—Algunos menos... Vine para ver embarcar a mi Renato hacia Francia...
—En efecto... Fue en los días en que llegaba yo a Saint-Pierre a hacerme cargo del puesto que justamente dejaba un pariente de los Molnar. Él me recomendó en forma muy especial a su prima política y hasta ahora no he tenido oportunidad de hacer nada por ella.
—Ahora la tendrá, Gobernador. No vengo por mi, sino por esa madre atribulada. Pero es tan personal, tan delicadamente reservado el asunto que la atormenta...
—¿Es referente a su hija Mónica? Desgraciadamente, hasta mí llegaron rumores que tomé por habladurías, como es natural, y no hubiera creído en ellos sin la interesantísima carta del doctor Faber.
—¿Cómo? ¿Es a propósito de...?
—El doctor Faber escribe a su madre, en nombre de Mónica. La muchacha está gravemente enferma... Según el médico me cuenta, se trataba de una fiebre maligna...
—¡Oh, no, no! —se indigna Sofía—. ¿Quién sabe lo que habrá hecho con ella ese salvaje, ese pirata...?
—El doctor Faber habla bien de él... Y perdóneme, Sofía, pero me han asegurado que la boda fue en Campo Real precisamente, y que el hijo de usted fue padrino de esa boda desigual...
—Es cierto. Mi hijo lo hizo por su esposa. ¿Qué otra cosa podía hacer? Pero nunca pensamos que ese hombre procediera de la manera que lo ha hecho... Catalina de Molnar está desesperada... En nombre de nuestra antigua amistad, es preciso que yo le ruegue que se hagan las cosas de manera que no se perjudique el nombre de mi hijo, que no sea traído y llevado a causa,del parentesco... Se lo ruego... Quiero salvar del escándalo a mi hijo, y también a Aimée. Ella es ya una D'Autremont. ¿Usted comprende? No quiero que, por ningún motivo, por ninguna razón, los comentarios malintencionados puedan mezclarla en nada de esto... Catalina de Molnar va a pedirle que haga usted detener la goleta de Juan del Diablo. Sabe Dios a dónde llegará en su pena y en su desesperación de madre... sabe Dios a qué extremo llegue para lograr de usted lo que desea.
—Pero, Sofía, en realidad no la comprendo. Viene usted a pedirme que ayude a Catalina de Molnar, y al mismo tiempo me ruega que desoiga sus súplicas...
—Todo parece un contrasentido, lo comprendo muy bien, pero yo también soy madre, y si nuestra amistad puede darme alguna validez, alguna fuerza, sirva ésta para detener el escándalo que mancharía a mi hijo sin remedio, a menos que ese hombre sea castigado por otros delitos... No creo que falten motivos para ello, aun omitiendo los de esta desdichada boda.
—¿Es un delito haberse casado con la señorita de Molnar? —comenta irónico el Gobernador.
—¡Por favor, entiéndame! Prométame...
—Sí, Sofía, la entiendo, aunque lo que me pide usted es bastante complejo. Y antes de pedir que prometa nada, permítame que haga pasar a esa madre que espera.
El Gobernador se ha acercado a la puerta y ha invitado a pasar a Catalina de Molnar, ofreciéndole galante uno de los lujosos sillones, al tiempo que le explica:
—Señora de Molnar, tengo una misión que cumplir con usted. Se trata de una carta que me ha sido recomendada hacer llegar a su conocimiento. He aquí su contenido:
"Excelencia, me dirijo a usted, en vez de hacerlo directamente a la señora Catalina de Molnar, por ser un asunto delicado y grave en el que sentiría pecar de indiscreto. Junto con estas líneas va una carta que le ruego ponga en las manos de esa dama, cumpliendo la súplica de su hija Mónica, que llegó a estas costas en la goleta nombrada El Luzbel,enferma de verdadera gravedad..."
—¡Dios mío... Dios mío...!
Catalina de Molnar ha bajado la frente, como abrumada por aquel dolor que las palabras escuchadas reavivan y encienden, y el Gobernador detiene un instante la lectura para mirarla con sincera pena, alza luego la mirada inteligente, buscando el rostro de la señora D'Autremont, pero Sofía se ha apartado de ellos y parece mirar por el balcón abierto que domina la ciudad de Saint-Pierre. Por lo que el Gobernador prosigue la lectura:
"Extraordinaria me pareció la presencia en un barco como ése, de una dama como la joven señora Molnar, cuya distinción y belleza formaban un rudo contraste con la pobreza del ambiente, con la incomodidad y la estrechez de la cabina de una goleta de cabotaje como es el Luzbel,y tentado estuve de dar parte a las autoridades inmediatamente. Pero el estado de la enferma era demasiado delicado para permitirme otra cosa que tratar de salvar su vida, y a ello me puse con el mayor empeño, aunque con muy pocas esperanzas.
"Al ir a buscarme, me habían dicho que se trataba de la esposa del patrón de la goleta, un mocetón rudo y descortés, a quien ofrecí en el acto trasladarla al buen hospital que tenemos en ésta. Él se negó rotundamente, ganando con ello mi inmediata antipatía; pero, después, debo confesar que su actitud modificó mis primeras ideas..."
—¿Cómo? ¿Cómo? ¿Qué dice? —indaga Catalina.
—Siga usted escuchando —aconseja el Gobernador—: "Se mostró con ella solícito, cariñoso y atento, no omitiendo gasto ni esfuerzo para proporcionarle comodidades, y no se separó un instante de su cabecera mientras la vida de su joven esposa estuvo realmente en peligro..."
—¡Es increíble! ¿De veras dice eso?
—Por usted misma puede leerlo, doña Catalina. Y dice algo más... "Cuando ella pudo hablar normalmente, en su plena razón, quiso hacerlo a solas conmigo, y él se alejó con absoluta discreción. Aproveché el momento para ofrecerle mi ayuda en cuanto necesitara de mí, pero ella me rogó tan sólo que escribiese a la señora De Molnar tranquilizándola con respecto al estado de su salud y de su suerte.
"Con toda clase de reservas cumplo este encargo en la carta que le adjunto. Tranquilizo, o trato de tranquilizar, a la señora De Molnar en la forma que ella me pidió que lo hiciera. A usted quiero decirle que algo muy extraño ocurre entre esa desigual pareja. Decidido a no abandonar a una compatriota en situación tan crítica, quise abusar de mi influencia pidiendo a su Excelencia el Gobernador de Guadalupe, casualmente de paso en María Galante, que usara de toda su autoridad para hacerles desembarcar y pasar unos días en tierra, pero alguien debió dar aviso al patrón del Luzbel...”
—Y se fueron, ¿verdad? —interrumpe Catalina en un arranque de ansiedad—. ¿Se fueron, o ese médico, a quien Dios bendiga, logró...?
—Un momento, escuche... "No sé si a causa de una conversación con él, en que acaso fui indiscreto, o por el aviso que supongo, la goleta levó anclas inmediatamente emprendiendo repentina fuga. En vano tratamos de detenerla, comunicándonos por cable con las islas vecinas. Sólo supimos que habían puesto proa al Noroeste, aprovechando el buen viento para desaparecer.
"Creí un deber poner esto en conocimiento de usted y de los familiares de esa joven, criatura exquisita a la que me unió vivísima simpatía desde el primer momento. No tengo autoridad ni medios de hacer nada más que lo que he hecho. Si algo quieren o pueden hacer por ella, estoy incondicionalmente a la disposición de ustedes. Doctor Emilio Faber, Director General del Hospital de Grand Bourg, en María Galante, Antillas Francesas".
—¡Es preciso ir tras ellos! —salta Catalina con desesperación—. Es preciso detener ese barco... Es preciso salvar a mi Hija... Usted puede hacerlo, Gobernador... Usted puede dar órdenes contra él, hacer que los detengan en el primer puerto...
—No sé hasta qué punto, señora Molnar. En nada de lo que dice esta carta hay motivo para detener a nadie. Todos sabemos que su hija aceptó libremente a ese hombre por esposo... Digo, es lo que tengo entendido, la boda fue en Campo Real y usted misma consintió en ella. Comprendo que para una madre debe ser un vivo sufrimiento una unión desigual, pero no existiendo un delito...
—¿No podría usted hallarlo revolviendo los archivos del puerto? —apunta Sofía, abandonando la ventana y acercándose al Gobernador—. ¡No creo que le falten delitos a Juan del Diablo! Si puede hacerle detener sin mencionar para nada el asunto de esta boda...