– Los padres de Anja Parikka tienen una casita en esta colonia de aquí arriba -dijo Hjelm mientras sentía cómo la mano de Kerstin le tocaba el hombro. Por un breve, muy breve instante, él pasó la mano por encima de la de ella. Acto seguido se separaron.
Un Volvo Turbo irrumpió en esa pequeña callejuela de nombre Lignagatan. Bajaron Hultin y Norlander, y subieron al Mazda. Empezaba a haber poco espacio en el interior del coche.
– Arto llega enseguida con un plano -informó Hultin saludando con un breve movimiento de cabeza a Kerstin Holm-. Y tú has vuelto. Bien. Conseguí dar con un individuo del registro de la propiedad del Ayuntamiento. Arto ha ido a verlo, espero.
– Entonces, ¿no vamos a llamar a los francotiradores de las fuerzas de intervención y gente así? -preguntó Hjelm esperanzado.
– No -dijo Hultin secamente. Un «no» cargado de significado.
Tuvieron que esperar un buen rato antes de que el coche de Söderstedt entrara en Lignagatan. Salió blandiendo el mapa en el aire. Todos bajaron del coche y fueron a su encuentro. Hultin cogió el mapa y estuvo mirándolo un rato.
– ¿Y el hielo se ha roto? -preguntó Söderstedt a Chávez.
– Por fin.
– ¡Atención! -exclamó Hultin al cabo de un rato, y todos se reunieron en torno al mapa-. Aquí está la casa -siguió Hultin señalando con el dedo-. ¿Vale? ¿La veis todos? Se encuentra al otro lado de un pequeño sendero casi en el punto más elevado de la colonia. Si vamos con mucho cuidado, podemos llegar pasando desapercibidos hasta esta casa de aquí, a este lado del sendero. Es la casa más cercana a nuestro objetivo; se halla justo enfrente. La puerta da en esta dirección, o sea, alejada de la casa de Parikka. Será nuestro primer punto. Punto uno. Uno de vosotros subirá hasta allí el primero para ver si hay algún tipo de movimiento en la casa objetivo. Por lo demás, hay un par de casas en los alrededores que podrían ser posibles puntos de vigilancia: las dos al otro lado de la casa objetivo, de modo que vais a tener que ir dando un rodeo por la parte alta, por aquí. Una está situada justo encima de la casa objetivo, en diagonal, en el lado opuesto; es esta de aquí, el punto dos. Y la otra casa está un poco por debajo, en la cuesta que baja hacia el agua de Hornstull Strand; aquí, el punto tres. Con estos tres puntos tendremos cercada la casa objetivo, de modo que nadie pueda entrar o salir sin ser visto. El punto uno cubre toda la parte delantera de la casa objetivo, la que da al sendero. El punto dos cubre la parte de arriba y buena parte de la parte de atrás. El punto tres cubre la parte de abajo y el resto de la parte de atrás. Por lo tanto, en el punto uno ponemos a nuestro primer hombre, que será seguido por otra persona, ya que se trata de nuestro principal punto de vigilancia. Luego un hombre en cada sitio de los puntos dos y tres. ¿Entendido? Fijaremos un lugar de encuentro justo debajo de la cuesta desde donde lo coordinaremos todo. Allí estaremos Norlander y yo para dirigir la operación.
Resultaba difícil saber si Viggo Norlander estaba aliviado o decepcionado. Hultin se aseguró su adhesión añadiendo:
– El papel de Viggo es el más importante de todos. Es vuestro apoyo de tiro más cercano e inmediato. Ahora: ¿a quién se le da bien forzar una cerradura, rápido y en silencio?
Los integrantes del Grupo A se miraron.
– Yo puedo hacerlo -se ofreció Chávez.
– De acuerdo -dijo Hultin-. Tú serás el primer hombre en subir. Te seguirá Hjelm. Cuando lleguemos al lugar de encuentro al pie de la cuesta, subes tú directamente. Tendrás que escalar un poco al principio, luego se va allanando. La primera casa a la que llegues se ve desde nuestro lugar de encuentro. Es esta de aquí. -Hultin iba señalando todo el tiempo sobre el plano y dibujando líneas naranjas que brillaban tenuemente en la noche.- Pasas esa casa y luego tres más, ¿las ves aquí? El sendero gira un poco por encima del punto uno; deberías verlo una vez que hayas pasado la cuarta casa. Cuando veas el sendero, tendrás el punto uno justo enfrente. Estas instrucciones también van para ti, Paul.
– Sólo una cosa -intervino Hjelm-. ¿Sabemos si las casas de los tres puntos de vigilancia están habitadas?
Hultin le miró.
– No -dijo-. Es un cálculo de probabilidades. La mayoría de los propietarios de estas parcelas sólo están durante el día ocupándose de sus huertos. Pero existe el riesgo de que haya gente. En tal caso, tendríamos que cambiar nuestros planes.
– Además, la ruta que indicas atraviesa bastantes parcelas. Imagina que alguien está en casa y empieza a dar voces porque pisamos sus primorosos tulipanes.
– Ni que decir tiene que hay que desplazarse con la máxima agilidad y discreción -replicó Hultin sin desviar la mirada de Hjelm.
¿Podría ser que Hultin hubiera pasado por alto algunos aspectos de la operación?
– Alejaos lo máximo de las casas -siguió Hultin-. No podemos llevar a cabo una evacuación; eso sin duda alertaría a Andersson. Bueno, punto dos, Kerstin; punto tres, Arto. Os vais al mismo tiempo que Hjelm, una vez que Jorge haya dado luz verde desde el punto uno, aunque tenéis que desviaros un buen trecho hacia la izquierda antes de empezar a subir la cuesta. Enseguida daréis con un camino un poco más ancho por aquí, lo seguiréis dando un rodeo. Cuando el camino se cruza con el sendero, aquí, empezáis a contar, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve casas. A la altura de la novena casa, Kerstin gira, entra y avanza tres casas hacia dentro. La tercera casa constituye el punto dos. La puerta da hacia arriba y debe de ser invisible desde la casa objetivo. Arto sigue por el camino y pasa cuatro casas más hasta que el sendero empieza a descender de forma muy acusada. A partir de donde entre Kerstin, cuentas cuatro casas más y te metes. Allí se trata también de ir a la tercera casa. La puerta es un poco más problemática, posiblemente resulta visible desde el objetivo. Se requiere algo de cautela para forzar la cerradura en la oscuridad sin que nadie te oiga ni te vea.
Hultin hizo una pausa. Luego asintió con la cabeza, bajaron corriendo por la pendiente de hierba y entraron en Tantolunden, sumido en una extraña oscuridad, un agujero de negrura silenciosa en medio del ruidoso resplandor de la ciudad.
– Éste será el lugar de encuentro -susurró Hultin, que desplegó el mapa y se puso a repartir pequeñas linternas y walkie talkies que iba sacando de una bolsa-. Usad los pinganillos. Mantened también los móviles encendidos por si acaso, pero, por el amor de Dios, no hagáis llamadas a menos que sea absolutamente necesario. Y también las linternas se reservan para casos de extrema necesidad. Jorge, Kerstin, Arto, ¿lleváis ganzúas adecuadas? Si no, yo tengo en mi bolsa.
Los tres cogieron un juego de ganzúas.
– Vale. Largaos -dijo Hultin.
Jorge empezó a subir trabajosamente la empinada pendiente y desapareció de la vista. Esperaron durante cinco terribles minutos. Luego todos escucharon la voz de Chávez por los pinganillos.
– De acuerdo -susurró sin aliento-. Punto uno ocupado. La casa está vacía, menos mal. Paul, la segunda casa que vas a pasar, en cambio, está habitada. Hay un hombre sentado en la terraza mirando a la bahía de Årsta. Puedes pasarlo por la parte de atrás de la casa. Por lo demás, no hay nadie. Respecto a la casa objetivo, tiene estores negros bajados en todas las ventanas. Pero hay movimiento por detrás. Da la impresión de que hay luces encendidas allí dentro. Göran Andersson está aquí. Repito: nuestro hombre está aquí. Cambio.
– Mando el resto de las fuerzas ahora mismo. No hagas nada hasta que ellos no estén en sus puestos. Corto y fuera -terminó Hultin.
Holm y Söderstedt se dirigieron hacia la izquierda. Hjelm subió por la pendiente siguiendo las huellas de Chávez. El tipo de la segunda casa ya no estaba sentado en la terraza. Se entretenía con las rosas en plena noche. Hjelm se escondió detrás de unos arbustos y se quedó esperando allí durante unos tres minutos que le parecieron horas. Vio perfilarse en la noche la silueta negra del individuo, que acariciaba sus queridas rosas despacio, ligeramente bebido. Hjelm escuchó por el auricular cómo primero Kerstin y luego Arto ocupaban sus puntos. Sus casas también estaban vacías. Notó la tensa espera en sus voces, pero no podía hacer nada de nada. Por fin el hombre terminó con su nocturna actividad horticultora y regresó a la terraza. Eructó ruidosamente mientras Hjelm le pasaba por la espalda y entraba en la casa donde ya estaba Chávez, quien se le quedó mirando con los ojos como platos en la oscuridad.