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– ¿Después de los Beatles hubo una involución?

– Absolutamente. Yo creo que la buena música pop empezó a agonizar en una fecha muy concreta: el 1 de agosto de 1981, día en que nació la MTV. ¿Sabes lo que es?

– Una cadena de vídeos musicales, ¿no?

– Que siempre ha hecho hincapié en el aspecto visual de la música, y que ha logrado que las delirantes historias que se narran en los videoclips (a veces brillantes, no digo que no) primen sobre el valor intrínseco de las canciones que se cantan en ellos. La MTV también ha conseguido que las letras de los temas se vuelvan más mojigatas, con la excusa de que la cadena tiene una gran responsabilidad hacia los jóvenes que constituyen su audiencia, a los que no se puede pervertir hablando de temas políticamente incorrectos o haciéndoles escuchar palabras malsonantes. Entonces llegó Winston y dijo: «Pero ¿qué cono es esto? Lo importante es la música, no la mujer que sale enseñando las domingas en el videoclip». Y empezó a sofisticar la música, no los vídeos, que ya han llegado a un grado de absurdo parecido al de los spots publicitarios. Se trata de llamar la atención, no importa cómo. Winston dijo: «Lo esencial es conmover al oyente, no aturullarlo con un vendaval de imágenes sin sentido». Muchos críticos y revistas especializadas alaban su musicalidad, pero le acusan de no haber inventado nada nuevo.

Amanda fue en busca de su ordenador portátil y lo colocó frente a Perdomo.

– Quiero mostrarte un artículo concreto en el que se dicen tantas estupideces acerca de The Walrus que dan ganas de coger firmas para que clausuren la revista. ¿Eh? -exclamó al encontrarse con una página web que no esperaba-. ¿Qué es esto? ¡Menudos cabrones!

35 Like a Rolling Stone

Perdomo miró la pantalla del ordenador y no alcanzó a entender qué era lo que acababa de indignar tanto a Amanda.

– ¡Es la lista deRolling Stone!-le aclaró su anfitriona-. ¡La canción de Winston Ocean Child ya está en el Olimpo de las mejores canciones de todos los tiempos, por delante de Satisfaction y de Imagine. ¡Esto sí que es de denuncia!

– ¿Por qué? -preguntó ingenuamente el inspector-. Más vale tarde que nunca, ¿no? Han reconocido por fin su error.

– ¡Pero sólo porque Winston ha muerto! -vociferó Amanda-. Y este artículo que han colgado junto a lista ¡lo firma un tipo que se hartó de despotricar contra Winston hasta la semana pasada! ¡Qué oportunista!

– Es consustancial a la naturaleza humana, Amanda. A los muertos se les perdona todo.

– ¡Pues a mí estas reacciones me repugnan! -siguió bramando la mujer-. Ahora todos quieren apropiarse del mito. «¡Yo descubrí a Winston! ¡Yo fui el primero que hablé de su música!» ¡Es vomitivo! Si John resucitara mañana, volverían a desdeñarlo o a vituperarlo. Dios mío, no puedo creerlo: ¡el Franz Schubert del pop, lo llaman aquí! Es peor aún que cuando murió Michael Jackson, ¿te acuerdas? Llevábamos diez años en los que no se hablaba de otra cosa que de su presunta pederastía y de las miles de operaciones a las que se había sometido. Ya no era el rey del pop, sino el defreakyland. En el momento mismo en que se fue al otro barrio, todo eso pasó al olvido y Michael recuperó al instante el estatus de gran estrella, de luminaria del pop, de artista genial.

Perdomo no pudo evitar un gesto de disgusto, al recordar las imágenes que la prensa solía publicar en vida de Michael Jackson, resaltando su rostro desfigurado y monstruoso. El cantante se había visto obligado, en las raras ocasiones en que abandonaba su casa refugio de Neverland, a llevar gafas oscuras, gorra y vendas en la cara.

– ¿Sabes otra de las razones por las que Winston no logró ser un mito en vida? -le preguntó Amanda-. Porque no exhibía su lado oscuro, como Morrison o el propio Jackson. No digo que no lo tuviera, pero los medios de comunicación nos han acostumbrado a que si no muestras un lado autodestructivo y violento, no eres nadie. ¿Quiénes son lascelebrities del pop hoy en día? Amy Winehouse y Pete Doherty. La masa ya no es capaz de identificarse con personajes positivos, quizá también por influencia de la televisión, que ha llenado los platos de escoria humana. Ahora sólo son cool los personajes excesivos, bien porque viven al límite de sus posibilidades, bien porque se permiten todos y cada uno de sus caprichos. ¿Crees que Winston y todos los miembros de su banda no experimentaron con las drogas? Estás muy equivocado. ¿Piensas que fueron maridos leales y amorosos toda la vida? Todos les han puesto los cuernos a sus mujeres más veces de lo que seríamos capaces de imaginar. ¡Pero lo han hecho discretamente, sin montar espectáculo para la galería!

El inspector se levantó de la silla, con la intención de ayudar a Amanda a recoger la mesa, pero ésta se negó en redondo.

– Son cuatro cubiertos, Perdomo, y mañana a primera hora viene mi esclava. Pasa de todo. Y hablando de pasar, ¿pasamos al salón? Tengo un tequila impresionante, que me regaló uno de mis novios mexicanos.

Al ver que el policía vacilaba, Amanda sonrió.

– Sé lo que estás pensando, inspector. Piensas: «Estás ya en zona de peligro, Perdomo. Sal de aquí antes de que la gorda imagine que te lo quieres montar con ella».

El inspector no movió un músculo de la cara, como si aquel razonamiento no fuera con él. Pero lo cierto es que Amanda le había leído el pensamiento con la precisión de una mentalista.

– Te lo agradezco un montón -dijo Perdomo en el tono más cordial que pudo-, pero me voy directamente a casa. Mañana me espera un día muy duro: tengo que interrogar a la viuda de Winston y localizar al tercer miembro de la banda, que está en paradero desconocido.

Si estaba decepcionada por la marcha precipitada del policía, Amanda no lo demostró. Lejos de insistir en una última copa, la mujer acompañó al inspector hasta la puerta, con una sonrisa en los labios, y mientras ambos esperaban en el rellano de la escalera a que llegase el ascensor, le dijo a Perdomo:

– Cuando le preguntaron que cómo creía que iba a morir, John Lennon dijo en una entrevista: «Probablemente me quitará de en medio algún chalado».

– Me estremecen las dotes proféticas de Lennon -reconoció el policía-. Pero ¿y Winston? ¿Nunca habló de su propia muerte?

– A eso iba,coochie-coochie. Cuando los de la prensa empezamos a darle el coñazo a Winston hace unos meses con su muerte prematura a los veintisiete años, él dijo algo muy parecido: «Si entro en el club, no será ahogado en mi propio vómito», en clara alusión a las muertes por sobredosis de los otros miembros del club. Él quería ser diferente.

– ¿Winston creía en la maldición del Club 27?

– Desde luego -afirmó Amanda-. Pero decía que era una falsa maldición, en el sentido de que a todos esos músicos el club les había asegurado la vida eterna. Y no le faltaba razón: ya has visto como a él mismo la entrada en el 27 le ha convertido en inmortal.

36 Jealous Guy

Al salir de casa de Amanda, Perdomo se dio cuenta de que aún no se le habían pasado por completo los efectos desorientadores de la marihuana. Empezó a palparse los bolsillos de la americana, en busca de las llaves del coche, y al no encontrarlas tampoco en el pantalón, tuvo miedo de haberlas dejado olvidadas en casa de la periodista. Cuando estaba a punto de pulsar el portero automático de su anfitriona, se acordó de que no había ido en su propio vehículo, sino que le había traído el subinspector Villanueva. Pero volver a casa a esas horas no iba a resultarle fácil. Por allí no pasaba un taxi ni por asomo. Comenzó a caminar entonces en dirección a una estación de metro y su fino instinto de policía detectó, a los pocos metros, que algo no iba bien. No sabía si había sido una sombra, adivinada a través del rabillo de ojo, o el eco de unos pasos lejanos, replicando la cadencia de los suyos, pero le invadió la certeza de que le estaban siguiendo. Se detuvo en un portal y fingió que se ataba los zapatos, mientras inspeccionaba con disimulo ambas aceras. Las encontró extrañamente desiertas, a pesar de que aquél no era un barrio de oficinas. Una parte de él pensó que estaba siendo presa de la típica paranoia que produce el cannabis. Su otra mitad prefirió no llamarse a engaño: en su ya larga carrera como inspector de homicidios, había enviado a la cárcel a tantos delincuentes, que había perdido la cuenta del monto total de sus «víctimas». Y dado que, en la mayoría de los países, el período máximo de privación de libertad suele ser de veinte años, los criminales siempre acababan volviendo a pisar la calle. «Menos Chapman», pensó. ¿O tal vez él también se las había ingeniado para salir de Attica? Algunos de los asesinos que Perdomo había enviado a prisión habían jurado vengarse de él; incluso en la sala de audiencias, nada más escuchar cómo el tribunal les imponía la pena máxima. Perdomo tenía medios para saber cuándo sus más acérrimos enemigos eran puestos en libertad, pero ¿y los familiares o los compinches de los delincuentes? No hacía ni dos años que su compañero, Manuel Salvador, había volado por los aires, en su propio coche, porque los cómplices de un narcotraficante al que había contribuido a enviar a la sombra no estaban de acuerdo con que su jefe hubiera acabado entre rejas.