– ¿Pero qué pretende usted? -preguntó un hombrecillo barbado y de pelambrera erizada que hasta entonces permanecía oculto en el otro extremo de la barra-. ¿Que nuestros ineptos gobernantes encima de todo nos metan en una carrera armamentista? ¿Vaciar las arcas del Estado? ¡Por el amor de Dios, estimado amigo, ya hay suficientes nazis en Europa!
– Yo de nazis no sé nada. Lo único que digo es que los alemanes son un peligro para Francia y que los franceses debemos dejar de soñar y hacerles frente.
– También la burguesía francesa es un peligro -terció el mecánico-, un peligro para nosotros, los trabajadores franceses.
– Monsieur Pain no trabaja -dijo el ciego-. Ni yo. No podemos.
– ¿Quieres hacer el favor de callarte, Jean-Luc? -rogó con paciencia Raoul-. Aquí, los señores, intentan discutir con fundamentos el destino de la patria.
– Ah, la patria, dulce, dulce… -dijo Jean-Luc.
– En cualquier caso los que luchan en el frente son los pobres, y los que padecen en la retaguardia, también. ¿No es así, monsieur Pain?
– También mueren algunos oficiales, Robert.
En verdad no recordaba haber visto muchos oficiales muertos. Las bombas, los gases, las enfermedades nos reventaban a nosotros, una tropa atemorizada y embrutecida compuesta de campesinos, obreros, pequeñoburgueses ilusos. No, no me gustaban las guerras. A los veintiún años me quemaron los dos pulmones en Verdún. Los médicos que me recogieron no supieron nunca cómo logré mantenerme con vida. Gracias a la voluntad, fue mi respuesta. Como si la voluntad tuviera algo que ver con la vida y sobre todo con la muerte. Ahora sé que fue gracias a la casualidad. Y saberlo no es ningún consuelo. A veces recuerdo las caras de los médicos, pálidas, coloreadas de un verde monstruoso (de un verde natural)en donde se sostenían débiles sonrisas dispuestas a aceptar cualquier explicación. Es mi vida, les dije. Detrás de sus rostros recuerdo jirones de un hospital de campaña y más atrás aún los pliegues de un cielo gris, el presagio de la tormenta.
A partir de entonces, con una modesta pensión como inválido, y tal vez para expresar mi rechazo a la sociedad que tan tranquila me puso en el trance de morir, abandoné todo aquello que pudiérase considerar útil para la carrera de un joven y me dediqué a las ciencias ocultas, es decir, me dediqué a empobrecerme sistemáticamente, de manera rigurosa, en ocasiones acaso con elegancia. Es posible que fuera por entonces cuando leí la Histoire abrégée du magnetisme animal, de Franz Mesmer, y de allí a convertirme en mesmerista practicante sólo fue cosa de semanas.
– ¿Sabes cómo se llamaba el maestro de Mesmer? -pregunté de improviso a Raoul.
– No -dijo.
Todos guardaron silencio y me miraron no sin cierta alarma.
– Hell… Fue el primero en intentar curar enfermedades por medio del magnetismo animal. Y Hell en inglés quiere decir infierno. -Reí de buen humor, estúpidamente creía que nada malo podía sucederme-. Uno de los maestros de Mesmer se llamaba Infierno, ¿qué te parece?
Raoul se encogió de hombros.
– ¿Divertido? -dijo el ciego.
Durante unos instantes nadie dijo nada. Una niña con una falda azul abrió la puerta y junto con ella entró una suerte de aflujo de aire frío que pareció despertarnos. Recordé el rostro de madame Reynaud y mi egoísmo. La niña se sentó en las rodillas del ciego y le murmuró algo al oído. Buenos días, Claudine, oí que decía Raoul. Lo busqué con la mirada: fregaba vasos y su rostro de común apacible no mostraba ningún cambio.
– ¿Se entrega usted al estudio del mesmerismo? -El que habló, desplazándose hasta mi mesa, era el hombrecillo barbudo.
Asentí. El empleo del verbo entregar me pareció prometedor.
– Imagino que habrá oído hablar del doctor Baraduc.
– En efecto. He leído La Forcé vítale.
– Es curioso -dijo procediendo a sentarse a mi lado- que haya mencionado a Hell. Me refiero a las sincronías…
– No le entiendo.
– Discúlpeme. Es igual. Ni yo mismo me entiendo. Sincronías, diacronías, juegos malabares… Supongo que sabe que Hell era sacerdote.
– Protestante.
– Es notable el papel que jugaron los curas en este asunto del magnetismo animal o fuerza vital, como lo rebautizó, entre otros, Baraduc. Este, por supuesto, también tuvo a un sacerdote a su vera, el abate Fortin…
– Con cuyo nombre creo que es mejor no jugar. -El chiste era malo pero ambos sonreímos; el hombrecillo barbudo era simpático, permanentemente dispuesto a la felicidad de sí mismo y de su interlocutor y, cosa rara en los últimos días, no concitaba en mí ninguna idea hostil.
– Permítame que me presente. Mi nombre es Jules Sautreau.
– El mío Pierre Pain. ¿Qué decía acerca de las sincronías?
– Oh, creo que me he expresado con demasiada prisa… Sincronías, manchas en la pared, mensajes abominables en la medida en que son imposibles… En cualquier caso no me refería a los curas de nuestros amigos.
– ¿Estudia usted el magnetismo animal?
– Ya veo que prefiere el nombre original. No, no soy un adepto, si a eso se refiere. Simplemente entra en el campo de mis lecturas, me apresuro a aclarar que de una manera puramente lúdica, sin otro fin que mi particular diversión. Soy un aficionado que disfruta más con un texto de Edgar Allan Poe, por ejemplo Revelación mesmérica, que con un libro científico, aunque, claro, no desdeño estos últimos. Buscando con cuidado a veces encuentro cosas interesantes… ¿Alguna vez ha tenido ocasión de leer L’ Âme humaine, ses mouvements, ses lumières et l'iconographie de l'invisible fluidique?
– Lo he consultado en alguna ocasión.
– Fascinante, ¿no le parece?… avec 70 similiphotographies hors texte…
– Pero el fenómeno de la aguja ha sido refutado… Al igual que las placas fotográficas impresionadas sin contacto.
– ¿Piensa que es imposible hacerlo con la propia vibración personal?
– Pienso que se puede llegar mucho más lejos. -Tentado estuve de decirle que entendiendo el mesmerismo como un humanismo, no como una ciencia-. En todo caso, a mí me interesa beber de las fuentes.
– De planetarum influxu, los cuerpos celestes rodando sobre una mesa de billar, toda esa música nerviosa, ¿no?
– Conoce usted bastante bibliografía mesmeriana.
– Sólo de nombre -se apresuró a añadir-. Baraduc cita algunas cosas y lo demás, la parafernalia, puede encontrarse en el Mesmer, le magnétisme animal, les tables tournantes et les esprits, de Bersot.
– Sí, por cierto, los velos, la suntuosidad miserable que parece ligada para siempre al mesmerismo. Implementos nada serios, como convendrá, que sólo sirven a un propósito: desfigurar, ocultar…
– Y los espíritus juguetones.
– Los espíritus juguetones son una suerte de camuflaje.
– Un camuflaje que se revela ineficaz y que provoca el fallo condenatorio de la Sociedad Real de Medicina que obliga a Mesmer a abandonar sus prácticas. Al menos, públicamente.
– En realidad fue un proceso, si puede llamársele así, contra el hipnotismo. Mesmer consideraba que en la raíz de casi todas las enfermedades se hallaba un desarreglo nervioso. Al parecer eso no convenía a determinadas personas y a determinados intereses. En fin, puede decirse que desde el comienzo tenía la partida perdida. La Sociedad de los Médicos suele ser inmisericorde.
– No obstante en 1831 se pronunciaron favorablemente sobre las teorías del magnetismo animal.