– Como quieras. El caso es que Tania fue tan amable como para escuchar lo que yo tenía que decirle y después de exponerle cómo veo yo las cosas, decidimos que lo mejor era tener una conversación a tres bandas.
Perdomo echó mano al bolsillo de la americana y exhibió, agitándolo en el aire, el preservativo que había cogido de casa, que dejó sobre una mesa cercana, con un golpe seco de la mano. Lo hizo como un jugador de dominó que estampa el seis doble sobre el mármol, en una partida de casino.
– ¡Gracias, Tania -exclamó-, por haberme hecho creer que venía a una velada romántica!
– Te dije que te citaba para hablar -protestó la forense-. Lo de la velada romántica es cosa tuya.
– ¡Pues entonces, gracias por informarme de que esto sería unménage á troisl
– ¡Es que si te decimos que íbamos a estar las dos, no hubieras venido! -argumentó Elena.
– ¡Por supuesto que no hubiera venido! -Perdomo estaba indignado. Se sentía ridículo después de haber mostrado el preservativo del bolsillo, como si fuera un adolescente frustrado-. ¡Pero ya que estoy aquí, estoy deseando saber lo que te ha contado Elena!
Hubo un cruce de miradas entre las dos mujeres, para establecer quién de ellas debía tomar la palabra. Cada una quería que fuera la otra la que hablara, y al final fue Tania la que lo hizo.
– Elena me ha contado que ustedes dos tienen una relación tipo Guadiana. Lo que los gringos llamanon-off relationships. Me explicó que en este momento están en una fase off pero que, a su entender, la relación no se ha roto y que ella te sigue considerando su pareja.
– ¡Ja! -exclamó Perdomo-. ¡El perro del hortelano, que ni come ni deja comer!
– Sabes que es así -afirmó Elena, exagerando un tono maternal de paciencia que a Perdomo le sacaba de quicio-. ¿Cuántas rupturas hemos tenido desde que nos conocemos? ¡Y ni una sola vez se nos ha pasado por la cabeza acostarnos con otra persona!
– ¡Estoy harto de estas idas y venidas! -aulló Perdomo-.¡Harto! ¡Harto de tus ordagos y de tus «te echo de menos» al cabo de unas semanas o unos meses! ¡Si no quieres que salga de tu vida, lo mejor es que te lo pienses bien antes de echarme de ella! Pero tú, cada vez que yo no me comporto como esperas, adoptas una actitud tan… tan…
– ¿Tan qué? -gritó Elena, desafiante-. ¡No sabes ni lo que vas a decir, te inventas los argumentos según te vas calentando!
– ¡Tan profesional! -Perdomo encontró al fin la palabra que andaba buscando-. Cada vez que me dices eso tan agradable de «no quiero volver a verte», no es como si me dejaras, ¡es como si me despidieras! «Señor Perdomo -cambió la voz para imitar a un jefe de personal-, la empresa no está satisfecha con el modo en que viene desempeñando la labor que le hemos encomendado. Lamentándolo mucho, nos vemos obligados a prescindir de sus servicios.»
La parodia hizo sonreír a Tania que, sin embargo, prefirió ocultar su boca con la mano, para no ser vista por Elena. Era esencial que la coalición no presentara fisuras.
– ¡Y encima -continuó Perdomo-, ahora exiges que mantenga la abstinencia, hasta que a ti se te pase el enfado! ¿Pues sabes lo que te digo? Que ya no me sale de los cojones. ¡NO-ME-SALE-DE-LOS-CO-JO-NES!
– ¡Yo nunca he pretendido nada, Perdomo! -dijo Elena elevando también el tono de voz-. ¡Me limito a constatar que nunca te has acostado con otras mujeres durante nuestros períodos de alejamiento! ¡Por algo será, digo yo! ¡A menos que me hayas ocultado cosas, claro está!
El ambiente empezaba a caldearse por momentos y Tania se dio cuenta de que tenía que hacer algo para que aquello no se convirtiera en una batalla campal a dos bandas.
– ¡Si me dejan intervenir -protestó la forense-, no tengo la menor intención de ser una convidada de piedra en esta reunión! -Se encaró con Perdomo-. A mí no me dijiste nada de esto, y fue por lo que, la otra noche, acepté la invitación a cenar. Te lo aclaro, Raúclass="underline" no tengo la menor intención de convertirme en una especie de compás de espera, en tu relación con Elena. Si quieres reanudar la relación conmigo, de acuerdo. Pero no quiero ser un mero aperitivo sexual, que te tomas mientras aguardas a que te sirvan el plato principal. Yo ya fui tu mujer en el pasado, creo que te hice feliz, o al menos lo intenté, durante una época en la que no eras precisamente la alegría de la huerta y no era fácil estar contigo. Creo que me merezco un poco de respeto, ¿no te parece?
– Por supuesto -admitió Perdomo.
Tania había sido clave para que él pudiera superar la profunda crisis en que le había sumido el fallecimiento de su padre y él siempre le estaría agradecido.
– Además -continuó la forense-, acabo de salir de una relación muy dolorosa con el padre de mi hija, en la que estaba metida por medio una ex novia de mi marido, y lo último que querría en estos momentos es verme envuelta en una experiencia parecida.
Perdomo calló durante un minuto largo, durante el cual intentó recuperar el control de sí mismo. Tania se ausentó del salón para controlar el guiso y Elena se levantó a poner música de nuevo.
– ¿Te parece el momento? -le reprochó él.
– ¿Por qué no? -replicó ella-. La música amansa a las fieras.
Mientras la alegre música de Gershwin volvía a sonar en segundo plano, Perdomo se acercó hasta Elena para poder hablar en un susurro, sin miedo a que la forense les oyera.
– ¿Qué es lo que quieres? -dijo. Su voz era casi inaudible-. Sé clara, como lo ha sido Tania hace un momento. ¿Quieres volver? ¿Es ésta tu nueva y retorcida manera de plantear la reconciliación?
Se sintió tentado de acariciar el brazo de Elena mientras lo decía, pero se detuvo a tiempo, pues intuía que cualquier tipo de contacto físico sería rechazado con un bufido.
– La cuestión -respondió la mujer, alejándose un paso para sacar a Perdomo de la burbuja de su intimidad- no es lo que quiero yo, sino lo que tú quieres. Hasta ahora, siempre que hemos vuelto, ha sido porque yo te he llamado.
– Es lógico -adujo Perdomo-. Tú eres siempre la que rompe la baraja. Yo jamás te he dicho: «No quiero volver a verte».
– No recuerdo haber usado jamás esa expresión -dijo Elena, harta de tener que discutir hasta por minucias.
– Palabra por palabra, cariño -dijo Perdomo con su tono más cortante-. Veo que, a este paso, vamos a tener que grabar nuestras conversaciones, como hacen los bancos con sus clientes. «Le advertimos de que, con el fin de proporcionarle un mejor servicio, esta conversación puede ser grabada.»
– Cuando te digo que no quiero volver a verte -prosiguió Elena con disgusto, por la nueva parodia de Perdomo- es porque así es como me siento en ese momento. Eres tú el que te lo tomas siempre como una carta de despido. Pero he decidido que ya no va a volver a ocurrir: si quieres reconciliación, tendrás que ser tú el que lo plantee. Después de prometerme, claro está, que nunca jamás volverás a ver a esa…
– ¿Zorra? -sugirió Perdomo, con su media sonrisa.
– No iba a decir eso -protestó Elena-. Es eso lo que os gusta a los tíos, ¿no? Vernos pelear en el barro, para ver quién se lleva al macho de sus sueños. ¡Pues te vas a quedar con las ganas! Te lo repito, Perdomo, y te lo repito porque, cuando te hablo, nunca sé si me estás escuchando o dándole vueltas a una réplica ingeniosa, que te ayude a sentir que estás por encima de mí: si me quieres a tu lado, esta vez tendrás que ser tú el que me llame.
– Quieres que te suplique, ¿no? -dijo él levantando la ceja en un gesto entre altivo y suspicaz-. Como en aquella canción: «y vendrás a pedirme y a rogarme…».
– Puedes tomártelo a broma -contestó Elena-, pero sabes perfectamente que yo soy la mujer indicada para ti, en este momento de tu vida. No dudo de que Tania cumpliera su papel en su día, pero resulta evidente que ya es agua pasada. ¿Que tal vez folie muy bien? No digo que no: también es cierto que le sobran seis o siete kilos y yo estoy divina. ¿Te lo tengo que repetir? Si volvemos, me tienes que dejar claro que yo soy la elegida. Que yo no vuelva a tener esa patética imagen tuya, de pelele acomodaticio, al que cuando le dicen que toca estar juntos, obedece, y cuando le dicen que toca estar separados, pues también. ¡Ya está bien de ir a remolque!