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En el terreno sentimental, Guerrero era como esos malabaristas de circo chino, capaces de hacer girar siete u ocho platos a la vez, mientras dan vueltas a la pista en monociclo. Perdomo recordó que, el año anterior, el inspector Guerrero había llegado a mantener cuatro relaciones a un mismo tiempo.

– ¡Alegra esa cara, hombre -exclamó el de la Científica-, que te traigo un notición! Las balas que nos proporcionó tu forense nos han dado la pista.

– ¿Habéis identificado el arma homicida? -preguntó Perdomo con la misma ilusión que un niño interesándose por su regalo de cumpleaños.

– ¡En menos de veinticuatro horas! -dijo Guerrero, exultante-. Vengo directamente del IBIS y te traigo las dos fotografías.

El inspector de la Científica colocó sobre la mesa dos imágenes digitales que le había facilitado el departamento de balística. Gracias al microscopio criminológico de comparación, era posible desde hacía tiempo detectar en balas y casquillos hasta las marcas más insignificantes.

– Ésta -comenzó a explicar Guerrero, repiqueteando con su dedo índice sobre una de las fotos- es una de las balas que le extrajeron a Winston en la autopsia. Si el crimen se hubiera producido durante un atraco local o en un tiroteo entre bandas, nos habríamos limitado a buscar dentro del banco de datos nacional. Pero al ser un personaje internacional, hice que enviaran la imagen de la bala dubitada a varios países, entre ellos Estados Unidos. ¡No sabes qué software maneja el CSI yanqui! Los cabrones tienen herramientas de visualización dinámica para poder ver las balas en 2D o en 3D, cambiando la ampliación o la intensidad y dirección de la luz. ¡Tienen la posibilidad -continuó entusiasmado- de ver perfiles de sección de imágenes de balas en tres dimensiones! ¡Tienen capacidad para ver y determinar estrías de concordancia consecutivas y…!

– ¡Al grano, Guerrero! -interrumpió Perdomo-. Sabemos de sobra lo bien que trabaja Grissom.

El de la Científica hizo un silencio teatral, y luego, observando fijamente a Perdomo para no perderse ni un detalle de su reacción, le preguntó:

– ¿Estás preparado?

Su interlocutor asintió con la cabeza.

– Pues ahí va -dijo Guerrero soltándole la bomba-: ¡la bala que mató a Winston fue disparada con el mismo revólver que mató a John Lennon!

Perdomo no podía dar crédito a sus oídos y le pidió a Guerrero que le repitiera la frase.

– ¡Eso no es posible! -exclamó, al escuchar la información por segunda vez.

– ¿Cómo que no? -replicó el de la Científica-. El IBIS nunca falla, amigo. Compara las dos imágenes: ¡son como Hernández y Fernández!

Perdomo tenía ante sí las dos fotografías y aun así no podía dar crédito a lo que veía. Las dos balas se parecían como dos gotas de agua.

– ¡No puede ser! -insistió-. Acabo de hablar con un compañero de Nueva York y me ha confirmado que el revólver que mató a Lennon sigue en Queens. ¡Lleva expuesto en la misma vitrina desde hace treinta años!

– ¡Pues que vuelva a mirar, coño! -dijo el otro, empezando a irritarse-. ¡Es el mismo revólver, no cabe la menor duda!

Perdomo estaba perplejo. El instructor Chaparro era un policía muy competente (tenía que serlo para que el NYPD se atreviera a confiarle la formación de futuros policías). Sin embargo, antes de solicitar al CSI americano que repitiera el análisis balístico, el sentido común aconsejaba hablar de nuevo con el puertorriqueño.

– No me tomes el pelo,brother -exclamó Chaparro en cuanto Perdomo volvió a llamarle-. No es posible que se trate del mismo revólver.

– ¿Cómo hiciste la comprobación? -quiso saber Perdomo-. ¿Te desplazaste tú mismo hasta la División Forense?

Hubo una pequeña vacilación en la respuesta, típica de quien ha sido cogido en falta e intenta ganar tiempo para improvisar una excusa.

– No -reconoció al fin Chaparro-, todo lo que hice fue llamar por teléfono a Queens, estoy hasta arriba de trabajo. Pero el detective que me atendió es un buen amigo mío y un policía excelente. ¡No le fue necesario ni levantarse de su mesa de trabajo, porque tiene el revólver en la pared de enfrente! Me aseguró que lleva años ahí colgado y que si hubiera ocurrido algo raro con el arma, él hubiera sido el primero en saberlo.

Perdomo agradeció a Chaparro su interés y colgó el teléfono. Luego se volvió hacia Guerrero y le planteó la necesidad de repetir el análisis balístico. La propuesta hizo que el de la Científica torciera el gesto.

– ¿Tú sabes lo que he tenido que mover para que el IBIS de Nueva York nos diera prioridad en el análisis? -protestó indignado-. ¿Y el dineral que vale cada averiguación? ¿Y ahora pretendes que les pida que repitan la comparativa? ¡Eso es lo mismo que llamarles incompetentes, porque si les solicitamos una segunda prueba es porque suponemos que han metido la pata!

El tira y afloja entre los dos inspectores quedó zanjado a los diez minutos, tras una tercera conversación con Chaparro. Su tono de voz era completamente distinto al de antes, y denotaba una enorme turbación.

– No… no sé ni cómo empezar, Perdomo, lo siento -dijo hablando con voz entrecortada-. Me acaba de telefonear mi amigo, de la Forensic División, para decirme que hay importantes novedades. Hace un par de horas llegaron procedentes de Washington dos agentes de la ATF.

– ¿Qué es la ATF? -preguntó el inspector.

– El Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives, o sea, la agencia nacional que se ocupa acá del uso ilegal de las armas y los explosivos -le aclaró Chaparro-. Ellos fueron los que compraron a los canadienses el sistema IBIS. En cuanto vieron que un proyectil español coincidía con un arma fabricada en Estados Unidos, se pusieron en camino hacia Nueva York para examinar el revólver de Chapman. Lo han sacado de la vitrina en la que estaba y tras examinarlo a conciencia, han llegado a la conclusión de que, aunque es el mismo tipo de arma, no es el revólver de Chapman.

– ¿Que no es el mismo? -dijo Perdomo totalmente desconcertado.

– No, lo cambiaron… -respondió Chaparro vacilante-. Lo cambiaron por uno… exactamente igual.

La sorpresa de Perdomo iba en aumento.

– ¿Lo cambiaron? -preguntó-. ¿Quién? ¿Quién lo cambió?

– ¡Ojalá lo supiéramos! -exclamó el otro, consternado. Perdomo hizo una pausa para tratar de poner en orden sus ideas.

– ¿Me puedes decir al menos cuándo ha sucedido todo esto? -inquirió al fin.

– Tampoco lo sabemos -admitió Chaparro-. Pueden haberlo cambiado la semana pasada o hace años.

Perdomo respiró profundamente, tratando de convencerse a sí mismo de que su colega no le estaba gastando ninguna broma.

– ¡Es imposible, Mike! -exclamó-. Un revólver tiene un número de serie que…

– ¡Que no está a la vista! -le recordó Chaparro-. Suelen grabarlo en la parte inferior de la culata o incluso dentro del tambor. ¡Por fuera parecía la misma arma!

– ¡O sea que es verdad! -concluyó el inspector-. ¡El asesinato de Winston se ha cometido con el mismo revólver con el que mataron a Lennon! ¡Tal como dijo Chapman en la entrevista!

– Chapman sigue en Attica, Perdomo -afirmó el puertorriqueño-. Eso sí que te lo puedo asegurar.

– Pero habló de un joven marine, alguien a quien había persuadido para que matara en su nombre.

– Las comunicaciones de Chapman están fuertemente vigiladas, Perdomo -objetó Chaparro-. No obstante…

– ¡Es evidente que ha logrado ponerse en contacto con alguien de fuera! ¡Tenéis que averiguar quién es!

– Lo sabremos muy pronto -le tranquilizó el puertorriqueño- porque lo van a interrogar a fondo en la prisión. Ahora sí se lo van a tomar en serio.