– La verdad es que no lo sé -reconoció Lisa Hägerblad-. Todo lo que dice es correcto. A menudo hablo con ella por teléfono, pero enseguida le paso la llamada a Alf Ruben. Ni siquiera he arreglado un solo encuentro con ella, y eso que siempre soy yo la que organiza su agenda. ¿Pero no ha hablado con Johannes?
– ¿Johannes Lund en Essingen? Él no sabe nada -dijo Chávez.
Lisa Hägerblad se rió ligeramente.
– Bueno, bueno -dijo-. Como prefiero tener a Alf Ruben de jefe antes que a Johannes, supongo que debería contarles todo. Alf Ruben Winge y Johannes Lund son como padre e hijo; Alf Ruben ya ha nombrado a Johannes su sucesor y le ha legado la empresa en su testamento. Si Alf Ruben muere, Johannes heredará la empresa, y entonces no me cabe la menor duda de que nos despedirá a todos en favor de gente más joven.
– ¿Sabe si Lund ha conocido a Anja?
– Estoy plenamente convencida de que sí. A menudo celebran cenas de negocios con sus respectivas parejas en las que la respectiva pareja no es la legítima, por decirlo de alguna manera.
Chávez llamó a Hultin en seguida.
– ¿Sí? -dijo Hultin.
– ¿Dónde estáis? -preguntó Chávez.
– Volvemos con la esposa en Narvavägen a ver si le sacamos algo más del círculo de amistades. Ahora pasamos -el teléfono empezó a entrecortarse- el túnel debajo de Fredhäll. ¿Me oyes?
– Mal. Daos la vuelta. Volved a casa de Lund. Él hereda la empresa UrboInvest si Alf Ruben Winge muere. Repito: Johannes Lund hereda UrboInvest si muere Alf Ruben Winge. Tiene todas las de ganar si cierra la boca sobre el tema de Anja. Con toda probabilidad sabe quién es ella.
– De acuerdo -chisporroteó Hultin-. Creo que he captado la idea general. Volvemos a Stora Essingen.
Hultin colgó justo cuando el coche salía del túnel. Llamó a Söderstedt, que iba un par de coches por detrás, y giraron en la cuesta de Fredhäll, regresaron por el túnel, atravesaron el puente de Fredhäll y Lilla Essingen. Un par de individuos valientes estaban nadando entre las rocas de Fredhäll, donde el sol de poniente empezaba a teñir las olas de color rojo.
No advirtieron la belleza del lago Mälaren. A pesar de que llevaban un par de minutos fuera del túnel, era como si siguieran todavía dentro. Al final del túnel se atisbaba una oscura luz con el nombre de Göran Andersson, pero de momento estaba oculta por otra llamada Johannes Lund. Söderstedt, que intentaba con todas sus fuerzas no perder de vista al coche de Hultin conduciendo a toda velocidad, se preguntaba, no sin cierta esperanza, si Hultin volvería a emplear su durísimo hueso frontal.
Lund estaba sentado fumando a orillas del agua. El mono colgaba en el borde del sofá-balancín, que se mecía ligeramente, y las nubes de humo del tabaco, que se arremolinaban en torno a su robusto cuello para luego evaporarse hacia arriba, parecían muy contentas.
Hultin agarró el balancín al vuelo y lo empujó con vehemencia. Johannes Lund cayó al césped y se manchó de verde los codos de la camisa blanca. Al ver a los policías no pronunció palabra, sólo se levantó despacio. Ahora su mirada era otra. Estaba dispuesto a defender su herencia con uñas y dientes.
– Rápido -exigió Hultin con voz neutra-. Anja.
– Como les acabo de explicar, no sé…
– Si Winge muere será acusado de cómplice de asesinato. Ésta es su última oportunidad para decirnos algo. Luego lo detendremos y lo llevaremos a comisaría.
– No tienen ninguna oportunidad de procesar me -dijo Lund sereno mientras miraba sus codos manchados y seguía dando caladas a su cigarro-. Simplemente no sé quién es esa Anja. Y si por casualidad la he visto en alguna ocasión, nadie se ha molestado en presentármela.
– ¿Está seguro de que quiere hacer esto por las malas? -preguntó Hultin tranquilamente.
– ¿Por qué no? -repuso Lund con chulería-. Lléveme a comisaría, adelante. Me sacarán dentro de una hora. Será tiempo suficiente para que el venerado Alf Ruben Winge muera. No tiene nada que ver conmigo.
– No me ha entendido -dijo Hultin, y acto seguido le dio un cabezazo que le rompió la ceja derecha-. Ir a comisaría sería hacer las cosas por las buenas. Las malas no han hecho más que empezar.
Johannes Lund se quedó mirando atónito la sangrienta mano que acababa de separar de su frente.
– ¡Pero, Dios mío! -exclamó-. Mi mujer y mis hijos nos están viendo por la ventana.
– Y vaya un espectáculo que les vamos a dar si no sueltas el nombre de Anja ahora mismo.
– Creí que la brutalidad policial sólo era algo que salía en la prensa -se quejó Lund, y recibió otra muestra.
Lund se retorcía jadeando en el suelo. Hultin se inclinó sobre él mientras hablaba despacio:
– Hay demasiado en juego para usar guantes de seda. En el transcurso de las próximas horas tenemos la oportunidad de coger al peor asesino en serie que ha conocido este país en décadas. Luego se nos escapará. Hoy sabemos quién será su víctima. Es ahora o nunca; no creo que surja otra oportunidad igual jamás. Y como comprenderá, no voy a dejar que sus ambiciones empresariales le salven. Entiendo que lo veas como una aparición providencial para hacerte con el poder de UrboInvest. Incluso lo puedo comprender. Pero si no escupes todo lo que sabes acerca de Anja te vamos a hacer mucho daño. Así de sencillo.
– Tiene algún apellido finés -bufó Lund-. Parkkila, Parikka, Parliika. Algo así. Vive en el barrio de Söder. Eso es todo lo que sé.
– ¿El nido de amor es su casa?
– De eso no tengo ni idea, ¡lo juro!
– ¿No han participado en orgías con ella, usted y sus diferentes parejas? -le interrogó Hultin diabólicamente.
– ¡Por Dios! -gimió Lund.
– ¿Es una prostituta? ¿Una callgirl?
– No. No creo. No lo parece. Es otro tipo de mujer. Un poco tímida.
– Gracias por su buena voluntad -dijo Hultin mientras se levantaba-. Si resulta que nos ha mentido u ocultado alguna información, volveremos para profundizar en la esencia de esta conversación. ¿Tiene usted algo que añadir o modificar?
– ¡Que el infierno madero sea suficientemente grande para que quepáis allí los dos!
– Creo que ya está bastante lleno -replicó Hultin antes de alejarse.
– Parkkila, Parikka, Parliika -dijo a Söderstedt mientras se acercaban a los coches-. ¿Cuál es el más probable?
– Parkkila y Parikka son apellidos -explicó Söderstedt-. Parliika no.
– Comprueba si hay alguna Anja Parkkila o Anja Parikka en Södermalm -dijo Hultin-. Y luego todas las Parkkila o Parikka en todo Estocolmo.
Söderstedt llamó a información de números telefónicos. Había una Anja Parikka en Bondegatan, en Södermalm, pero ninguna Anja Parkkila. Además, había otros seis Parikka dentro de una radio razonable, tres con el prefijo 08, de Estocolmo, dos con el 018, de Uppsala, y uno con el 0175. Söderstedt apuntaba agresivamente en su cuaderno.
– ¿De dónde es el prefijo 0175? -preguntó.
– Hallstavik-Rimbo -respondió la voz del servicio telefónico, y le dio una dirección del pueblo de Rimbo. Era la última.
– Gracias -dijo Söderstedt, colgó y marcó el número de la Anja Parikka que residía en la calle Bondegatan. No hubo respuesta.
– Anja Parikka -indicó Söderstedt a Hultin, que estaba esperando delante de su coche-, Bondegatan 53. Nadie coge el teléfono.
– Voy para allá -dijo Hultin subiendo al coche de un salto-. ¿Cuántos más? -gritó a través de la ventanilla bajada saliendo marcha atrás de la casa de Johannes Lund.
– Seis Parikka. Tres por la zona de Estocolmo, dos en Uppsala y uno en Hallstavik-Rimbo.
– Comprueba si los de Estocolmo son familia. Pon a Chávez y a Hjelm con los demás. Ellos ya están por el norte.
Hultin se fue. Söderstedt llamó a Chávez.
– Se llama Anja Parikka; una erre y dos kas. Vive en Södermalm. Probablemente está fuera. Hultin va para allá. ¿Dónde estáis?