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– ¿Y ese gatillo…?

– No es ningún gato pequeño,my love, sino un conejito. Es la cosita de Yoko.

Amanda rebobinó por completo la grabación, extrajo la cásete de la pletina y la estudió concienzudamente. Era una TDK D-C60 con las etiquetas, que un día fueron de color blanco, tan ajadas y amarillentas como un viejo pergamino de biblioteca. En la cara A, y escrito a mano con bolígrafo rojo, figuraba, el título original de la canción:

happiness is a warm gun in your hand

– No tengo la menor duda de que se trata de la caligrafía de John Lennon -afirmó Amanda-, pero para estar completamente seguros, vamos a compararla con un texto que esté autentificado. ¿Me esperas un minuto?

La periodista desapareció en dirección a su alcoba y Perdomo permaneció a solas durante unos momentos, con la cásete de Winston en la mano. Instintivamente, la golpeó varias veces contra la palma de la mano, recordando lo que era una práctica habitual en otros tiempos, para desbloquear las bobinas y evitar que la cinta se saliera de su carril en plena reproducción. El policía sonrió al acordarse de las horas que había dedicado, en su adolescencia, a tratar de meter otra vez la delgada tira de plástico dentro de la carcasa, con ayuda de un bolígrafo ensartado en una de las bobinas.

La voz de Amanda le sacó de sus recuerdos de juventud.

– Esto es un texto original de John Lennon, que figura en una de sus biografías más famosas -dijo mostrándole un libro, abierto por la mitad, que incluía numerosas fotografías relacionadas con el ex Beatle.

Una de ellas reproducía una nota fechada en abril de 1980, en la que el ex Beatle se quejaba a un asistente de que la cerradura del portal del Edificio Dakota no funcionaba. «La gente sabe que vivo aquí», le recordaba Lennon a su ayudante, para urgirle a que tomara medidas que garantizaran su plena seguridad.

– Está escrita menos de seis meses antes de que Chapman le descerrajara cuatro tiros -le explicó Amanda-. Lennon no tenía guardaespaldas, igual que Winston, ¿no? En el caso de Lennon es aún más extraño porque, en los años ochenta, Nueva York tenía una tasa de criminalidad que era de las más altas del mundo.

Perdomo colocó la pequeña cásete sobre la página del libro, para comparar las dos caligrafías, y comprobó que eran exactas.

– Todo hace suponer -conjeturó Amanda- que Winston compró esta cinta en alguna subasta rockera. Los ingleses las llamanmemorabilia auctions, y en ellas puedes encontrarte desde una cazadora de Elvis Presley al molde de los dientes que empleó Michael Jackson en Thriller. Todo lo que tiene que ver con Lennon alcanza siempre precios astronómicos en estas pujas, así que no quiero ni imaginar lo que debió de pagar Winston para conseguir esta cásete. No me extraña que la guardara en la caja fuerte del hotel.

– ¿Qué me puedes decir de todas esas palabras escritas en el interior de la cartulina que forra por dentro la caja de plástico? -le preguntó el inspector.

Amanda extrajo la cartulina, en la que era habitual escribir los títulos de las canciones grabadas en la cásete, y se dio cuenta de que Lennon había garabateado en ella varias palabras sin sentido:

– ¿De qué se trata? -preguntó ansioso el policía-. Parece un idioma élfico.

– Pero no lo es -aseguró la reportera tras unos segundos de reflexión-. Lennon era muy aficionado a escribir mensajes al revés, de hecho fue pionero en una técnica de grabación llamadabackmasking que ha hecho correr ríos de tinta entre los aficionados a la demonología y el satanismo. De modo que si le damos la vuelta a todas estas palabras, lo que nos queda es:

Perdomo permaneció unos momentos pensativo. Se dio cuenta de lo afortunado que había sido al haber encontrado, casi por azar, la colaboración espontánea de Amanda en aquella investigación, pues la mujer había acreditado ya, en varias ocasiones, sus vastos conocimientos acerca de la música pop.

– Probablemente son bocetos -concluyó la periodista-, ideas que estaba barajando Lennon para el mensaje subliminal que quería incluir en la canción.Shoot me, o sea, «dispárame», le gustó tanto que decidió incluirla en el coro. Twenty seven, «veintisiete», concuerda con la pasión (obsesión diría yo) que sentía John por el número nueve, del que veintisiete es múltiplo. Live forever, «vive para siempre», es el sueño de todo artista, expresa su deseo de convertirse en inmortal a través de sus creaciones. Si me das veinticuatro horas, puedo volcar el contenido de la cásete a mi ordenador, y seguidamente, con ayuda de una aplicación de la que no dispongo en este momentó, pero que puedo conseguir en internet, podré decirte si, escuchada al revés, la canción encierra algún mensaje oculto.

– No dejes de hacerlo -le rogó encarecidamente Perdomo-. En ese mensaje podría hallarse la clave del crimen que tratamos de resolver.

53 Charley's girl

El comisario jefe de la UDEV, Ángel Luis Galdón, estaba preocupado por la falta de progresos en la investigación del asesinato de John Winston. El Ministro del Interior le había insinuado ya la necesidad de aceptar la colaboración de Scotland Yard, que se había ofrecido para ayudar a esclarecer el crimen desde que éste saltara a las primeras páginas de los periódicos. Galdón le prometió al ministro que evaluaría los pros y contras de esta propuesta, aunque en su fuero interno sabía perfectamente que Perdomo se tomaría como una ofensa personal el hecho de que investigadores de otro país -por mucho prestigio que tuvieran- se dedicaran a meter las narices en sus asuntos. Al fin y al cabo, el índice de crímenes resueltos por el inspector Perdomo en la UDEV era un treinta y cinco por ciento superior a la media de la unidad. El epíteto de superpolicía que la prensa solía emplear con él estaba plenamente justificado.

– ¡El ministro está que echa humo -le dijo Galdón a Perdomo, cuando éste entró en su despacho a darle novedades- porque los asesinatos en España han crecido por vez primera en seis años! Nos hemos colocado en una tasa de tres muertes violentas por cada cien mil habitantes. Si a esto sumamos que, en índice de paro, doblamos la media de la Unión Europea, lo cierto es que empezamos a dar imagen de país tercermundista en la comunidad internacional.

– Recuérdale al ministro de mi parte -respondió muy arrogantemente el inspector- que España es más segura que la inmensa mayoría de los países de su entorno. Ahora mismo sólo Grecia, Portugal e Irlanda tienen índices de criminalidad inferiores a los nuestros. En cambio Suecia, Bélgica, o el propio Reino Unido, doblan las tasas españolas de delincuencia. ¿Qué noticias tenemos del agente Charley?

– Esta misma mañana le han pasado a planta y le hemos podido interrogar. Charley asegura que forcejeó con el búlgaro antes de que éste le arrojara al vacío, por lo que no descartamos que pueda haber ADN de Ivo entre sus uñas.

– ¡Eso sería magnífico -exclamó Perdomo-, por fin tendríamos su huella genética en nuestros archivos, en los que, por no haber, no hay ni siquiera una foto decente! Ese búlgaro cabrón es como un fantasma.

– Tendrías que haberle pegado dos tiros cuando te topaste con él en Santa Ana -dijo el comisario-. ¡Putos inmigrantes! ¡Están convirtiendo nuestro país en una cloaca!

Perdomo conocía de sobra los prejuicios xenófobos de su superior, que entraban en conflicto con los datos reales suministrados por el Instituto Nacional de Estadística. De cada cien veces que se quebrantaba la ley en España, setenta lo hacían los propios españoles, algo que echaba por tierra el tópico que relacionaba a los inmigrantes con la delincuencia. Sin embargo, el inspector sabía que era inútil argumentar con Galdón, un hombre que desconfiaba de las encuestas aún más que de los extranjeros.