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– Sólo te diré -le había asegurado a la forense en el restaurante, mientras ésta abonaba una factura más que abultada- que cuando hace unas semanas Elena salió por la puerta de mi casa, me anunció que no quería volver a verme nunca más.

Lo que el policía calló era que, en las tres rupturas precedentes, Elena le había mandado a paseo con expresiones muy similares, y sin embargo siempre habían acabado reconciliándose.

Tania pagó a la canguro y cuando ésta se fue, invitó a Perdomo a que pasara a la alcoba de su hija, Estela, que acababa de cumplir tres años. La criatura dormía plácidamente y la pareja estuvo contemplándola durante un rato. La forense le contó que, a raíz de su separación, ella había temido que empezaran a aparecer terrores nocturnos, pero que de momento nada de eso había ocurrido. Finalmente, apagaron la luz y pasaron a la sala de estar.

Tania se preparó un daiquiri y luego le sirvió a Perdomo el gin-tonic que había pedido. La mujer le preguntó qué música le apetecía escuchar y el inspector respondió que cualquier cosa menos las tres erres: reggaeton, rap o rock and roll.

– Eso nos deja bastante donde elegir -dijo la forense, mientras se acercaba a una torre de metal y madera en la que estaban colocados los CD-. ¿Conoces a un pianista de jazz de mi país que se llama Gonzalo Rubalcaba? Tiene un disco maravilloso, grabado en directo en Estados Unidos, tituladoImagine.

– ¿Imagine? ¿Como la canción de John Lennon?

– Sí -dijo Tania-, una versión en clave de jazz. ¿O es que te crees que al único que le fascinaba Lennon era a John Winston?

Tania colocó el CD en el reproductor y el piano exquisito del músico cubano empezó a desgranar las primeras notas de la canción. Luego, apagó una de las lámparas de la sala de estar y en la estancia se creó una deliciosa penumbra. Aunque podría haber ido a acomodarse en el sofá en el que se sentaba Perdomo, la forense optó por permanecer de pie, meciéndose suavemente al ritmo de la música. Después de unos compases, Perdomo empezó a sonreír con esa boca ladeada que había llevado a Amanda a decir de él que era Ellen Barkin con pantalones. Tania lo vio, y se dio cuenta de que la sonrisa no estaba dedicada a ella, sino que respondía a un recuerdo, o tal vez a una ocurrencia que había surgido en la cabeza de su ex. No llegó a decirle la manida frase del cine de «un penique por tus pensamientos», pero sí empleó una muy similar. El inspector bajó la vista hacia el vaso que sostenía entre las manos antes de responder.

– No es nada, Tania. Sólo me estaba acordando de la primera vez que tú y yo… ¡qué inconscientes fuimos!

– Yo he olvidado el nombre del restaurante -dijo Tania, divertida con aquella historia-, pero en cambio recuerdo perfectamente que en la puerta del lavabo de señoras había un cartel con un zapato de tacón. Como en el de caballeros no había nada, estuvimos cinco minutos polemizando sobre si el zapato de hombre se había caído de la puerta o en realidad nunca lo habían colocado. Tú me hiciste reír al tratar de convencerme de que la decoración del local era tan minimalista que sólo habían puesto el signo para las señoras. «Como sólo hay dos sexos y la gente no es tonta, deducirá forzosamente que la otra puerta ha de ser el lavabo de caballeros», dijiste.

– No me acuerdo de nada de eso -confesó Perdomo-. Sólo de lo que ocurrió después, que fue en el de señoras.

– ¡La primera vez en mi vida y la última que hago el amor en un servicio público!

Perdomo fingió que se tomaba el comentario como una ofensa personal.

– ¡Tampoco estuvo tan mal!

– Estuvo muy bien, tonto, no lo decía por eso, sino porque el encargado del local bajó a buscarnos a los lavabos, para avisarnos de que por fin se había quedado una mesa libre, y casi nos pilla.

– Tú eras muy joven y podrías haber esgrimido la atenuante de la edad -dijo Perdomo-. Pero yo era ya un bacalao de más de treinta años, y el juez no habría dudado en condenarme a la pena máxima -reconoció, avergonzado.

Perdomo levantó el vaso por encima de su cabeza, en un gesto que podía confundirse con un brindis, pero que no lo era.

– ¿Ves dónde tengo colocado el dedo en el vaso? -le preguntó a la forense. -Sí, ¿por qué?

– Cuando el gin-tonic baje hasta esa marca, me levantaré de este sofá tan condenadamente incómodo en el que, con toda la razón del mundo, no te quieres sentar, y me acercaré a ti para darte un beso.

– Eso puede tardar aún un par de minutos -objetó la forense-, lo cual para mí, en estos momentos, equivale a toda una vida.

Por toda respuesta, Perdomo vació de un solo trago el medio vaso de gin-tonic que aún le quedaba y se incorporó, con gesto viril, para rematar aquella noche de conquista.

El teléfono móvil del inspector empezó a vibrar cuando éste ya tenía a la forense entre sus brazos.

– Será Gregorio, mi hijo -se disculpó ante la mujer-. Siempre que salgo de noche, acostumbra a hacerme una última llamada antes de dormirse, para darme la lata. Perdona, en medio minuto lo despacho.

La llamada era del subinspector Villanueva.

– Sé que es más de medianoche -le dijo su ayudante, visiblemente excitado-, y que no debería llamarte a estas horas, pero creo que esto es importante. ¿Has visto la foto de O'Rahilly?

– No. ¿Qué foto?

– La que te acabo de mandar a tu correo. Una en que se le ve perfectamente la oreja derecha. Es idéntica a la que Guerrero encontró en la puerta de la suite de Winston. Ahora ya estamos seguros: el crimen lo cometió ese hijo de puta.

55 Tattoo man

– Espero no haber interrumpido nada interesante -le dijo Villanueva a Perdomo, en cuanto lo vio aparecer por la UDEV-. Lo cierto es que esto podría haber esperado hasta mañana, pero al comparar la foto de O'Rahilly con el otograma que nos facilitó Guerrero, pensé que te gustaría que te informara enseguida.

Perdomo le hizo un gesto con la mano a su ayudante para indicarle que no se preocupara por la intempestiva llamada. Lo cierto es que una parte de él -la que se sentía culpable por poner en peligro la relación con Elena- le estaba profundamente agradecida: la noche de pasión con Tania se había ido al traste en el último momento. Por otro lado, se sentía un completo desgraciado, puesto que a esas horas, Elena ya debía de haber sido puesta sobre aviso por su amiga, acerca de un romance que, en realidad, no había llegado a consumarse. ¿Cuál sería la reacción de su ex a partir de entonces? ¿Le llamaría? Y en caso de que le telefoneara, ¿fingiría no saber nada en absoluto acerca de Tania?

– ¿Qué tienes ahí? -le preguntó a Villanueva, al ver que su ayudante sostenía una carpeta de trabajo en la mano, de la que sobresalían varias fotografías.

El subinspector agitó los papeles con aire de misterio, como si fuera un presentador de televisión que trata de poner nervioso a un concursante en la fase final de la prueba. Luego dijo: