Se levantó y se acercó a la marca en el suelo.
– 237 centímetros. La misma distancia que medí en todos esos salones.
Levantó el dardo apuntando a Hjelm; éste se le quedó mirando, paralizado. Anja Parikka les observaba con ojos aterrorizados. Incluso Winge había abierto los ojos. Los tenía puestos en el dardo.
– El mismo dardo que saqué del ojo del toro en mi banco de Algotsmåla, el 15 de febrero -dijo-. Es el momento de cerrar la partida.
Levantó el dardo, apuntó y tiró a los michelines del estómago de Alf Ruben Winge. El dardo se le quedó pegado. Los ojos de Winge se abrieron con desesperación pero no se le escapó ni un solo sonido a través de la cinta adhesiva.
– El doble anillo -anunció Göran Andersson-. Cierre. El juego ha terminado. Una partida bastante larga.
Se acercó a Hjelm y se agachó a poca distancia de la cama. La pistola seguía apuntándole.
– Cuando juego -continuó Göran Andersson despreocupadamente- me concentro mucho. Cuando el juego ha terminado soy muy normal. La tensión se relaja y puedo enfrentarme a la rutina diaria con renovadas fuerzas.
Hjelm seguía sin ser capaz de pronunciar palabra.
– Y la rutina de todos los días es morir. Me gustaría que recibieras mi cuerpo al caer.
Se metió el silenciador en la boca. Hjelm era incapaz de moverse. «El héroe de la toma de rehenes petrificado», le dio tiempo a pensar.
– Cierre de la partida -dijo Göran Andersson con voz áspera.
Sonó un disparo.
El estallido fue mucho más fuerte de lo que debería haber sido.
Andersson se le cayó encima. Hjelm recogió el cuerpo. Le pareció que la sangre que fluía sobre él era la suya propia.
Levantó la vista hacia la ventana justo encima de Anja y Winge. Había cristales rotos por todas partes. Alguien había arrancado el estor. Jorge Chávez asomó su cabeza morena por la ventana.
– En el hombro -dijo.
– Ay -se quejó Göran Andersson.
32
Incluso Gunnar Nyberg estaba allí. Se sentó en su sitio habitual con la cabeza vendada, parecía la momia de aquella vieja película de terror. Naturalmente, no debería haber ido.
Pero allí se encontraban todos, preparados para despedirse y regresar a sus distritos policiales de Huddinge, Sundsvall, Gotemburgo, Västerås, Estocolmo y Nacka. Mañana ya sería junio. El verano quedaba a salvo.
Se respiraba un ambiente de mucha indecisión. Todos permanecían callados.
Jan-Olov Hultin entró a través de su misteriosa puerta especial y la dejó abierta. Allí dentro había un baño normal y corriente.
El misterio se desveló, pero la niebla persistía.
Hultin dejó caer una gruesa carpeta sobre la mesa produciendo un ruido sordo, se sentó y se colocó las gafas de leer por encima de su gran nariz.
– Bueno -empezó-. Supongo que es de rigor hacer un pequeño resumen de lo acontecido anoche. Göran Andersson está recibiendo atención hospitalaria por su lesión, relativamente leve, en el hombro. Alf Ruben Winge ha ingresado en el mismo hospital por una herida también leve en el intestino grueso. Anja Parikka, como cabía esperar, es la que peor ha acabado; está siendo tratada en la UVI por una grave conmoción psíquica. Lo único que podemos hacer es mantener las esperanzas de que se recupere. ¿Cómo os encontráis vosotros? ¿Paul?
Se miraron algo sorprendidos.
– Bueno -respondió Hjelm fatigado-. El experto en rehenes se ha recuperado.
– Bien -dijo Hultin-. Cuéntanos qué pasó, Jorge.
– Nada extraordinario -explicó Chávez-. Fui hasta la ventana a la izquierda de la puerta, tal y como Paul y yo habíamos acordado. Pero no tenía la más mínima abertura, de modo que, al cabo de un rato, me desplacé despacio hasta la ventana donde Arto dijo que había visto una rendija. Llegué allí más o menos cuando Andersson se acercaba a Hjelm. Y, siguiendo un modelo bien conocido -dijo mirando de reojo a su compañero Hjelm-, le pegué un tiro en el hombro.
– Totalmente en contra del reglamento -comentó Hultin de forma neutra, y se acercó a la pizarra para dibujar las últimas flechas. Había trazado un gráfico impresionante: una compleja y asimétrica estructura que incluía todos y cada uno de los nombres, lugares y acontecimientos que habían surgido en el largo e intenso caso.
Hultin se quedó un rato mirando su obra.
– La belleza de lo abstracto -dijo para luego volver a la mesa-. Y la inmundicia del trabajo policial concreto.
Volvió a lo concreto.
– Bueno -continuó-. Por lo menos hemos conseguido una última simetría. El tiro de Jorge se disparó antes de las doce, de modo que al final el caso ha durado exactamente dos meses.
Söderstedt intervino con un comentario algo desconcertante:
– Por lo tanto, el caso concluyó el 29 de mayo, el mismo día en que los turcos entraron en Constantinopla en 1453, fecha del comienzo de la nueva era.
Los demás se le quedaron mirando durante tanto tiempo que al final se vio obligado a encogerse de hombros como disculpándose.
– Gracias -dijo Hultin de forma neutra-. Bueno, una breve pregunta final para nuestros amigos de fuera de la capitaclass="underline" ¿estáis ansiosos por volver a casa?
Nadie contestó.
– Pues si es así, hacedlo. Y disfrutad del verano. Luego volvéis aquí. Si queréis. Tal y como os van a comunicar Mörner y el director de la DGP, y sin duda unas cuantas personas más que quieren saborear las mieles de vuestro éxito, el Grupo A se va a constituir de forma permanente, aunque no con ese nombre tan ridículo, claro.
Los miembros del grupo anteriormente conocido como Grupo A se miraron con cara de tontos.
– Esto es lo que hay -siguió Hultin, que corrigió la posición de las gafas sobre su nariz y empezó a leer en silencio un informe mientras movía la cabeza negativamente-. Había pensado leeros el informe de Mörner, pero ahora veo que resulta ilegible. Lo resumiré. Como bien sabéis, el Grupo A era un experimento ideado por la DGP para no caer en las mismas estupideces que rodearon la investigación del asesinato de Olof Palme: unos equipos de investigación demasiado grandes, que cambiaron demasiado a menudo y gastaron demasiados recursos. En su lugar, se buscaba un equipo pequeño y compacto de personas que colaboraran bien juntas, estuvieran dispuestas a dejarse la piel trabajando y con grandes atribuciones para sacar a contrata, por decirlo de alguna manera, los procedimientos policiales más rutinarios, para concentrar así toda su atención en lo esencial. «El experimento como tal se considera -cito textualmente y muy a mi pesar-, en el momento presente y considerando aquellos contextos que, por consiguiente, según dicha nota, remiten a la resolución ideal del caso que nos concierne, sumamente satisfactoria». En otras palabras: Mörner está que se sale. El Grupo A será una pequeña unidad dentro de la policía criminal nacional con el objetivo de dedicarse a casos de una especial dificultad. Ahora mismo parece que se tratará, sobre todo, de «crímenes violentos de carácter internacional». ¿Qué os parece? «La unidad especial de la policía criminal nacional para crímenes violentos de carácter internacional.»
– ¿Tenéis algún buen piso situado en el centro para una familia finosueca con cinco niños también bastante violentos? -preguntó Söderstedt-. Estoy harto, pero que muy harto de ocuparme del jardín.
– Tampoco vas a tener mucho tiempo para la jardinería -dijo Hultin-. ¿Debo interpretar eso como una afirmación söderstedtiana?
– Naturalmente, tengo que hablarlo con la familia -añadió Söderstedt con prudencia.
– Claro que sí -dijo Hultin-. Disponéis de un par de meses libres para hablar con vuestras familias o lo que sea. Nos volvemos a reunir aquí el 4 de agosto. Hasta ese día estáis libres, aunque tenéis que poneros a disposición del fiscal para la instrucción del sumario en el caso de Göran Andersson. Su salvación por parte de Jorge va a costar muchos millones al Estado.