Sería fantástico que el médico tuviera la posibilidad de experimentar en sí mismo diversas medicinas. Comprendería la acción de los medicamentos de un modo muy distinto. Después de la inyección —por primera vez en los últimos meses— dormí bien y profundamente, sin pensar en ella, en quien me había engañado.
16 de febrero.
Hoy Ana Kirílovna, durante la consulta, se ha interesado por cómo me sentía y ha dicho que por primera vez en todo este tiempo no me veía sombrío.
—¿Acaso soy una persona sombría?
—Muy sombría —respondió ella, y añadió que le asombraba mi continuo silencio.
—Así soy.
Pero es mentira. Yo era una persona llena de alegría de vivir, hasta antes de mi drama familiar.
Oscurece temprano. Estoy solo en mi apartamento. Por la noche nuevamente ha llegado el dolor, pero no fuerte, sino como una especie de sombra del dolor de ayer, en algún lugar detrás del esternón. Temiendo que se repitiera el ataque de la víspera, yo mismo me he inyectado en la cadera un centigramo.
El dolor ha cesado casi de inmediato. Menos mal que Ana Kirílovna me había dejado una ampolla.
18 de febrero.
Cuatro inyecciones: no es algo tan terrible.
25 de febrero.
¡Ana Kirílovna es una excéntrica! Como si yo no fuera médico. ¿Una jeringuilla y media = 0,015 de morfina? Sí.
1 de marzo.
¡Doctor Poliakov, tenga cuidado!
Tonterías.
Es el anochecer.
Hace ya quince días que no he pensado, ni una sola vez, en la mujer que me ha engañado. La melodía de su papel de Amneris me ha abandonado. Estoy muy orgulloso de esto. Soy un hombre.
Ana K. se ha convertido en mi esposa secreta. No podía ser de otra manera. Estamos encerrados en una isla desierta.
La nieve ha cambiado de aspecto y se ha vuelto, al parecer, más gris. Ya no hace aquel frío terrible, pero de tiempo en tiempo aún se desencadenan tormentas de nieve...
El primer minuto: una sensación de que algo roza el cuello. Ese roce se vuelve cálido y se extiende. En el segundo minuto una onda fría atraviesa repentinamente la cavidad estomacal e inmediatamente después comienza una extraordinaria lucidez en las ideas y se produce un estallido de la capacidad de trabajo. Todas las sensaciones desagradables desaparecen. Es el punto más alto de la expresión de la fuerza espiritual del hombre. Si yo no estuviera maleado por mi formación de médico, afirmaría que normalmente el ser humano sólo puede trabajar después de una inyección de morfina. En realidad: ¡para qué sirve el ser humano, si la más insignificante neuralgia pude hacerle perder completamente el equilibrio espiritual!
Ana K. tiene miedo. La tranquilicé diciéndole que desde la niñez me he distinguido por una extraordinaria fuerza de voluntad.
2 de marzo.
Hay rumores de que algo grandioso ha ocurrido. Al parecer han derrocado a Nicolás II.
Me acuesto muy temprano. A eso de las nueve. Duermo maravillosamente bien.
10 de marzo.
Allí se está llevando a cabo una revolución. Los días se han vuelto más largos y los atardeceres, al parecer, más azulados.
Nunca había tenido sueños como los que ahora tengo al amanecer. Son sueños dobles.
Además, diría que el sueño principal es de cristal. Es transparente.
Y bien: veo unas candilejas increíblemente luminosas, desde las que se desprende una banda de luces multicolores. Amneris, agitando una pluma verde, canta.
La orquesta, absolutamente celestial, tiene una sonoridad extraordinaria. Aunque... es imposible transmitir todo esto con palabras. En suma: en un sueño normal, la música no tiene sonido... (¿En un sueño normal? ¡Habría que investigar primero qué sueño es más normal! En realidad estoy bromeando...). En un sueño normal no tiene sonido, y en cambio en mi sueño la música se oye de una manera verdaderamente celestial. Y lo más importante: yo puedo, según mi voluntad, hacer que la música suene con mayor o menor intensidad. Recuerdo que en Guerra y paz se describe cómo Petia Rostov, en duermevela, tuvo la misma sensación. ¡Lev Tolstoi es un escritor extraordinario!
Ahora a propósito de la transparencia: he aquí que a través de los colores de Aída que se difuminan, aparece de un modo absolutamente real el borde de mi escritorio que se ve desde la puerta del gabinete, la lámpara, el suelo reluciente, y a través de los sonidos de la orquesta del teatro Bolshói se dejan oír unos pasos claros, que pisan agradablemente, como unas castañuelas sordas.
Quiere decir que son las ocho: es Ana K. que viene a mi habitación para despertarme e informarme de lo que ocurre en la sala de recepción.
Ella no sospecha que no es necesario despertarme, que lo oigo todo y que puedo hablar con ella.
Ayer realicé un experimento que tiene que ver con esto:
Ana: Serguéi Vasílievich...
Yo: La escucho... (en voz baja a la música: «más fuerte»).
Música: Un gran acorde.
Re sostenido...
Ana: Se han apuntado veinte personas.
Amneris (canta).
Pero esto es algo que no se puede transmitir a través del papel.
¿Son nocivos estos sueños? Oh, no. Después de ellos me levanto fuerte y animoso. Y trabajo bien. Incluso siento interés, cosa que antes no me sucedía. Y no es de extrañar, ya que todos mis pensamientos estaban concentrados en mi ex esposa.
Pero ahora estoy tranquilo.
Estoy tranquilo.
19 de marzo.
Por la noche tuve una discusión con Ana K.
—No le prepararé más solución.
Intenté convencerla.
—Tonterías, Anusia. ¿Acaso soy un niño?
—No se la prepararé. Usted acabará por destruirse.
—Está bien, haga lo que quiera. ¡Pero comprenda que tengo horribles dolores en el pecho!
—Cúrese.
—¿Dónde?
—Tómese unas vacaciones. Nadie se cura con morfina. (Luego pensó un momento y añadió:) No me puedo perdonar el haberle preparado entonces la segunda ampolla.
—¿Acaso soy un morfinómano?