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– Guerrero tenía razón, el laboratorio holográfico está a bordo de ese barco; es ahí donde está dando los últimos toques a sus clones digitales. Quiero que te pongas en contacto cuanto antes con la policía danesa -ordenó Perdomo- y les solicites los nombres, apellidos y antecedentes penales, si los tuvieran, de todos los sujetos que forman la tripulación de O'Rahilly en elRevenge.

– ¿Te refieres a esta lista? -preguntó, exultante, Villanueva, al tiempo que extraía del bolsillo de la americana un correo electrónico con la información que le acababa de solicitar el inspector.

Perdomo le arrebató de la mano el folio impreso y jugó a que la asombrosa diligencia de Villanueva le enfurecía, en vez de complacerle.

– Empiezo a odiarte -dijo.

– Te debía una, jefe. Al fin y al cabo, te dejé solo el día que nos cruzamos con Ivo en aquel paso de cebra.

En el e-mail que les había remitido la policía danesa figuraban sujetos de las más variadas nacionalidades, incluyendo un español. A Perdomo le sonaban vagamente un par de nombres, pero no fue capaz de precisar más. Miró a Villanueva y por su expresión, se dio cuenta de que se había reservado para el final uno de los detalles más espeluznantes del informe de O'Rahilly.

– Me interesa -dijo el subinspector- que le eches un vistazo detallado a las dos fotografías del irlandés en la cubierta delRevenge. Te las he puesto al fondo del todo.

Eran dos instantáneas borrosas, obtenidas mediante un teleobjetivo muy potente, en las que se veía a O'Rahilly en traje de baño, tomando plácidamente el sol, a bordo de su revolucionario velero, con un martini en la mano. En una de ellas se apreciaba con claridad la espalda del irlandés, cubierta casi en su totalidad por más de una docena de tatuajes.

– ¡Odio los tatuajes! -exclamó Perdomo. Y al decir la palabra «odio» se acordó de Elena y de lo mucho que disfrutaba con ella elaborando listas de cosas que a ambos les sacaban de quicio.

– No son tatuajes convencionales -le aclaró Villanueva-. Son tatuajes mediante escarificación, una técnica brutal que consiste en hacerse dibujos en la piel, a base de ir cortándola. En función de la profundidad del corte y de cómo la herida es tratada en el proceso de cicatrización, resulta un tatuaje más o menos marcado. Los de O'Rahilly son horripilantes, porque cada vez que añade un nuevo dibujo a su cuerpo, no sólo deja que se infecte la herida sino que retrasa todo lo que puede su desinfección, para que la cicatriz sea más pronunciada. Dicen que el año pasado, cuando se tatuó en la espalda el dibujo de un rey de picas, estuvo a punto de morir de septicemia.

Perdomo contempló con disgusto y durante largo rato el cuerpo lechoso del irlandés, cubierto de cicatrices.

– Si es capaz de hacer algo así consigo mismo -dijo-, no quiero ni imaginar lo que será capaz de hacer con el cuerpo de sus enemigos.

56 Imagine

Perdomo acordó una cita con Amanda a primera hora de la tarde, para escuchar en casa de la periodista el resultado de su investigación sobre la cásete de John Lennon. La mujer le abrió la puerta con una estrafalaria camiseta de color rosa, en la que se veía la silueta de una copa de cóctel y debajo, en inglés, la leyenda nunca invites a un trago a una zorra En la mano izquierda, la periodista sostenía una docena de fichas de póquer, con las que jugueteaba con la habilidad de un crupier, mientras que en la derecha blandía un bombón crocanti, mordido por la mitad, que se estaba derritiendo a ojos vistas y que dejaba caer sobre su antebrazo, corto y rechoncho, un churrete de nata mezclada con chocolate.

– Cuánto has tardado,honeysuckle rose -le espetó nada más verle. Y cerrando los ojos, apretó los labios y los sacó hacia fuera, como exigiendo un beso de bienvenida.

Perdomo había visto bocas más inquietantes que la de Amanda, pero sólo en los documentales sobre anfibios delNational Geographic. Se quedó paralizado durante un par de segundos, y al final optó por arrebatarle el polo a la periodista, comerse lo que quedaba de su crocanti de un solo bocado y pasar al interior de la vivienda sin decir palabra.

– ¡Antipático! -le gritó Amanda, que trotó hasta el aseo para lavarse el pringoso chafarrinón que le había dejado el helado de recuerdo.

Mientras se limpiaba, Perdomo deambuló por el salón y se fijó en que, sobre la mesa de Texas Hold'em en la que la periodista jugaba sus partidas semanales de póquer, había cinco cartas descubiertas y dos repartidas boca abajo, a cada uno de los dos imaginarios jugadores que se sentaban a la mesa. La periodista regresó al instante del baño y le sobresaltó en el momento en que iba a descubrir una de las cartas tapadas.

– Como tardabas -le contó a Perdomo- me he puesto a reconstruir una jugada que vi anoche en televisión. Se enfrentaban dos de los mejores jugadores de todos los tiempos.

– ¿Podemos escuchar ya la grabación? -atajó, impaciente, Perdomo-. Nunca he sido bueno a las cartas, y el póquer me aburre tanto como una partida de ajedrez por la radio.

– Eso es -replicó la otra- porque nadie te ha enseñado los fundamentos del juego,mon chéri. Estoy convencida de que el póquer te fascinaría, porque en el fondo todo se reduce a dos cosas, que cualquier policía está poniendo en práctica continuamente.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué dos cosas son ésas? -preguntó el inspector, simulando escepticismo.

– Intimidar y tender trampas -afirmó Amanda-. Cuando uno quiere impedir que el adversario ligue una jugada superior a la nuestra, hay que asustarle con una apuesta fuerte, para que no le compense optar al bote. Por el contrario, si uno está convencido de que tiene la mejor mano, debe disfrazarse de cordero desvalido, para que sea el contrario el que se meta en la boca del lobo. La partida se gana o se pierde en función de lo bien que un jugador sepa aplicar esos dos principios esenciales, a lo largo de las doscientas manos de las que suele constar una partida de póquer.

A Perdomo parecieron interesarle las palabras de Amanda, porque se acercó de nuevo a la mesa para estudiar la jugada.

– ¿Y cuál de esos dos principios se aplicó en esta partida?

Lejos de responderle, la periodista recogió las cartas a toda velocidad y las mezcló con las del resto del mazo.

– ¿No habías dicho que el póquer te aburre a muerte? -exclamó muy digna-. ¡Pues ahora te fastidias, por haberme dejado hace un rato en la puerta, boqueando como un pez!

Perdomo se encogió de hombros y siguió a la periodista hasta su despacho de trabajo, sobre cuya mesa reposaba un ordenador portátil de diecisiete pulgadas, conectado a unos modernos altavoces. La mujer se sentó frente a la pantalla, pulsó un par de comandos del teclado y abrió una aplicación, en la que cargó un archivo de audio. En la pista de sonido apareció al instante la representación gráfica del archivo, es decir, su forma de onda.

– Ésta es la canción -comenzó a explicar Amanda- que había en la cásete de Winston. Como te dije, es una demo deHappiness is a warm gun, de John Lennon, que Winston debió de adquirir en alguna subasta, como objeto de colección. Ahora la estamos viendo al derecho -oprimió el comando play para hacer sonar los primeros compases del tema-, pero si selecciono todo el archivo y acciono luego el comando reverse…

Perdomo observó que en la pantalla del ordenador aparecía una barra de tareas de color azul, que tardó algunos segundos en completarse. Luego, el archivo cambió de aspecto y la forma de onda se transformó en su imagen especular.

– ¡Ya tenemos la canción al revés! -dijo Amanda, eufórica-. No te la voy a hacer escuchar entera, porque dura más de tres minutos y medio, sino desde el punto en que yo he detectado elbackmasking.

– ¡De modo que sí hay un mensaje oculto! -exclamó entusiasmado Perdomo.