– ¿Te acuerdas de cuando las paredes de la habitación en la que estábamos empezaron a agitarse, como si fueran arenas movedizas, y a respirar? -preguntó Anita.
– Sí, y de que al principio te asustaste tanto que querías salir a la calle y pedir a gritos una ambulancia. Y yo te convencí de que no lo hicieras, aunque te tuve que dar dos Orfidales.
– A partir de ahí, la cosa cambió completamente -prosiguió ella-. El calmante me ayudó a disfrutar de las visiones, a perderles el miedo. Y lo que fue fundamental para mí fue la música.Lucy in the Sky with Diamonds hizo que se me saltaran las lágrimas. ¡Veía salir de los altavoces una serie de anillos blanquecinos de energía espiritual, que llegaban hasta mis oídos y me purificaban!
– Eso era el humo de la barrita de incienso que habíamos encendido, tonta -le aclaró John.
– No, te juro que era la música. Yo creo que es el recuerdo de ese momento lo que ha hecho que ahora se me saltaran las lágrimas.
– En cambio yo no recuerdo la música -dijo él-, pero sí la televisión. Aquella noche había un especial sobre las elecciones y nos partimos de risa durante un buen rato.
– ¡Y eso que las visiones que tuvimos eran potencialmente terroríficas!
– Ya lo creo -afirmó John-. Había un locutor mayor, no recuerdo su nombre, que hacía cosas horribles con los ojos. Varias veces aparecieron grietas en su cara, e incluso pude ver su calavera.
Anita estalló en una carcajada al recordar aquel momento.
– A mí me dio tal ataque de risa -continuó la mujer-, que te contagié mi estado de ánimo y lo empezaste a ver todo como una secuela deScary Movie, ¿te acuerdas?
– Sí -dijo John-. Todo se convirtió en una mezcla de película de terror de serie B y cuadro de Salvador de Dalí. ¿Y qué me dices de la chica que presentaba junto al locutor mayor? ¡Pasaba de tener treinta años a tener sesenta en cuestión de segundos! ¡Después volvía a rejuvenecer y envejecía más todavía!
¡Y nos hacía gracia! Luego a ti te dio por llamar a Graciela y la tuviste hora y media al teléfono.
– Fue el único momento en que te perdí la pista -recordó Anita-. ¿Qué hiciste durante aquel rato?
– Me tumbé en la cama y nada más cerrar los ojos empecé a ver criaturas asombrosas (parecían salidas deEl señor de los anillos), que me dieron la bienvenida a su civilización. Era un universo extraño, gobernado por el LSD, en el que yo ejercía las funciones de guía espiritual. Me pedían consejo sobre algunas cuestiones, pero también me asesoraban a mí sobre cómo tenía que comportarme en mi mundo. De vez en cuando, trataban de asustarme, y cuando yo les suplicaba que no lo hicieran, me explicaban que todo era una broma y que debía aceptar que también existía humor en su universo. Tres niños similares a los de La flauta mágica de Mozart me informaron luego de que en el país del LSD, todos los inventos y hallazgos que nosotros nos afanamos por descubrir, ellos ya los conocían desde tiempo inmemorial; pero que aunque yo los hubiera invitado a hacerlos realidad en mi mundo, tal cosa no hubiera sido posible debido a la codicia y la ruindad moral en la que vivíamos. Por último, el más pequeño de los tres me dio una especie de consigna, mitad orden, mitad consejo.
»"John -me dijo-, ama a Anita y al resto del mundo." Fue un momento tan sublime que no había podido ponerlo en palabras hasta ahora. Aquello me cambió por dentro.
– ¿En qué sentido? -preguntó su mujer.
– No sé explicarlo -respondió John-. Es como si desde aquel día tuviera otra visión del mundo. Todas las cosas, hasta las más horribles, tienen para mí desde entonces su belleza intrínseca y eso es algo que ya nada ni nadie podrá cambiar. ¿De verdad quieres que renuncie al LSD?
45 Anita
Mientras esperaban a la viuda de Winston en el Penthouse del ME -la mujer había pedido permiso a los policías para dejar las cenizas de su marido en la habitación del hotel-, Perdomo y Villanueva acordaron reforzar las medidas para detener a Ivo. El inspector aprovechó también para relatarle a su ayudante cómo se había desarrollado la persecución del búlgaro.
– Supongo -dijo Villanueva cuando su jefe terminó su relato- que te estás preguntando lo mismo que yo: ¿qué cojones hace el búlgaro todavía en Madrid? Sabe que está en busca y captura y que le estamos pisando los talones. Yo, si fuera él, me habría largado, como mínimo, de la ciudad.
– Ese cabrón es muy, muy listo -le recordó Perdomo, masajeándose la pierna, que empezaba a dolerle cada vez más-. Tal vez no se ha movido de aquí porque… eso es precisamente lo que nosotros esperábamos que hiciera.
– ¿Crees que puede estar implicado en el asesinato de Winston? -le preguntó su colega-. Estaba en el concierto la noche en que lo mataron, y ahora nos lo cruzamos en plena plaza de Santa Ana, donde está el hotel de la viuda.
– No creas que no lo he pensado -admitió Perdomo-, pero no tiene móvil. ¿Por qué querría matar Ivo a John Winston? Y sobre todo, ¿por qué con el revólver de Chapman? Pero no vamos a correr riesgos: llama a Jefatura y que vigilen a la viuda las veinticuatro horas del día. Sólo faltaría que, después de cargarse al marido, liquidasen a la mujer.
Hubo un breve silencio y luego Villanueva comentó:
– Está rica, ¿eh?
– ¿Te refieres a la viuda? Sí, es muy atractiva.
A Perdomo siempre le ponían nervioso los comentarios de contenido sexual de su ayudante. Tenía la sospecha de que no eran sinceros, sino que los hacía ante la galería, para tratar de ofrecer una imagen más viril entre sus compañeros.
– La he oído hablar sólo dos minutos -continuó Villanueva-, pero ¡cómo me pone esa voz! ¡Parece una actriz de doblaje!
Anita les interrumpió de repente.
– Caballeros -anunció-, ya estoy con ustedes.
Su expresión fúnebre de hacía unos minutos se había desvanecido por completo. Ahora asomaba a sus labios un conato de sonrisa, que los dos policías atribuyeron al hecho de que la mujer los había escuchado hablar sobre ella. Perdomo se vio forzado a hacer una aclaración:
– Mi compañero me decía que tiene una voz muy bonita, señora. ¿Es usted cantante?
La incipiente sonrisa se desplegó en todo su esplendor.
– No -dijo Anita-, aunque John siempre me animaba a que me sumara a los coros en sus discos. Decía que si Yoko lo hacía con Lennon, yo no podía ser menos. Tengo la voz grave y eso, al parecer, gusta mucho a los hombres. Pero el otorrino de mi marido nos contó el año pasado que cada vez hay más voces como la mía. Según parece, en la segunda mitad del siglo xx el registro medio de la voz femenina descendió un semitono.
– ¿Y eso por qué? -preguntó Villanueva, como si la cuestión le afectase personalmente.
– No está claro -respondió la viuda-. A medida que la mujer ha ido ganando terreno en la sociedad, ha tratado de imitar comportamientos masculinos, y eso incluye hablar más grave, como para imponer respeto. Pero también se trata de una evolución física: debido a las mejoras en la alimentación, las mujeres de ahora son más altas y eso quiere decir cuerdas vocales más largas, que dan como resultado voces más graves.