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– Pondremos en marcha una operación de búsqueda y captura ahora mismo -intervino Hjelm-. Quizá estés de vuelta antes de que lo cojamos.

Nyberg movió enérgicamente la cabeza vendada. Los tubos conectados al parque mecánico que le rodeaba se balancearon de manera inquietante. Un aparato emitió un pitido como del susto. Nyberg escribió: «Qué va. Dentro de un par de días será vuestro». Acto seguido lo borró y escribió un nuevo mensaje: «Missa» ponía, nada más.

– ¿Misa, qué? -se extrañó Hjelm.

– ¿Qué misa? -preguntó Chávez.

– Ajá -dijo Kerstin Holm desde los pies de la cama de Nyberg.

Se le acercó, se sentó en la silla a su lado y le cogió de la mano, la única parte de piel visible entre tanta blancura. Luego entonó con voz clara y limpia durante diez segundos y empezó a cantar. Era la voz de soprano de la Missa papae Marcelli de Palestrina.

Nyberg cerró los ojos. Hjelm y Chávez se quedaron inmóviles.

Cuando regresaron a la comisaría había un fax reciente encima de la mesa de Hjelm. Como Hultin le esperaba en el centro de mando, echó un rápido vistazo al fax mientras salía del despacho. Hasta que no llegó al pasillo, su cerebro no reaccionó ante el nombre de remitente: comisario Erik Bruun, distrito policial de Huddinge. Hjelm volvió a su escritorio.

Bruun escribió: «Quería contártelo antes de que te enteraras por la prensa. Anoche, Dritëro Frakulla se suicidó en su celda de la cárcel de Hall. Ahora por lo menos la familia se puede quedar en el país. Intenta que esto no afecte a tu trabajo. Sólo hiciste lo que debías. Cordiales saludos, Bruun».

Anoche, pensó Hjelm con el fax pegado a sus dedos. Una extraña noche. Le pegan un tiro a Gunnar Nyberg en Lidingö, asesinan a Ulf Axelsson en Gotemburgo, Dritëro Frakulla se quita la vida en Norrköping e identificamos a Göran Andersson en Algotsmåla. Y todo está relacionado con todo de alguna difusa manera.

Suecia es un país pequeño, pensó a la vez que se decía a sí mismo que debería haber pensado otra cosa distinta.

El fax seguía pegado a sus dedos cuando entró en el centro de mando. El Grupo A estaba reunido. Era la primera vez que veía a Hultin desde que regresó de Växjö.

– Un trabajo excelente en Växjö -reconoció Hultin mirándolo inquisitivamente.

Un trabajo estupendo, pensó Hjelm, y por un momento le pareció que estaba hundido en la mierda, pisando el cadáver de Dritëro Frakulla para poder sacar la nariz a la superficie. Se sacudió la imagen, soltó el fax de sus manos sudorosas y se sentó.

– Gracias -dijo.

– Tan excelente que incluso he decidido ignorar el plazo de tiempo transcurrido entre el descubrimiento del nombre y el momento en que lo comunicasteis.

Los elogios de Hultin raramente resultaban unívocos. Continuó tranquilo:

– Bien. Por lógica, toda la vigilancia se ha trasladado desde la junta directiva del Grupo Lovisedal, año 1991, a la del Sydbanken, año 1990. Daggfeldt, Strand-Julén, Carlberger, Brandberg y Axelsson están muertos. Por desgracia, la junta constaba nada menos que de doce personas más. Ocho en Estocolmo, dos en Malmö, una en Örebro y otra en Halmstad. Al gotemburgués de la pandilla ya le ha eliminado. De esos doce, hemos dado con nueve y los hemos puesto bajo vigilancia. Uno se halla en el extranjero y a dos aún no los hemos encontrado. Por suerte, ambos son de Estocolmo, un tal Lars-Erik Hedman y un tal Alf Ruben Winge. Localizarlos tiene máxima prioridad. Esta mañana hemos dictado una orden de búsqueda para el Saab 900 verde de Göran Andersson y resultó que ese coche, sin matrícula y con el número de bastidor borrado con una lima, llevaba casi un mes en manos de la policía de Nynäshamn. Los forenses lo están examinando en estos momentos, pero el informe preliminar afirma, y no debe sorprender a nadie, que no parece tener huellas. En cuanto al propio Andersson, hemos emitido una orden de busca y captura a nivel nacional, y su foto más reciente se ha enviado a todos los distritos policiales y puestos fronterizos del país. La cuestión que ahora mismo se está debatiendo en las más altas esferas es si hacerla pública para poder contar con ese Gran Detective que son los ciudadanos.

– Creo que sería un grave error -intervino Söderstedt-. Mientras él no sepa que nosotros sabemos, se sentirá relativamente seguro.

– Sí, claro -constató Hultin-. Pero se trata de hacer que Mörner y compañía también lo vean así.

– Hazlo lo mejor que puedas -dijo Söderstedt-. Dispones de unas cuantas armas secretas.

Hultin le echó una severa mirada y continuó:

– Las prioridades son más o menos éstas. Uno: localizar a Hedman y Winge. Dos: comprobar todos los potenciales contactos que Andersson pudiera haber tenido en Estocolmo para intentar dar con el domicilio en el que debe de estar viviendo desde febrero; ya hemos dado con esa tienda de dardos en el casco viejo, pero debemos encontrar más contactos, la Asociación de Dardos o lo que sea. Tres: presionar un poco a Lena Lundberg con la ayuda de ese tipo de Växjö, Wrede, el de los «incidentes». Cuatro: salir con la foto de Andersson a los bajos fondos.

Hultin hizo una pausa y consultó sus papeles.

– Procederemos de la siguiente manera: en ausencia de Nyberg, Chávez acompañará a los de la policía criminal de Estocolmo por el mundo del hampa; Holm vuelve a Växjö y se alía con Wrede para comprobar posibles círculos de amigos y demás contactos que tenía Andersson en Estocolmo; Norlander irá a la tienda donde encargó sus dardos y a la Asociación de Dardos y luego, con la ayuda de agentes de distintos distritos, comprobará hoteles y alquileres de apartamentos en torno al 15 de febrero; Hjelm y Söderstedt localizarán a Hedman y Winge. Recordad que todo el maldito cuerpo de policía está a vuestra disposición. Y como siempre, evitad cualquier contacto con la prensa y la Säpo. Ahora son las doce y estamos a 29 de mayo. Hoy hace exactamente dos meses que Göran Andersson inició su serie de asesinatos. Asegurémonos de que el número de víctimas no sean más de cinco y que el caso no vaya más allá de los dos meses.

Kerstin Holm volvió a Växjö y, tal y como Hultin lo había expresado, «se alió» con Jonás Wrede. Éste puso cara de susto cuando ella entró por la puerta. Wrede pensó que su negligencia en el caso Trepljov sería sólo un mal recuerdo y ahora tenía que pasar un día más a la sombra de sus alas. Holm no tardó en darse cuenta de que el círculo de amistades de Göran Andersson se reducía, fundamentalmente, al club de dardos. Bien es cierto que había sido la gran estrella del club, pero allí no había nadie que de manera clara reconociera ser su amigo. Y nadie sabía nada de sus posibles contactos en Estocolmo. Volvieron a visitar a Lena Lundberg pero fueron incapaces de «presionarla un poco»; a sus ojos, resultaba obvio que no sabía nada.

Jorge Chávez tampoco tuvo fortuna en su recorrido por el mundo del hampa de Estocolmo. A nadie le sonaba la cara de Göran Andersson. Chávez pensaba que le había tocado una mierda de trabajo, el peor de todos.

Viggo Norlander compartía el sentir de Chávez. En la tienda de dardos tenían que buscar a Andersson en los ficheros del ordenador. El hombre tras el mostrador se acordaba de los dardos de punta larga, pero de nada más. Andersson siempre los había encargado por correo. En la Asociación de Dardos nadie sabía nada de Göran Andersson, pero al final dieron con su nombre en unas listas de resultados de las competiciones regionales de Småland, siempre en el primer puesto. Les asombraba que, al parecer, nunca hubiera salido de su provincia a competir, a pesar de que en varias ocasiones había vencido a miembros de la selección nacional. Con ayuda de un auténtico contingente de agentes de la policía criminal nacional y de la policía de Estocolmo, Norlander dedicó el resto del día a visitar todos los hoteles de la ciudad y a comprobar los anuncios de alquiler de los periódicos y de las Páginas Amarillas del 15 de febrero en adelante. En los hoteles no hubo suerte, pero algunas de las personas que alquilaban apartamentos parecieron reconocer, por teléfono, la vaga descripción de Göran Andersson. No obstante, resultó que, al ver la foto, todos ellos se habían equivocado. Norlander y sus hombres perseveraron en su búsqueda.