta.

– ¿Desde cuándo tenéis derecho a decir que sois de la policía criminal nacional? ¿Y qué coño pasó con el intercambio de información? ¿Os dais cuenta de hasta qué punto habéis entorpecido esta investigación con vuestro maldito secretismo y esas grotescas intervenciones que hacéis? ¿Os dais cuenta de cuántos de vuestros queridos empresarios han muerto por vuestra culpa? Que vosotros dos habéis matado indirectamente…

Max Grahn carraspeó. Tenía la cara algo más pálida que hacía un minuto.

– Andábamos detrás de Igor e Igor mucho antes de que se les implicara en este caso. Cuando aquel celoso comisario de Växjö llamó comprendimos que era Trepljov a quien habían encontrado en la cámara, y nos encargamos del caso enseguida. Estaban bien establecidos en esa parte de Småland. Nos habíamos dado cuenta de que formaban parte de una maniobra de infiltración soviética en el país, una operación de enormes consecuencias.

– ¿Y luego nos dejáis con toda esta maldita pista mafiosa sin proporcionarnos ni la más mínima ayuda?

– Hemos seguido dos líneas de trabajo -indicó Gillis Döös-. Una: la pista de la mafia rusa. Dos: la pista de Somalia. Ambas investigaciones son alto secreto. Por la seguridad del reino.

– ¿Qué coño es la pista de Somalia? -gritó Hultin.

– ¡Sonya Shermarke, por Dios! -exclamó Döös-. La limpiadora que habéis ignorado por completo. La que «encontró» el cadáver de Carlberger. Pues resulta que ella, junto con todo un grupo de potenciales terroristas somalíes, residía ilegalmente en el país. Se hizo pasar por asistenta para infiltrarse en las familias más importantes del barrio de Djursholm. Llevamos más de un mes interrogándola a ella y sus cómplices. Dentro de nada les pillaremos.

– Ah, sí, ahora me acuerdo -dijo Hultin caústico-. ¡Eso es! Siete niños somalíes, sus cinco madres y padres y un pastor de Spånga. ¡La unidad de élite! Sentenciados a expulsión y aterrorizados, se ocultaban en un pequeño apartamento en Tensta, protegidos por la iglesia del barrio. Menudo triunfo. Siete niños. ¿Habéis interrogado también a los niños durante un mes en vuestros sótanos?

– ¿Sabes para qué utilizan a los niños los terroristas modernos? -preguntó Gillis Döös con el semblante muy serio.

– Dejemos ese tema por el bien de mi úlcera -replicó Hultin con un gesto relativamente conciliador-. ¿Y qué habéis sacado del cegado Trepljov en Algotsmåla?

– Está claro que se trata de un ajuste de cuentas del mundo del hampa -dijo Grahn-. Alguien quería entrar en los dominios de Igor e Igor. Hoy en día las distintas facciones de la mafia se encuentran más o menos en guerra abierta por el dominio del mercado sueco.

– ¿Y el vínculo con el Asesino del Poder? -preguntó Hultin suavemente.

– Estamos investigando las conexiones entre los somalíes y los rusos. Con toda probabilidad se trata de una conspiración entre los dos grupos con cimientos en el viejo comunismo.

Hultin enderezó un poco la espalda, conservando todavía un aspecto bastante apacible. Söderstedt y Norlander temieron los daños colaterales de un cabezazo bien dirigido en una habitación como ésa. Sin embargo, en su lugar, Hultin optó por asestar un cabezazo metafórico; siguió con voz suave:

– Durante más de un mes habéis entendido que localizar a Igor e Igor era de gran importancia para nuestra investigación, al menos habréis visto la orden de busca y captura en los periódicos. Habéis obstaculizado grave y conscientemente una investigación que anoche, en la tele, sin ir más lejos, el jefe de la DGP consideró la más importante desde el asesinato de Olof Palme. Además de eso, habéis empleado el nombre de la policía criminal como tapadera para un encubrimiento no sólo contrario a cualquier norma del cuerpo sino también absolutamente ilegal. Todas estas acciones no sólo son faltas graves en el ejercicio de vuestras funciones, sino también directamente criminales. Ahora mismo voy a ir al jefe de la DGP para informarle de vuestras actividades y calculo que esta tarde ya no estaréis en el cuerpo. Podéis empezar a hacer las maletas ahora mismo.

– ¿Nos estás amenazando? -preguntó Gillis Döös mientras se levantaba.

– Yo diría que más que una amenaza se trata de una promesa -aclaró Hultin mostrando una afable sonrisa.

31

Gunnar Nyberg se alimentaba a través de una sonda. Le sobresalía un tubo entre el vendaje, que le cubría casi por completo la cabeza desde la coronilla hasta el cuello, por el que corrían enormes cantidades de sopa. Lo único que se le veían eran los ojos, que parecían brillar de felicidad.

– Como acabo de comunicar al señor Nyberg -explicó el médico a los tres visitantes-, hemos comprobado que podrá recuperar la garganta del todo. La bala no tocó la arteria carótida ni la laringe por un centímetro, pero atravesó la parte superior del esófago, justo por debajo de la faringe. Dentro de poco volverá a cantar, pero le llevará un tiempo antes de que pueda comer con normalidad. Además, el hueso molar izquierdo y el hueso maxilar superior izquierdo están destrozados. Sufrió una contusión bastante grave y unas cuantas lesiones en la piel de la cara. Todos estos daños de los que estoy hablando se localizan de los hombros para arriba. Por lo demás, tiene cuatro costillas rotas, una fractura en el brazo derecho, así como una buena muestra de heridas superficiales y hematomas prácticamente por todo el cuerpo. Pero aun así -añadió el médico, y con esto les dejó solos-, parece estar bastante animado.

Nyberg ya se había agenciado una pequeña pizarra negra donde podía escribir mensajes con una vacilante mano izquierda. Escribió: «¿Igor?».

Hjelm asintió con la cabeza y dijo:

– Alexander Brjusov. Tu estúpida embestida al coche descubrió toda la conexión que hay entre Viktor X y Lovisedal, unos lazos bastante sólidos. Con toda probabilidad, Brjusov se convertirá en el principal testigo de la acusación.

Nyberg escribió: «¿Pero no nuestro hombre es?».

Hjelm se sirvió de Chávez y Holm para interpretar tanto los garabatos como la construcción de la frase.

– No -dijo Chávez-. Brjusov no es nuestro hombre. El que buscamos es un empleado de banca normal y corriente.

El montón de vendajes se estremeció. Tal vez podía interpretarse como una risa.