– En el momento de ir a llamar, escuché a dos personas hablando en la habitación, así que decidí no correr riesgos y esperé. Me escondí en un extremo del pasillo, hasta que vi cómo salía un camarero.
– Curro -recordó Villanueva.
– No sé su nombre -dijo Ivo-, pero era un muchacho joven. Cuando se alejó, entré en la habitación.
– Y allí le mataste. ¿Por qué? -preguntó Perdomo.
– Winston no quería entregarme el dinero acordado -dijo Ivo-, sólo la mitad. Pero aunque me hubiera entregado todo, yo iba dispuesto a acabar con él de todas formas. La mafia búlgara tiene una reputación que mantener, y además, él ya me había visto la cara y podía acudir a la policía. No quería dejar testigos.
– ¿Tenía allí el dinero? ¿Te llevaste de su habitación medio millón de dólares? -inquirió Villanueva. Ivo afirmó con la cabeza.
– Pero rabioso porque no habías conseguido todo el dinero -intervino Perdomo, ya más calmado-, decidiste extorsionar a la viuda, pidiéndole un rescate por las cenizas. Y entonces la cagaste. Te creía más inteligente, Ivo.
El búlgaro sonrió con descaro, mostrando sus dientes relucientes y dorados.
– Estaré fuera de la cárcel antes incluso de que se fije la fecha del juicio. Branimir ya me lo dijo hace años: «En España todo sale gratis».
Perdomo volvió a sentir tentaciones de romperle la crisma al búlgaro, pero logró dominarse de nuevo.
– Ya veremos, Ivo, ya veremos -respondió desafiante el inspector-. Si lo que dice Djerassi es cierto, ¿por qué se tuvo que marchar a Estados Unidos? La policía española estaba a punto de echarle el lazo a tu cuñado, Ivo, por eso esa rata se vio obligado a poner pies en polvorosa. Y allí cometió otro error (con el IRS americano no se juega), y cayó en manos del FBI. Djerassi nunca saldrá de Attica, y tú te vas a pasar a la sombra bastante más tiempo del que tenías pensado. Ha llovido mucho desde que un recluso podía evadirse de una cárcel española con una pistola de jabón. Y con las pruebas que hay en tu contra, el juicio va a ser un mero trámite. Si por mí fuera, te lo ahorrabas. Irías directamente de aquí a una prisión de alta seguridad, con una condena de trescientos años.
Ivo volvió a sonreír cínicamente. De no haber estado esposado, se habría atrevido, incluso, a mostrarles a los dos policías el dedo corazón.
– Sólo queda que nos expliques -dijo Villanueva- qué cojones pinta Chapman en todo esto. ¿Cómo es que a ese pirado, de repente, le da por reivindicar el asesinato de Winston?
– Chapman está en Attica, en un módulo especial, igual que Branimir -dijo Ivo, que fue confirmando a los policías, palabra por palabra, todo lo que el asesino de Lennon le había relatado a su abogado-. Cuando oyó que alguien se había atrevido a asesinar a Winston con su revólver, sintió celos y una rabia infinita, y reivindicó el asesinato. No quería que nadie llegara a ser más famoso que él.
– ¿Sabes la razón por la que ese chaval no ha salido aún de prisión, a pesar de los años que hace que ha cumplido su condena? -Perdomo podía presumir de información, gracias a que Amanda se lo había contado todo al respecto.
Ivo se quedó mirando al inspector, a la espera de la respuesta.
– Los que tienen que autorizar su libertad condicional -dijo el policía- están convencidos de que no duraría vivo, fuera de Attica, ni veinticuatro horas. John Lennon tenía y tiene tal cantidad de seguidores en todo el mundo que se cargarían al asesino de su ídolo en cuanto tuviesen la menor oportunidad.
– ¿Y a mí qué cojones me importa Chapman? -respondió el búlgaro, con una mueca de desdén.
– Te lo cuento para que sepas lo que te espera a partir de ahora, gilipollas -le aclaró Perdomo-. Te pudrirás en la cárcel hasta que se te hayan caído todos y cada uno de esos dientes infectos que tú pareces apreciar tanto. Si es que no te liquidan antes en la prisión, claro. Matar a Winston ha sido como matar a Lennon, has provocado la ira y el resentimiento de millones de personas. No me extrañaría que tú mismo tuvieras que suplicar algún día al juez de vigilancia penitenciaria que te permita permanecer un día más en chirona. O como lo dirías tú, en tu no menos infecto castellano -Perdomo parodió el acento eslavo, para que la burla de Ivo resultara más sangrante-,cuanto más se aproxime horrra de tu liberrración, más cerrrcana estarrrá horrra de tu muerrrte.
80 Last Call
Algunos días más tarde, Amanda y Perdomo volvieron a reunirse en la taquería de Guadalupe, para hacer balance de la aventura que acababan de vivir.
– De modo -dijo la periodista- que Winston confió su propia muerte a un sicario, porque no tenía valor para suicidarse. ¡Vaya historia! Ahora sí que se va a vender mi libro.
– ¿Tu libro?
– Cuando empezó todo, yo había escrito ya más de cien páginas de una biografía novelada de John Winston. Pero no tenía un final claro, y el libro estaba un tanto desestructurado. Pero después de lo que hemos vivido, puedo asegurarte que tengo en mis manos un auténticobest seller. Es como un melodrama decimonónico, con depresión de artista incluida. El pobre Winston era consciente de su descomunal talento y no podía soportar que sus semejantes no lo reconocieran. Por eso encargó que le mataran. Luego, de la noche a la mañana, su aparición en CSI Miami le catapulta a la fama y se ve obligado a dar marcha atrás. Pero deshacer un trato con la mafia búlgara le resultó imposible.
– Yo lo veo más bien como un acto supremo de narcisismo -puntualizó Perdomo-. Winston deseaba ser famoso a toda costa y estaba dispuesto a entregar incluso su propia vida para lograrlo.
Amanda estuvo a punto de atragantarse con su propia copa, al escuchar la temeraria simplificación que había aventurado el inspector.
– Dicho así -comentó-, dejas a Winston reducido a uno de esosfreakies que se marchan a La isla de los famosos para recuperar la popularidad perdida. Winston era un genio. Cuando tienes mucho talento, el hecho de que te ignoren puede ser muy mortificante. Sobre todo si estás metido en un mal viaje de LSD. Acuérdate de lo que te contó la viuda cuando Winston empezó a experimentar flashbacks con la droga: aunque no la estuviera tomando, volvía a vivir episodios terroríficos, relacionados con su falta de éxito y sus deseos de morir, para lograr la inmortalidad. Su identificación con Lennon y con esa canción, Happiness is a warm gun, contribuyó a aumentar su delirio. Hasta que aquella fatídica Noche de los Patinadores en París se volvió loco del todo y encargó a la mafia búlgara que le mataran.
– Pecó de impaciencia -sentenció Perdomo-. Si hubiera esperado unos meses más… el éxito le estaba aguardando a la vuelta de la esquina.
– Eric Clapton, que también tuvo en su día muchos problemas con las drogas, sufrió una decepción parecida con el temaLayla. Clapton lo sacó en una versión acortada para la radio en 1972 y la canción fracasó. No llegó a encargar su propia muerte, pero se agarró una depresión de caballo, porque no podía entender que Layla no fuera un número uno. Al año siguiente la lanzó a las ondas en su versión original, de más de siete minutos de duración, y la canción no sólo arrasó en todo el mundo, sino que se convirtió en un clásico. Igual que está ocurriendo ya con los temas de John Winston.
– ¿Adonde crees que hubiera podido llegar The Walrus, ahora que ya había despegado? -preguntó el policía.
– Estoy absolutamente convencida -dijo la reportera-, y así lo haré constar en mi libro, de que se hubieran convertido en los Beatles del siglo XXI. Aun así, no tienen mal futuro, con Big Wayne como nuevo líder del grupo.