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– ¿Qué ocurre? -preguntó Tania-. ¿Hay algún problema?

– Ninguno en absoluto. Pero tal vez no sea buena idea que nos veamos. -¿Y eso?

Perdomo volvió a dar la callada por respuesta. No sólo no le apetecía ya volver a ver a Tania, sino que ni siquiera deseaba tener que explicarle a su antigua novia por qué había cambiado de opinión. Eso provocó que la forense se viera forzada a imaginar lo que a Perdomo le pasaba por la cabeza.

– ¿Es por algo que he dicho o que he hecho durante la autopsia? Nunca te gustó demasiado mi humor negro. Pero no puedo evitarlo: mi padre lo era.

– ¿Tu padre era qué?

– Negro. Olvídalo, era un chiste malo, y por lo que veo, no lo has pillado.

– Tania, nos vamos a tener que ver de todas maneras, porque eres la forense del caso -dijo Perdomo.

– Pero tú sabes que hay formas y formas de verse -protestó la mujer-. Cuando me llamaste hace un par de semanas, pensé que querías tener conmigo un encuentro más personal. Pero déjalo, no nos compliquemos la existencia, que bastante difícil es ya de por sí la vida como para que encima nosotros la enredemos más.

Perdomo se dio cuenta de que Tania estaba a punto de colgar y no le gustó la idea.

– Espera -dijo-. Tienes derecho a saber por qué he cambiado de opinión.

– No es necesario, Raúl, me hago cargo: debes de tener una novia muy celosa, de esas que abducen a sus parejas, y cuando le has comentado que te ibas a tomar un café con una ex, te ha puesto mala cara y no quieres que se enfade.

– En este momento no sé si estoy en pareja, Tania -le aclaró Perdomo.

– Si no lo sabes tú, ¿quién lo sabe entonces?

– Probablemente, sólo lo sepa ella, que me mandó a la mierda el otro día después de decirle yo que había invadido mi espacio. Lo cierto es que no sé si sólo hemos discutido o hemos roto definitivamente.

– ¿No la has llamado para preguntárselo?

– Sí, y no me coge el teléfono. Y así llevamos meses.

– ¿Qué quieres decir?

– Tengo una relación guadianesca con mi chica, una trombonista en la Orquesta Nacional.

– ¿Cómo se llama? -preguntó la forense, cuya curiosidad aumentaba por momentos.

– Elena.

– ¡Hmmm!

– ¿Hmmm, qué?

– No me gusta.

– ¡Si no la conoces!

– Me refiero al nombre, Elena -aclaró Tania-. La guerra de Troya empezó por una Elena, es nombre de mujer conflictiva.

– Y también de mujer hermosa -le recordó Perdomo.

Escuchó cómo Tania reía al otro lado del teléfono antes de que ésta preguntase:

– ¿Ah, sí? ¿Es guapa? ¿Más que yo?

– Dejemos el tema -dijo el inspector. Se ponía nervioso cada vez que Tania empezaba a coquetear con él tan descaradamente.

– Dime al menos qué es eso de relación guadianesca. Estoy muy adaptada al castellano que se habla aquí, pero reconozco que haypalabros que se me escapan.

– «Guadianesco» quiere decir que viene y va, que aparece y desaparece, como el río Guadiana.

– Ah, yo las llamo «relaciones yo-yo». Como la que tenían los Burton, ¿no?

– Sí, claro, aunque desde entonces ha habido unas cuantas más -le recordó Perdomo, extrañado de que Tania hubiera citado un ejemplo tan antiguo-. Tommy Lee y Pamela Anderson, Ben Affleck y Jennifer López, Orlando Bloom y Kate Bosworth, Leonardo DiCaprio y Giselle Bundchen…

– ¡Qué informado estás! -exclamó Tania-. ¡Ni que leyeras la prensa del corazón!

– Un inspector de homicidios tiene que saber de todo -dijo Perdomo, dándose importancia.

– Pero ¿y todo esto qué tiene que ver con el hecho de que no podamos tomarnos ni un café? -objetó la mujer.

Perdomo suspiró. Había luchado por no abordar el tema, y menos aún por teléfono, pero sentía que le debía una explicación a su antigua novia y se lanzó a la piscina.

– Me robaste, Tania. Eso es lo que pasa.

Perdomo había sacado por fin a colación el episodio que había puesto término a la relación entre ambos. Una amiga de la infancia de Tania, llamada Yasmina, que estudiaba en la Escuela Latinoamericana de Medicina, le había pedido ayuda económica para poder abandonar Cuba. A Tania, que por entonces era una recién llegada a España y no tenía los medios para socorrerla, no se le ocurrió otra cosa que sustraer dinero de la cartera de Perdomo por un importe equivalente a seiscientos dólares, que era la cantidad que necesitaba su amiga. Cuando el inspector se dio cuenta del hurto, ni siquiera intentó recuperar su dinero, pero no volvió a dirigirle la palabra a Tania, ni quiso volver a verla.

– Te devolví hasta el último céntimo, Raúl -recordó la forense-. Se lo hice llegar a Villanueva, dado que tú te negaste a saber nada más de mí. ¿Es que no te lo entregó?

– Sí, estáte tranquila -refunfuñó Perdomo-. Me lo entregó.

– ¿Y no te explicó también que, con tu generoso donativo, mi amiga no sólo fue capaz de salir de La Habana sino que además lo hizo de forma segura y no en esas balsas espeluznantes que tantas vidas se cobran al año en mi país?

Perdomo se había enojado tanto en su día por el hecho de que Tania le sustrajera dinero sin permiso que ni siquiera quiso averiguar qué uso le había dado la forense.

– ¿El dinero, mi dinero, era para ayudar a una amiga? -preguntó sorprendido-. ¿Y por qué no me lo pediste, en vez de quitármelo de la cartera?

– Porque no me podía permitir que me dijeras que no -dijo Tania con franqueza.

Su respuesta indignó a Perdomo.

– ¿Ah, no? -exclamó-. Me pregunto si esa filosofía la aplicas en todas las facetas de tu vida, ¿sabes? Si el hombre del que te separaste te hubiera dicho que no quería tener hijos ¿qué hubieras hecho? ¿Quedarte encinta de todas maneras? ¿Contra su voluntad?

– ¿Qué carajo tendrá que ver mi hija con lo que estamos hablando? -protestó la mujer-. ¡Estás mezclando churras con merinas, Raúl!

– ¿Y tú crees -preguntó Perdomo, cada vez más irritado- que si en su día me hubieras contado todo esto, yo no te hubiera ayudado?

Tania se sintió incómoda y prefirió permanecer en silencio.

– ¿Sigues ahí? -anunció Perdomo.

– Sí, pero creo que voy a colgar -respondió la forense con voz dolida-. A veces tienes la virtud de hacerme sentir la hez de la tierra. Cómo es posible que aún estés enojado por algo que ocurrió hace diez años?

– No estoy enojado, Tania. Es sólo que hasta que no entiendo las cosas, soy como Humphrey Bogart enCasablanca.

– ¿De qué hablas? -preguntó la mujer.

– ¿No te acuerdas deCasablanca? Bogart se tira años sin saber por qué Bergman le abandonó en París y eso lo tiene completamente mortificado. Hasta que ella no se lo explica, en su reencuentro marroquí, él ni siquiera es capaz de escuchar El tiempo pasará, la canción que los unía. A mí me acaba de ocurrir algo parecido.

A Tania le gustó el símil cinematográfico. Luego preguntó:

– ¿Nosotros tuvimos alguna vez una canción?

– Por supuesto -dijo él enseguida-.With a little help from my friends, en la versión de Joe Cocker.

Perdomo empezó a ponerse nervioso, al sentir que lo inundaba un torrente de deseo sexual hacia Tania. De todas las relaciones que había tenido en su vida, la más satisfactoria -desde el punto de vista estrictamente carnal- había sido con ella. La forense poseía todos los recursos y la imaginación de una jinetera cubana, pero era además extraordinariamente generosa y delicada después de hacer el amor.

– Te llamaré para ese café -prometió él al fin, intentando mantener la máxima asepsia en la voz.

Perdomo no quería utilizar a la mujer, pero estaba convencido de que si había uncapítulo dos con la forense y Elena se enteraba, la contraofensiva de la trombonista iba a ser digna del general Patton.