Hjelm obedeció.
– Bueno -continuó Andersson sin desviar ni por un segundo la pistola de Hjelm-. Los francotiradores estarán repartidos un poco por todas partes por la colonia, supongo.
Hjelm permaneció callado. No sabía qué decir.
– ¿Te acuerdas de lo que te advertí si seguías hostigando a Lena? -preguntó Andersson mostrando una sonrisa torcida-. Acabo de hablar con ella. Desde aquí. No se encuentra muy bien.
– No creo que eso sea culpa nuestra, ¿verdad? -tanteó Hjelm.
– Te he preguntado si te acordabas de lo que te aseguré que haría -insistió Andersson, esta vez con una voz algo más severa.
– Me acuerdo.
– ¿Y aun así has venido?
– Tú no eres ningún asesino.
Göran Andersson soltó una carcajada sonora pero controlada.
– Un comentario un poco extraño viniendo de un hombre al que le apunta un arma que ha matado a cinco personas.
– Venga -dijo Hjelm-. Tú lo que quieres es poner fin a todo esto.
– ¿Ah sí? -replicó Andersson con tranquilidad.
– No sé muy bien cuando empezó todo -dijo Hjelm-. Supongo que hay varios acontecimientos que se pueden considerar como punto de partida. ¿Tú lo sabes?
– No.
– Los dos primeros asesinatos fueron crímenes perfectos. Ni rastro. De una destreza impresionante. Luego de repente, en el salón de Carlberger, cuando estabas sacando las balas de la pared con unas pinzas, como siempre, envuelto en la maravillosa música, algo ocurrió. Dejaste una bala. ¿Fue entonces cuando empezaste a tener dudas?
– Sigue -pidió Göran Andersson sin inmutarse.
– Luego te tomaste un largo descanso que nos hizo sacar un montón de conclusiones erróneas. Podrías haberlo dejado ahí y haber vuelto a casa con tu novia embarazada.
– ¿Es eso realmente lo que piensas?
– La verdad es que no -dijo Hjelm-. El que ha matado a una persona ya no vuelve a ser el mismo jamás. Créeme, yo lo sé. Pero se puede continuar viviendo. Entrégate ahora y podrás ver crecer a tu hijo.
– Déjalo y sigue.
– Vale. Te llevó bastante tiempo planificar los tres primeros asesinatos de una forma tan elegante. Las víctimas debían llegar tarde a casa y solas, y eso dentro de un plazo de tiempo muy corto entre una víctima y otra. En los dos casos, el intervalo fue de dos días. Ahora necesitabas más tiempo para planificar el resto. Aunque me pregunto si en realidad te hacía falta mes y medio, desde la noche del 2 al 3 de abril hasta la noche del 17 al 18 de mayo. ¿Qué has hecho durante todo ese tiempo? ¿Dudaste? ¿Reflexionaste?
– Más que nada lo que hacía era escuchar. Como te dije por teléfono. Viajaba en transporte público de un lado para otro, en el metro, en los autobuses y en los trenes de cercanías. En todas partes donde había gente hablando, me sentaba a escuchar sus teorías, ideas, pensamientos y sentimientos. Quizá tengas razón en lo que decías sobre mis dudas. Pero las reacciones de la gente me hicieron seguir adelante.
– Una pequeña pregunta -dijo Hjelm-. ¿Por qué dos tiros en la cabeza? ¿A qué se debe esa… simetría?
– Pero si tú has estado en mi casa en Fittja, ¿no? -dijo Andersson cansinamente-. ¿No contaste las balas? Diecisiete miembros de la junta, treinta y cuatro balas. Todo ha cuadrado siempre. ¿No entiendes las coincidencias? El toro que entró a robar en el banco me proporcionó no sólo el arma, sino también la cinta con la música que sonaba cuando me dieron la paliza y dos balas por cada miembro de la junta. Exactamente. Y disparar las dos en la cabeza es lo más seguro si uno no dispone de más balas. Así de sencillo.
– Luego no cogiste la cinta. Y no me digas que no te habría dado tiempo a llevártela, incluso sin matar a la hija. Pero la dejaste. ¿Por qué? Pero si era tu gran fuente de inspiración… ¿Y luego qué? ¿Todo se volvió insoportable sin la música? ¿Te obligó a mirar a tu propio corazón? Y después me hiciste esa llamada, dándome todo tipo de pistas de forma muy premeditada. Y ahora esto. Tenías ya estudiadas las costumbres de Winge y sabías que él iba a presentarse aquí con Anja; y también que serías incapaz de matar a Anja. Tal vez salieron un rato a dar una vuelta, tal vez se fueron por ahí a tomar algo; entonces tú te colaste en la casita y te quedaste sentado aquí, igual que siempre, esperando a tu víctima. Pero éste no es un salón como los otros. Además, sabías muy bien que Winge no iba a estar solo. Tú has buscado esta situación en la que nos encontramos ahora mismo; es tu propia creación, quizá inconsciente pero con una intención concreta: me querías a mí aquí. ¿Por qué a mí? ¿Y por qué querías esto?
Göran Andersson le miraba. Hasta ese momento Hjelm no se dio cuenta de lo cansado que estaba el hombre que tenía frente a él. Cansado de todo.
– Hay tantas cosas -empezó-. Tantas misteriosas coincidencias y conexiones que me han llevado a esta situación. La acumulación de casualidades que creí que era el destino. Quizá lo crea todavía. Pero con la música desapareció el misterio. Y tú, Paul Hjelm, precisamente tú, pusiste la puntilla. Ese piso vacío que conseguí resultó estar al lado de la comisaría de Fittja. De acuerdo, era lógico; formaba parte de la poderosa estructura del azar. Y luego esa toma de rehenes que tuvo lugar justo a la vez que mi primer asesinato -robándome todo el protagonismo mediático-, también lo vi como lógico Todo coincidía. Y luego resultó que fuiste precisamente tú el que estuvo en mi casa en Algotsmåla hablando con Lena, fuiste precisamente tú el que me andaba persiguiendo, y entonces entendí que nuestros destinos estaban encadenados, el tuyo y el mío. Sé que estuviste a punto de perder el trabajo debido a esa toma de rehenes. Sé que tú, al igual que yo unos meses antes, te miraste al espejo de tu casa en Norsborg sin ver nada reflejado en él. Sé que sentiste como si alguien te apartara el suelo debajo de los pies. Sé que estuviste suspendido en el aire deseando que estuvieran muertos todos los de la dirección de la policía porque no dieron la cara por ti, sino que se quedaron flotando allí arriba en las altas esferas, muy por encima de tu cabeza. Tal vez incluso querías matarlos a todos ellos. ¿No entiendes lo parecidos que somos? Somos unos ciudadanos suecos normales y corrientes a los que el tiempo se les ha escurrido entre las manos. Nada en lo que creímos permanece. Todo ha cambiado y no hemos sabido reaccionar a tiempo, Paul. Nos preparamos para un mundo estático, una característica muy sueca; mamamos la idea de que todo iba a permanecer igual. Somos esas páginas en las que la gente vuelve a escribir porque cree que están en blanco. Y probablemente sea así. Estamos en blanco.
Göran Andersson se levantó y continuó:
– Cuando te mires en el espejo la próxima vez, va a ser a mí a quien veas, Paul. Yo seguiré viviendo en ti.
Paul Hjelm estaba sentado en la cama, mudo. No tenía nada que decir. No había nada que él pudiera añadir.
– Si me disculpas -dijo Göran Andersson-, tengo una sesión de dardos que terminar.
Sacó del bolsillo un metro y un dardo. Puso el dardo en la mesa delante de él y se acercó a cuatro patas hasta las dos figuras del rincón, sin desviar el arma de Hjelm en ningún momento. Desde el cuerpo corpulento y pasivo de Alf Ruben Winge, midió una distancia, hizo una marca en el suelo cerca de la silla y volvió a ella. Se sentó, dejó el metro en la mesa, sacó el dardo y lo pesó en la mano.
– ¿Sabes cómo se juega al 501? -preguntó-. Hay que ir hacia atrás, desde 501 hasta cero. En el banco del pueblo, cuando hice blanco en el bull's eye, el mismísimo ojo del toro, sólo me quedaba el cierre de la partida. Me queda todavía. Y nunca he dejado un juego sin terminar. ¿Sabes lo que es el cierre?
Hjelm no contestó. Sólo se le quedó mirando.
Andersson levantó el dardo.
– Hay que acertar en la cifra exacta del doble anillo para llegar al punto cero. Es allí donde voy ahora. Pero normalmente el juego se prolonga menos de cuatro meses.