Levanta la pistola que descansaba sobre sus rodillas y dispara dos rápidos y silenciosos tiros.
El hombre permanece quieto un instante, totalmente inmóvil.
Luego se sienta en el suelo y se inclina hacia delante por encima de sus rodillas.
Se queda en esa posición unos diez segundos. Acto seguido cae de lado.
Deja la pistola sobre la mesa de cristal e inspira profundamente.
Visualiza en su interior una lista. Tacha mentalmente un nombre.
Luego se acerca al equipo de música y lo enciende. Deja que la abertura del casete se deslice suavemente e introduce la cinta; se cierra la compuerta del mismo modo y las primeras notas del piano inundan el salón. Los dedos se mueven arriba y abajo, la mano se mueve arriba y abajo. Después entra el saxofón y camina junto al piano. Los mismos pasos, el mismo breve recorrido. Cuando arranca el saxo y se pone a bailar y a saltar, y al fondo el piano empieza a desplegar unos sosegados acordes, unas pinzas extraen la primera bala de la pared. La deja caer en el bolsillo, lleva las pinzas hacia el segundo agujero y espera. Un par de pequeños redobles de la batería. Y luego el corto y curioso gorjeo del saxo, con un toque árabe, una excursión oriental de un par de segundos. Y el piano desaparece. Ahora sólo saxo, bajo y batería. Puede ver mecerse al pianista mientras espera. Yeah, u-hu. Él también espera. Las pinzas sostenidas en el aire.
El saxofón sigue escalando hacia las alturas cada vez más rápido. Ay. ¿Es realmente el propio saxofonista el que emite esas pequeñas exclamaciones durante el ascenso?
Y en ese mismo instante, los aplausos, el murmullo del público, el paso del saxofón al piano; y también en ese preciso instante arranca con fuerza la segunda bala. Allí mismo. Sale serrín de la pared. El aplastado fragmento cae al bolsillo y se une al primero.
El piano sustituye al saxo. Empieza con pasos engañosamente torpes. Luego se libera de las estructuras fijas y los paseos se vuelven cada vez más libres, más bellos. Puede percibir la belleza también ahora. Dentro de sí. A pesar de los recuerdos. Lo escucha para no olvidar, pero no sólo por eso.
El bajo desaparece. El piano vuelve a caminar. Igual que al principio. Podría aprender a entender esto. Ahora el saxo acompaña.
La última repetición.
Los aplausos, los silbidos.
Se inclina ligeramente.
No se cansa nunca de escucharlo.
6
Era el uno de abril. Paul Hjelm estaba sentado en la sala de interrogatorios frotándose las manos una y otra vez. El reloj de la pared marcaba las 10.34. ¿Querrían hacerle sufrir un poco? ¿O todo esto no era más que una inocentada del uno de abril? [8]
Ya no sabía qué contestar. Estaba completamente bloqueado. Quizá Grundström llevara razón. Quizá tuvieran que dar ejemplo, pues él conocía el ambiente que se respiraba en comisaría, participaba de ello, y esa actitud participaba de él.
La puerta se abrió despacio. En su mente ya estaba viendo el gesto de lamento de Grundström, aunque no pudo determinar si era sincero o no: «Lo siento, Hjelm. Hemos tomado una decisión esta mañana. Su carta de dimisión debe estar encima de la mesa del comisario Bruun a las tres de esta tarde a más tardar. Ya que renuncia de forma voluntaria, naturalmente no se puede plantear ni indemnización por despido improcedente ni prestación por desempleo».
Pero era una cara desconocida la que se asomó por la puerta.
El hombre rondaba los cincuenta y muchos años, tenía un aspecto bastante normal, correctamente vestido, recién afeitado, calvo. Con una nariz monumental. Lo contempló durante un rato, inquisitivo, neutro, y luego le tendió la mano.
– Soy el comisario Jan-Olov Hultin, de la policía criminal. Tengo entendido que estabas esperando a otra persona.
– Paul Hjelm -dijo aturdido.
Así tenía que ser, claro. De los despidos se encargaba el jefe. Cuestión de competencias, de escala de mando. Resultaba difícil imaginarse a alguien por encima de Grundström en el orden jerárquico. De modo que ese era su aspecto, el jefe prácticamente secreto de la sección de Asuntos Internos.
– ¿Dónde está Grundström? -consiguió pronunciar Hjelm. No reconoció su propia voz.
– Ah -dijo el comisario Jan-Olov Hultin-. Ya no es más que un mero recuerdo.
Sacó de su maletín los dos periódicos matutinos de Estocolmo y levantó uno en cada mano. La vieja fotografía de hacía diez años ilustraba las dos portadas. El Dagens Nyheter la acompañaba con el titular: «Toma de rehenes en Hallunda» y el subtítulo: «Policía salva a tres personas». El Svenska Dagbladet anunciaba: «El héroe de Norsborg», y como subtítulo: «El inspector Paul Hjelm, el ángel guardián».
Le pareció una cruel humillación, escenificada por un director absolutamente sádico.
– ¿Los has visto? -preguntó Hultin.
– No.
Una respuesta que podría haber sido breve y concisa, pero más bien resultó atrofiada.
Hultin dobló los periódicos y continuó:
– Los titulares deberían haber sido otros. No me malinterpretes, me alegro de que sean éstos, porque significa que aún no ha habido ninguna filtración. Pero la verdad es que en la ciudad está sucediendo algo mucho más importante en estos momentos.
El desconcierto de Paul era total.
Jan-Olov Hultin se ajustó unas gafas de leer semicirculares sobre su imponente napia y se puso a hojear un dossier con el nombre de Hjelm brillando claramente en la tapa marrón de la carpeta.
– ¿Cómo has podido trabajar en este duro distrito durante tantos años sin dejar rastro? Ni denuncias, ni condecoraciones, nada. Pocas veces he visto hojas tan blancas en un dossier que abarca tantos años. ¿Qué se te pasó por la cabeza el otro día?
Hjelm estaba petrificado. Hultin lo observó con curiosidad. Probablemente no esperaba ninguna respuesta. Aun así, llegó.
– Durante todos estos años he formado y mantenido a una familia. No todos los policías pueden decir lo mismo.
El narigudo se rió a carcajadas, una risa que afortunadamente se dirigía tanto hacia fuera como hacia dentro, y luego decidió poner las consabidas cartas sobre la consabida mesa.
– Esta mañana temprano se ha creado una nueva unidad dentro de la policía criminal nacional. De momento atiende simplemente a la denominación algo ridícula de «Grupo A». Está organizada como una especie de antiversión del Grupo Palme; o sea, nada de grandes macrounidades, ni de constantes cambios de jefes, ni de dudas sobre las estructuras globales. Va a ser un nuevo tipo de unidad: pequeña, compacta y con gente de fuera; un intento de ampliar a la vez que de comprimir un poco a la policía criminal nacional. Se formará con policías de primera de todo el país, jóvenes pero con experiencia. Yo soy el jefe de este grupo y quiero que tú te unas a nosotros. Cuando los medios de comunicación descubran el caso que nos traemos entre manos vamos a necesitar el prestigio mediático que tu caso ha traído consigo. Además, me parece que has hecho un trabajo cojonudo. He estudiado el expediente elaborado por los de Asuntos Internos y, por decirlo de alguna manera, les he liberado de ello. Esto tiene máxima prioridad; cuando la propia cúpula de la DGP está involucrada, entonces incluso a los de Asuntos Internos no les queda otra que tragarse el sapo.
– Pero si hace un momento he estado a punto de ser despedido…
Hultin le observó inquisitivo.
– Olvídalo. Todo eso ya es historia. Ahora la cuestión es si serás lo bastante fuerte como para formar parte de una maquinaria ágil y flexible en la que sólo las horas extra superarán tu horario actual. Te veo un poco desgastado.
Hjelm carraspeó y recobró los ánimos. Por unos segundos creyó comprender la esencia de la felicidad.
– Han sido unos días bastante duros. Pero dame trabajo, joder, y curraré como un loco. Literalmente.