—Un guardacostas... Un guardacostas con la bandera de Francia...
—El Galión,primer centinela de las costas de la Martinica para combatir el contrabando y otras actividades en las que Juan no tiene muy limpias las manos... Son pecados veniales, pero de ellos tuve que valerme... Ahí está Juan...
—¿En el Galión?¿Detenido? ¿Preso?
—Reclamado por el Gobernador de la Martinica para ir a Saint-Pierre a dar cuenta de varias acusaciones por las que se pidió su extradición al Gobierno Colonial Británico de la Dominica...
—¿Lo has denunciado tú... tú...? ¿Lo has acusado de...?
—De lo único que podía acusarlo. Hice lo posible y lo imposible por rescatarte cuando supe la verdad, agravada por la circunstancia de una enfermedad que, según cierto doctor Faber, estabas sufriendo...
—Renato, ese barco se va... ¡Se va llevándose a Juan! —se angustia Mónica.
—Naturalmente. A Juan y a todos los tripulantes de su barco...
—¡Pero eso no es posible! ¡A él le llevan allá, y yo... yo...!
—Nosotros saldremos mañana o pasado, en un barco que reúna para ti las comodidades necesarias.
—¡Oh, no, no! ¿Sin verle? ¿Sin hablarle? ¡Haz que detengan ese barco! ¡Salgamos nosotros también inmediatamente!
—Inmediatamente no es posible. Te dije mañana o pasado, porque es cuando se espera aquí un barco de pasajeros y...
—El Luzbelestá listo.
—Ya veo que eres implacable. En fin, si te empeñas regresaremos en el Luzbeltan pronto como consiga tripulación con qué hacerlo a la mar.
—¿Dónde están los muchachos de Juan? Segundo puede guiarlo... y Colibrí... ¿Por qué me le arrancaron de las manos? ¿Por qué permitiste que esos hombres se lo llevaran?
—No le han hecho nada. La tripulación entera del Luzbelha sido apresada y viaja con su patrón en el guardacostas que viste alejarse. El niño era grumete del Luzbel,y a peores cosas estará acostumbrado. No vas a decirme que siendo sirviente de Juan...
—Juan es bondadoso con ese niño, generoso y humano con cuantos dependen de él —defiende Mónica vivamente—. En el Luzbelno he presenciado una sola crueldad, mientras que en tus tierras de Campo Real... Mejor es que me calle, Renato, pero, en realidad, tú no sabes nada, no puedes comprender nada... Quién es Juan... cómo es Juan...
—Admirable, ¿verdad? —apunta Renato con fina ironía.
—Sí. Aunque no puedas creerlo, aunque no quieras comprenderlo, has dicho la palabra justa: admirable...
—No te conocía como actriz, Mónica. Encuentro muy sutil y muy femenina tu forma de venganza. Tu apología de las virtudes de ese canalla, de ese salvaje...
—¡Juan no es un canalla ni un salvaje! —se encrespa Mónica francamente airada—, ¡Juan es el mejor hombre que he conocido!
—Mónica, ¿hasta dónde vas a llegar? Entiendo que debes estar loca, trastornada. Eres otra, sí... eres otra, de pies a cabeza has cambiado. Todo ha cambiado en ti, hasta ese traje de colorines, absurdo, impropio en una mujer de tu linaje, aun cuando con él te veas hermosa, como si con tu desdén y tu belleza quisieras castigarme. Hazlo, puedes hacerlo. ¡Lo merezco por no haber comprendido tu amor, por no haberte sabido amar!
Renato D'Autremont se ha acercado a Mónica con ademán apasionado, pero ella retrocede, y la luz que un instante ardiera en los ojos de él, se diluye, como se apaga una ilusión fugaz... Y después de mirarla, mueve la cabeza, como frente a una verdad que le desconcertara:
—Mónica, ¿puedo preguntarte si amas a Juan?
—¿Amarle...? No lo sé... pero es igual... Él no me quiere a mí, no me querrá jamás...
—¿Qué estás diciendo? —indaga Renato sorprendido y confuso— Entonces, cuanto hizo... ¿por qué lo hizo? ¿Por qué lo hizo?
Mónica ha vuelto a apretar los labios, ha entornado de nuevo los párpados, y un instante su rostro recuerda al desaquella otra Mónica sufrida, resignada, encadenada a su obligación de callar. Pero es sólo un instante... La mujer nueva vuelve a aparecer y hay una mueca ambigua en sus frescos labios, al comentar:
—¿Qué puede importarte lo que él y yo sintamos? La verdad es que no tengo ninguna queja contra Juan. Bien o mal, me lo diste, me lo impusiste como esposo. Por una u otra razón, le juré lealtad al pie del altar, y yo todavía les concedo valor a mis juramentos.
—Está bien. Todo lo que he hecho ha sido por reparar una falta, por sacarte del infierno en que creí haberte sepultado, y ahora resulta que tu infierno te agrada...
—Cuando me arrojaste a él, hubiera preferido la muerte cien veces a aquel sentirme arrebatada por los brazos de Juan —recuerda Mónica apasionada—. El peor de los suplidos, la más terrible de las agonías eran para mí más deseables que aquel hombre que me arrastraba, a través de los caminos y a través de los mares, como puede arrastrar su conquista un vándalo. Entre las cuatro paredes de la cabina del Luzbel,lloré y supliqué, desgarrándome el cuerpo y el alma, pidiéndole a Dios que me enviara la muerte repentina. Si entonces hubieras corrido detrás de mí, si un verdadero sentimiento de justicia y de piedad humana te hubiese hecho seguirnos, detenernos, habría besado las huellas de tus pasos. Pero todo tiene en este mundo su momento, su hora, su oportunidad...
—¿Qué quieres decir? —se lamenta Renato.
—Debemos pensar en el mal que hacemos, antes de hacerlo... Las reparaciones suelen llegar, como esta tuya, demasiado tarde y haciendo todavía más daño del que hizo el propio mal. ¿Comprendes ahora?
—Tengo que comprender. Has hablado muy claro —acepta Renato dolido. Y en tono de fina ironía, observa—: Supongo que no te servirá de nada que te presente mis excusas, que te diga que siento con toda mi alma haber interrumpido tu idilio primitivo con Juan en esa mugre de barquichuelo...
—Muchas veces la mugreestá en los palacios, y hay luz de sol hasta en las humildes tablas del Luzbel—reprueba Mónica con altivez—. Gracias a Dios, soy otra, Renato. Soy la mujer de Juan del Diablo, o de Juan de Dios como yo lo llamo. Y como soy su esposa y sé que le has acusado con crueldad, de pecados veniales, cuando él podría acusar a otros de pecados más graves, y no lo hace... Como le supongo perseguido y maltratado injustamente una vez más, no tengo más que un anhelo: estar junto a él, volar a su lado, defenderle de las acusaciones que se le hagan, luchar a su lado por su vida y por su libertad... Si de veras quieres hacer algo por mí, contrata tripulantes y déjame ir inmediatamente a donde él está...
—¡Serás complacida! —accede Renato con ofendida dignidad—. Voy a realizar esas diligencias que reclamas... Nos haremos a la mar en tu maravilloso barco, y procuraré que sea cuanto antes...
—¡Es lo único que te agradeceré con toda mi alma!
Desde la puerta, se ha vuelto Renato, ha mirado de nuevo a Mónica, sintiendo que su repentina rabia se derrite en dolor, en angustia, en la sutil amargura del fracaso, y desborda en una breve flor de ironía:
—Gracias, por recordarme una vez más que fui inoportuno y torpe... ¡A tus pies, Mónica!
—¡Cuidado, Colibrí! Ven al lado mío... quítate de en medio. Si te atrapa una de esas cajas, no vas a hacer el cuento...
—¿Qué es esto, patrón? —pregunta Segundo consternado.
—¿Que quieres que sea más que una tormenta?
Barrido por el viento, sacudido por las gigantes olas de un mar espeso, envuelto en el violento azote de un repentino temporal, cruje el Galión,estremecido desde la quilla hasta la punta del palo de mesana...
—¡Pero qué clase de temporal! Claro que peores los hemos barajado, pero no en este viejo balde de hojalata.
Segundo Duelos habla mirando a Juan, aguardando con ansia mal disimulada su opinión, su respuesta, pero el patrón del Luzbelno parece tener intención de contestarle. Visiblemente inquieto, Segundo comenta: