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– ¡Dispara, cabrón! -le animó la mujer, mientras dilataba las aletas de la nariz y levantaba el labio superior para enseñarle los dientes, en señal de amenaza. Por dos veces emitió una especie de rugido desafiante, ¡WRAAAHHH!, que logró amedrentar a Perdomo. No parecía tenerle miedo al arma, o tal vez intuía que el policía optaría por reducirla en un combate cuerpo a cuerpo, antes que disparar contra ella.

– ¡Suelta el spray o te pego un tiro en la pierna! -le gritó Perdomo.

Por toda respuesta, su adversaria efectuó un par de pulverizaciones intimidatorias con el spray, como diciendo: «Ven a por mí si te atreves». Perdomo pensó en asustarla con un disparo al aire, pero tuvo una idea mejor. Con el pulgar de la mano derecha colocó el seguro a la pistola y acto seguido la empleó de un modo que su agresora no esperaba: se la lanzó a la cara. Aunque la mujer logró esquivarla -la Heckler fue a parar a un montículo de césped cercano-, la iniciativa la distrajo lo suficiente como para que Perdomo lograra acercarse a ella y pudiera agarrarla del brazo con el que sujetaba el spray, que cayó al suelo. Su agresora debía de tener nociones de defensa personal -¿tal vez adquiridas en alguno de esos cursillos para mujeres que se imparten regularmente en los gimnasios?- porque cuando Perdomo intentó derribarla, ella abrió las piernas, flexionó las rodillas y echó todo su peso para atrás, de manera que el policía apenas podía moverla. Incapaz de acceder ya al spray, su agresora se estaba defendiendo con el arma de su peso corporal. El inspector intentó un barrido lateral con la pierna derecha, pero la mujer lo esquivó con agilidad y contraatacó golpeando con la palma abierta de la mano sobre el oído izquierdo del policía. Aquello dejó atontado a Perdomo el tiempo suficiente como para que su contrincante pudiera correr hacia el montículo de hierba, donde había caído la Heckler y hacerse con ella.

En esos momentos era la mujer la que le estaba apuntando con un arma de fuego.

Esta vez fue Perdomo quien llevó a cabo una exhibición de sangre fría. Avanzó con determinación hacia su agresora para quitarle el arma y ésta, sin pensárselo dos veces, apretó el gatillo. Fue en vano. El seguro había convertido la Heckler en un juguete inofensivo y cuando su agresora se quiso dar cuenta de lo que estaba pasando, el inspector ya estaba a su altura.

– Hay que empujar hacia arriba la palanquita que está junto a la corredera -dijo él con chulería, cuando estuvo a medio metro de distancia de la mujer.

Cuando ella apartó la vista durante medio segundo para estudiar el arma, Perdomo le propinó tal puñetazo en la boca del estómago que la mujer salió catapultada a dos metros de distancia, como si le hubieran disparado a quemarropa. Tras aterrizar de culo sobre la acera, se quedó boqueando en el suelo, como un pez moribundo fuera del agua.

– ¿Quién eres? -le preguntó varias veces, mientras la mujer se retorcía de dolor, con los ojos anegados por la rabia.

Perdomo la había golpeado tan fuerte que su agresora tardó casi dos minutos en poder articular palabra. Cuando por fin recobró el resuello dijo, con un hilo de voz:

– Soy… la novia de Amanda.

37 Jealous Guy (edit)

– ¿A que no adivinas desde dónde te llamo? -le preguntó Perdomo a una somnolienta Amanda.

Habían transcurrido un par de horas desde que el inspector fue agredido en plena calle por una mujer que afirmaba ser la novia de la periodista. Después de conseguir reducirla, Perdomo la había conducido hasta la comisaría más próxima. Y había llegado el momento de averiguar algo más sobre su verdadera identidad.

– ¿Perdomo? -balbuceó la periodista, medio dormida-. ¿Eres tú,my dear? Por la hora pensé que podía tratarse de alguno de mis novios mexicanos. A veces se les olvida el desfase horario y me levantan de la cama a las tres de la mañana.

– ¡Claro que soy yo! -bramó el policía-. ¡Y por poco pierdo un ojo a manos de una señora llamada -el policía rebuscó en su libreta, para no equivocarse al decir el nombre completo- María Teresa Montero Llanos! ¿Te suena de algo?

– ¡La madre que la parió! -exclamó Amanda en cuanto escuchó el nombre de la agresora.

– ¡De modo que no se lo ha inventado! -exclamó indignado Perdomo-. ¡Se ha pasado las últimas dos horas asegurando que es tu novia y que yo me estaba interponiendo entre ella y tú!

– ¡La madre que la requeteparió! -volvió a vocear Amanda. Acto seguido preguntó, asustada-: ¿Dices que has estado a punto de perder un ojo?

– ¡Me ha atacado esta noche, nada más salir de tu casa, con un spray de pimienta! -dijo Perdomo-. ¿Quién cono es esta tía? ¿Y de dónde ha salido?

– Es una larga historia -respondió la periodista-. ¿Por qué no te vienes para acá y te lo cuento con calma?

– No tengo la menor intención de dejarme ver a estas horas por tu siniestro barrio. Dame ahora el grueso de la información y mañana me contarás los detalles.

Perdomo oyó un suspiro de impotencia y resignación al otro lado del teléfono.

– María Teresa -dijo Amanda- es una vigilante jurado que conocí en el Casino.

– ¿En el Casino? ¿No decías que ya no jugabas?

– Al póquer, Perdomo, al póquer. Tengo derecho a una ruletita o a un blackjack de vez en cuando, ¿no? Pero como son dos juegos que me aburren enseguida, suelo acabar siempre comiéndome un pepito de ternera en la cafetería y allí es donde la conocí.

– ¿Por qué dice ella que es tu novia? ¿Y qué pinto yo en todo esto?

– Nos hemos acostado una vez. Y en cuanto a tu papel…

– Espera, Amanda -la interrumpió el policía-. ¿Os habéis acostado? Estaba convencido de que eras heterosexual.

– Lo era,my love, lo era. Lo que pasa es que a mi edad y con los kilitos que me sobran, ya no me es tan fácil encontrar pareja, y he tenido que abrir un poco el abanico, if you know what I mean. Como decía no sé quién, lo bueno de la bisexualidad es que duplica tus posibilidades de encontrar plan un viernes por la noche.

A Perdomo le escocía aún demasiado el ojo en el que le habían rociado el spray como para que le divirtiera la cita. En lugar de sonreír, dijo irritado:

– ¿De dónde ha podido sacar esta mujer la ridicula idea de que tú y yo tenemos relaciones?

– No lo sé,my darling. ¿No lo habrás publicado tú en Facebook, para darte importancia?

Aquel comentario terminó de sacar a Perdomo de sus casillas.

– ¡Joder, Amanda, que no estoy para bromas! -tronó-. ¿Qué cono le has dicho a esta tía para que me tome por un rival amoroso?

– ¡Te juro que nada! Es una loca, con la que nunca debí mezclarme, que se ha montado una delirante película en la cabeza acerca de nosotras, de la que no consigo sacarla.

– ¿Nunca le has hablado de mí?

– ¡Nunca! Hacía dos meses que no sabía nada de ella. Me ha debido de estar siguiendo en secreto, porque la última vez que hablamos le monté un número impresionante y casi llegamos a las manos.

– ¿Por qué motivo?

– A la mañana siguiente de nuestro pequeñorendez-vous nocturno, la tipa me explicó que tenía pintores en su casa y que se mareaba con el olor. Como me pilló de buenas, cometí el error de decirle que se podía quedar conmigo un par de días, hasta que se disipase el pestazo a pintura. Pues bien, llegó el fin de semana, yo iba a montar mi timba de póquer y, como no quería tenerla pululando por casa, le dije que se fuera. Me puso cara de pocos amigos, pero se largó a regañadientes. Sin embargo, el lunes la tenía otra vez conmigo, ¡y se traía neceser y una maleta llena de ropa!

«Como Elena», pensó Perdomo. Y colgó el teléfono.

38 Gimme some truth

UDEV, setenta y dos horas después del asesinato

Para el inspector Perdomo, la lectura delHola no se había convertido sólo en un modo de homenajear a su mujer, de estar con ella en espíritu, sino también en su forma de relajarse, de evadirse de la realidad. Mientras contemplaba una foto de Carla Bruni, reciclada a primera dama de Francia, se preguntó si la ex modelo habría tenido relaciones con John Winston cuando eragroupie. Al fin y al cabo, la flamante señora de Sarkozy había encadenado un romance detrás de otro entre el colectivo rockero. De Eric Clapton a Mick Jagger, de Louis Betignac a Benjamín Biolay, la lista de músicos con los que había estado implicada sentimentalmente parecía interminable. Pero no, ¿qué estaba diciendo? Carla era del 67 y Winston del 83. La diferencia de edad era demasiado grande. Y además a Bruni siempre le habían interesado ricos y famosos, y aunque Winston era un músico de talento extraordinario, el dinero y el reconocimiento público le habían llegado cuando ella ya era primera dama de Francia. Era imposible que la ambiciosa ex modelo se hubiera molestado en flirtear con un joven músico de dieciocho o veinte años que trataba de abrirse camino desesperadamente al frente de su banda. La voz aflautada del subinspector Villanueva le sacó de sus cavilaciones.