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Tras comunicarle a Gregorio que tendría que cenar solo -«No importa, papá, me estoy preparando laChacona de Bach y no harías más que desconcentrarme»-, Perdomo le pidió a Villanueva que le acercara al domicilio de Amanda, situado en una bocacalle de Arturo Soria.

– Esa mujer me ha insinuado por teléfono que podría conseguir la entrevista con Chapman esta misma noche, y yo quiero verla -le explicó a su subordinado. Mientras tanto, tú haz dos cosas: ponte en contacto con el FBI y averigua qué credibilidad le han dado a la confesión del asesino de Lennon y luego localiza a los músicos de la banda y habla con cada uno de ellos, a ver qué sacas en limpio.

Veinte minutos después, Amanda le abrió la puerta a Perdomo recién duchada y enfundada en un batín naranja tan provocativo que el inspector se preguntó si la reportera no albergaría intenciones sexuales hacia él. «Con semejante físico, y a sus años, debe de llevar en el dique seco desde que se inventó la pildora anticonceptiva», se dijo. Y se alegró de llevar encima su Heckler & Koch, con cargador de dieciocho balas, de la que se juró a sí mismo que haría uso, en caso de que su anfitriona osara atacarle, en un arrebato de irrefrenable concupiscencia.

– ¿Lo tenemos? -preguntó nada más entrar en casa de la periodista, refiriéndose al vídeo de Chapman.

– Not yet, my love, not yet -respondió Amanda-. Pero ya no puede tardar, estoy pendiente de una llamada de Nueva York. Mientras tanto, relájate y disfruta.

– ¿Eres la única vecina del barrio? -preguntó Perdomo, después de quitarse la americana y dejar al descubierto su pistola semiautomática.

– ¿Por qué lo preguntas? -respondió ella, coqueta-. ¿Es que estás pensando en mudarte a esta zona?

– No, es por la mala iluminación. Tu calle parece el pasadizo de un castillo medieval.

– Pues bienvenido al final del túnel, Perdomo. Ésta es mi humilde aunque acogedora morada.

La casa de Amanda era un piso de noventa metros cuadrados cuya característica principal era que estaba decorada al estilo hippy de finales de los sesenta. Además de los obligados pufs de cuero con motivos hindúes, Perdomo se vio de pronto rodeado de juegos de té árabes, espejos tallados en relieve con soles, lunas y animales exóticos, cajas de los más variados tamaños con la hoja de marihuana en la tapa, carteles del Che y de Ho Chi Minh, percheros con forma de lagartija, pirámides de madera labrada, pipas de agua, lámparas de hierro forjado y cristales de colores, y un sinfín más de objetos que habían convertido aquella vivienda en un decorado de la películaEasy Rider.

– Supongo,my dear -le espetó la reportera nada más entrar-, que no pondrás ninguna objeción a que me fume un porrito mientras esperamos a que se hornee la musaka.

En su mano derecha había aparecido, como por arte de magia, un cigarrillo de marihuana del tamaño de un Cohiba.

– ¿Te gusta la comida griega? -preguntó la mujer, tras encender aquel petardo disparatado, en el que había más droga que tabaco.

Perdomo respondió que nunca la había probado y Amanda le garantizó que se iba a chupar los dedos.

– ¿Quieres? -le dijo ofreciéndole el puro de marihuana, que hubiera bastado para hacer feliz al más exigente de los rastafaris jamaicanos.

El policía se sorprendió a sí mismo aceptando el porro y dándole una generosa calada, lo que tuvo consecuencias calamitosas para su sistema respiratorio.

– Estás aún muy tierno,honey -afirmó la mujer al oírle toser con la persistencia de un bebé-. Pero Torres va a hacer de ti un hombre hecho y derecho, además de que te va a ayudar a atrapar a ese hijo de puta. Dame dos minutos para que compruebe la temperatura del horno y estoy contigo. ¿Qué quieres de beber?

Perdomo le pidió un gin-tonic no muy cargado y decidió sentarse en un puf, mientras aguardaba a su anfitriona. Tardó tres segundos de reloj en escorarse hacia un lado y deslizarse como un ridículo fardo hasta la alfombra, lo que le llevó a ponerse en pie como un resorte, para recuperar la dignidad, y empezar a deambular por el salón, para curiosear fotos y libros.

No había estrella del rock con la que Amanda no se hubiera hecho alguna instantánea. Allí estaba la periodista con Sting, Elvis Costello, Phil Collins, Chrissie Hynde, Tina Turner… La lista de rostros mundialmente célebres era interminable. En las paredes había también poemas enmarcados y fragmentos de letras de canciones, algunas de puño y letra de sus creadores. Los libros, que eran muy numerosos, se amontonaban en el suelo y sobre las sillas, pues las dos grandes estanterías de madera que había en la casa ya no daban abasto. Perdomo cogió uno sin pensar y leyó el título:Las raíces del azar, de Arthur Koestler.

– Sting era un gran lector de ese autor -dijo Amanda al regresar de la cocina y sorprender al policía fisgando entre sus libros-. De hecho, hay dos álbumes de Pólice,Ghost in the machine y Synchronicity, que se titulan así a causa de Koestler.

– No tenía ni idea -respondió Perdomo, devolviendo el libro a su hueco en la estantería y cogiendo luego el gin-tonic que le había traído su anfitriona.

– Las raíces del azar -continuó Amanda- no sólo me interesa por eso, sino porque soy una extraordinaria jugadora de póquer. ¿Tú juegas?

– Sólo al mus. También se farolea, no te creas, y no se me da mal.

– Entonces podrías ser bueno al Texas, que es la modalidad que más me gusta. Lo llaman «el Cadillac del póquer», ¿sabes por qué?

– ¿Porque se juega mucha pasta?

– No, porque es un juego perfecto. El equilibrio entre lo que se sabe y lo que no es ideal para mantener el interés de los jugadores. En el póquer cerrado, por ejemplo, la única información de la que uno dispone es el descarte del oponente. No tiene gracia. Lo mismo te puedo decir delstudpoker, al que llaman aquí póquer abierto.

Perdomo recordó haber visto una magnífica película, protagonizada por Steve McQueen y Edward G. Robinson, en la que se jugaba alstud, y le comentó a Amanda que le había parecido muy emocionante.

– Tonterías, es un juego infantil -afirmó ella, muy segura de sí misma-. En elstud hay demasiada información, porque sólo una de las cartas de cada jugador permanece oculta hasta el lance final. En cambio, en el Texas hay dos cartas cubiertas y cinco destapadas, lo que proporciona tanto las dosis necesarias de misterio como las pistas indispensables para resolverlo, como en un buen caso policíaco. ¿Qué tal está el gin-tonic?

– Delicioso, gracias -respondió Perdomo, encantado de que Amanda hubiera tenido el detalle de servírselo con lima, que era como a él le gustaba.

Lo siguiente que llamó la atención del inspector fue un tocadiscos de vinilos, que ocupaba uno de los lugares de honor de aquel salón sesentero. Perdomo había conocido aquella época y recordó incluso haber hurtado algunos elepés de los Beatles, cuando era adolescente y los sistemas de protección electrónica de los grandes almacenes no eran tan avanzados como en la actualidad. «Y además, qué carajo, yo no podía saber que acabaría convirtiéndome en policía.»

– Me he vuelto a hacer coleccionista -le explicó Amanda-. De joven tenía una colección de vinilos impresionante, pero a comienzos de los ochenta, cuando empezaron a salir los primeros CD, me digitalicé por completo. Me convertí en una fundamentalista del nuevo formato y empecé a ver los vinilos nada más que como un estorbo en la casa, que me quitaban espacio para mis libros. Poco a poco me fui deshaciendo de ellos, unos los vendí, otros los regalé, y a comienzos de los noventa ya no me quedaba ni uno. Recuerdo perfectamente que el último,Made in Japan, de Deep Purple, salió de mi casa el día que Nirvana publicó Nevermind: 24 de septiembre del 91. No te puedes imaginar lo que me he arrepentido luego de haberme deshecho de ellos.