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– Obviamente no -replicó Perdomo con sequedad. A veces le molestaba el tono de suficiencia de Amanda-. Si Chapman está detrás de todo esto, ha tenido que actuar por persona interpuesta. Como no puede revelar cómo se pone en contacto con su marine, para no hacer peligrar sus comunicaciones con el exterior, podría haber puesto en pie esta farsa del viaje astral, que por otro lado le va bien a su personalidad, ¿no?

– Sí, Chapman es un pirado. ¡Qué lástima que Denise no me haya enviado también la parte en que Chapman cuenta cómo lo hizo! Pero espera, ya que tenemos encendido el ordenador, vamos a echar un vistazo a ese instituto en el que Chapman asegura que aprendió lo del desdoblamiento extracorpóreo. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, Instituto Monroe.

En pocos minutos, Perdomo y Amanda averiguaron que el director del instituto, Robert Monroe, no era ni científico ni médico, sino un publicista que se había hecho famoso a comienzos de los años setenta por un libro tituladoViajes fuera del cuerpo. Antes de fallecer, en 1995, Monroe patentó un método llamado Hemisync para inducir estados mentales que fuesen favorables a las proyecciones astrales. Mediante CD grabados en su laboratorio, que contenían una especie de latidos o pulsos binaurales, los pacientes de Monroe lograban sincronizar las ondas cerebrales de los dos hemisferios del cerebro y con ello alcanzaban el estado mental necesario para viajar fuera del cuerpo. Teóricamente, cualquiera que aprendiese a servirse correctamente de esos CD podía no sólo visitar lugares distantes al cuerpo físico a la velocidad del pensamiento, sino también desplazarse en el tiempo, para ver cosas que sucederían en el futuro, o bien, observar hechos del pasado. Perdomo se preguntó si no encontraría algo de esto en la cásete hallada en la habitación de Winston.

– ¿Qué sabemos del revólver? -dijo de pronto el inspector. Miraba fijamente a Amanda y su rostro parecía el de un iluminado-. Chapman afirma haberse cargado a Winston con el mismo revólver que empleó contra Lennon.

– Se trata de un 38 Especial de la marca Charter Arms -respondió muy segura la periodista-. Los fabrican en Connecticut. Lo sé porque durante un viaje a Estados Unidos fui a visitar la fábrica. Las armas me fascinan, igual que las motos. Es un revólver barato, aunque muy efectivo, de morro chato y cachas de madera, que aún se sigue fabricando.

– ¿Y dónde está ahora ese 38 Especial?

– En Nueva York -aseguró la mujer-. Concretamente en la División de Investigación Forense que la policía de la ciudad mantiene en Queens. Ignoro cuál es el procedimiento en España, pero en una biografía de Lennon leí que, en Estados Unidos, la mayoría de las armas que se incautan en los homicidios acaban convertidas en un amasijo de metal fundido; otras simplemente se archivan y se guardan en un armero, por si algún día hay que realizar nuevos análisis balísticos. Pero las que han intervenido en asesinatos de gran repercusión mediática (te hablo de un bazuca que se empleó para atentar contra Naciones Unidas en los años sesenta o del revólver del 44 que empleó el asesino en serie David Berkowitz para cepillarse a seis personas en los años setenta) están expuestas en una vitrina. No para que las vea el público, lógicamente, pero gozan de un tratamiento VIP dentro del propio departamento de la policía de Nueva York. El revólver de Chapman está entre ellas.

Perdomo se dio cuenta de que además de cierta desorientación espacio-temporal, empezaba a sentir un hambre notable (seguramente también por efecto de la marihuana), por lo que rogó a Amanda que le trajera algo de picar.

– Tengo de todo,darling: patatas, berberechos, aceitunas, galletitas saladas. Pero tú te vienes conmigo a hacerme compañía -le ordenó la periodista-. Una mujer puede llegar a sentirse muy sola en la cocina.

32 Help me to help myself

Mientras Amanda abría una lata de mejillones y servía un buen puñado de patatas fritas en un cuenco, Perdomo estudió detenidamente la cocina, en la que ya se podía disfrutar del delicioso olor de la musaka gratinándose en el horno. Le llamó la atención que la puerta de la nevera estuviera llena de fotos de modelos y actrices famosas, sujetas con distintos imanes.

– ¿Haces algún tipo de régimen? -preguntó.

– Por supuesto, a mis años y con mi peso, resulta inevitable. Hago tres dietas distintas.

– ¿Para no aburrirte?

– No, porque sólo con una, paso hambre.

A Perdomo le hizo gracia aquella salida inesperada, aunque no quiso averiguar si se había tratado de un chiste o de una confesión.

– ¿Y esas fotos?

– ¿No te gustan?

– Claro que sí. Sólo pregunto para qué las tienes ahí.

– Son fotos disuasorias. Cuando entro en pleno vértigo aniquilador con la comida, alternando lo dulce con lo salado frente al televisor, durante horas y sin solución de continuidad, la vista de esos tipazos es lo único que me hace reaccionar. La foto de Eva Mendes, por ejemplo, creo que ya me ha salvado la vida un par de veces.

Amanda colocó los platos de aperitivos sobre la mesa de la cocina y se apoltronó en una de las sillas. El batín naranja estaba ahora tan abierto por la zona del escote que Perdomo trataba de mirar para otra parte, para no demostrar interés.

– Si no te importa,my dear, nos quedamos aquí hasta que esté horneada la musaka. Así no tengo que estar saliendo y entrando todo el rato a la cocina. Luego podemos cenar en esta misma mesa o en el salón, como prefieras.

– Esta tarde he presenciando la autopsia de Winston -dijo Perdomo, mientras se lanzaba hacia las patatas fritas.

– ¡No me des detalles, por favor! -exclamó la periodista-. Esas cosas me espantan, no las puedo ni escuchar.

– Sólo quería comentarte un par de observaciones que ha hecho la forense. ¿Puedo?

– Si no salen higadillos, por supuesto -concedió Amanda.

– Lo primero que le ha llamado la atención es que Winston no tuviera tatuajes ni piercings en el cuerpo. ¿Eso es normal? Te lo digo porque en estos tiempos resulta difícil ver a alguien con menos de treinta años que no lleve uno. Especialmente en el mundo del rock.

– Los tatuajes y los piercings -aclaró la reportera- se han puesto de moda en los últimos quince años; antes eran algo muy raro de ver, excepto entre los marineros y los presidiarios. Winston era muy sesentero, y en los sesenta ningún músico que se preciara llevaba piercings ni tatuajes, así que no hay nada anormal en eso. ¿Cuál es el otro punto?

– En el corazón de Winston, que sostuve en mis propias manos, había señales de infarto. La forense asegura que Winston sufrió un ataque al corazón poco antes de morir, tal vez causado por una fuerte impresión. Si no lo llegan a matar antes las balas, se hubiera muerto, literalmente, de miedo.

– ¿Qué hay de extraño en eso? -dijo la mujer-. Si ves que alguien te está encañonando con un arma de fuego y que te quedan segundos de vida, lo normal es que te infartes, ¿no crees?

– Sí, tienes razón -admitió el policía-. A veces uno olvida lo terroríficas que pueden llegar a ser las armas de fuego, cuando no se está acostumbrado a ellas.

– Dicen que la mayoría de los músicos de rock (menos Winston, claro) se han vuelto muy miedosos desde que asesinaron a Lennon -continuó Amanda-, pero lo cierto es que ya el propio John pareció presagiar su propia muerte. ¿Conoces la canciónHelp me to help myself?

– Sólo me sé un par de temas de los Beatles, lo siento.

– Lennon iba a incluirla en su último disco, aunque al final se quedó en maqueta y hubo que esperar hasta elremix del año 2000 para escucharla. Tiene una letra muy, muy inquietante. Los dos primeros versos dicen:

He luchado con todas mis fuerzas por permanecer con vida pero el ángel de la destrucción me anda rondando.