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– Si me permite hablar -dijo Perdomo en su tono más neutro-, trataré de…

– ¿Quién es su superior? -Anita ya no le escuchaba-. ¡Quiero hablar con él, inmediatamente!

– Mi superior -Perdomo siguió respondiendo lo más educadamente posible- es el comisario Galdón, de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta. Pero antes de que le llame para dar parte de mí (cosa a la que tiene perfecto derecho) le ruego que me escuche. ¿Está dispuesta a hacerlo?

– ¡Diga lo que sea, pero no le servirá de nada! -le espetó la mujer.

– En primer lugar -dijo Perdomo, con una sonrisa de agradecimiento en los labios-, quiero llamar su atención sobre la infalibilidad de la prueba de ADN. Es aún más precisa que una huella dactilar, y lo admiten todos los tribunales de justicia del mundo. Si entro en ese barco, puedo hacerme con una muestra muy fácilmente: un palillo de dientes, una colilla, una botella o un vaso que contenga restos de saliva, una uña, una prenda de vestir con restos de sudor, un resto de sangre o de tejido epitelial extraído de la maquinilla de afeitar, cualquier cosa me vale.

Anita no dijo nada, aunque era evidente por su expresión de interés, que estaba impresionada por la enorme cantidad de fuentes de las que era posible extraer una huella genética.

– En segundo lugar -prosiguió el inspector-, quiero aclararle que la persona que iría conmigo es una extraordinaria jugadora. El póquer Texas no es un juego tan azaroso como la ruleta; lo que cuenta en el Texas es, sobre todo, la habilidad y la sangre fría. Eso quiere decir que yo y mi compañera tenemos muchas posibilidades de multiplicar por siete la cifra que usted nos adelante. Si ganamos, usted no sólo recupera el dinero, sino que obtiene casi un millón de euros.

– ¿Quién es esa persona? -preguntó Anita, cada vez más intrigada por los detalles de la operación. El tono tranquilo y confiado en que Perdomo le estaba exponiendo el plan comenzaba a surtir efecto.

– Una periodista del diarioLa Nación -le explicó Perdomo-. Se llama Amanda Torres.

– ¿Es jugadora profesional?

– No, pero podría serlo. Como muchos periodistas, juega al póquer desde la adolescencia.

Anita empezó a pasear arriba y abajo de la terraza de la suite, como si estuviera hablando con Perdomo por el móvil.

– ¿Por qué necesitan exactamente doscientos mil euros? -mientras procesaba la información que le estaba suministrando el policía-. ¿Por qué no seis mil, o un millón?

– Las partidas que organiza O'Rahilly son torneos -le explicó Perdomo-. A cada jugador se le exige unbuy-in mínimo para sentarse a jugar, es decir, una especie de cuota de inscripción. El irlandés empezó montando partidas relativamente modestas, pero ahora nadie puede entrar a jugar con él por menos de cien mil euros. El éxito de sus timbas de póquer le ha obligado a establecer un filtro económico.

Anita sacudió la cabeza con incredulidad.

– ¡Ese hombre es un pirata, un delincuente informático! -exclamó-. ¿Por qué la gente quiere jugar con él?

– O'Rahilly -respondió el inspector- es una especie de abanderado de la lucha contra los derechos de autor y en los países nórdicos, el Partido Pirata tiene cada vez más auge. Aunque es un bandido, la gente le ve como un bandido simpático, como un Amanda Hood. Eso ha hecho que la lista de aspirantes a sentarse a su mesa haya crecido exponencialmente en los últimos meses. Lo cual me lleva al tercer punto, sobre el que quisiera hacer hincapié antes de que haga esa llamada a mi superior. Desde que comenzó la investigación del asesinato de su marido, sólo hemos tenido un golpe de fortuna, y es que la señora Torres conociera a un miembro de la tripulación delRevenge. Creo que si no aprovechamos esa inesperada puerta que se acaba de abrir ante nosotros, jamás nos lo perdonaríamos.

– ¿Un miembro de la tripulación? ¿De quién se trata? -preguntó Anita, llena de curiosidad.

– Del cocinero del barco, un viejo amigo y colaborador de la señora Torres. Está haciendo gestiones para meternos en la partida, saltándose una lista de espera kilométrica.

– ¿De modo que aún no están dentro? ¿Por qué no espera hasta entonces, para pedirme el dinero?

– Para ganar tiempo. Estamos convencidos -dijo Perdomo- de que el cocinero logrará meternos en la partida, señora. O'Rahilly le tiene en muy alta estima, y hará cualquier cosa por complacerle.

La viuda empezaba a ver el plan de Perdomo con más simpatía, pero se resistía al hecho de tener que arriesgar una suma tan elevada. Sorprendió a Perdomo al iniciar una especie de regateo.

– ¿Por qué tienen que ir dos jugadores? Cien mil euros sería una cifra mucho más sensata, ¿no le parece?

El inspector se mostró inflexible en este punto.

– Tenemos que ir los dos, obligatoriamente -sentenció-. El Texas Hold'em es un juego endemoniado y la única que sabe jugarlo es la señora Torres. Yo seré el encargado de obtener el ADN, cuyas muestras son muy delicadas de manipular, mientras que ella se ocupará de que usted multiplique por siete su inversión.

– Supongamos que no consigue lo que quiere -objetó Anita-. O peor aún, que lo consigue y el ADN de O'Rahilly no coincide con el de la puerta de la suite del Ritz.

– Eso nos permitiría descartar definitivamente a nuestro principal sospechoso, y en ningún caso podríamos calificar la expedición como un fracaso.

– Pero ¿y si además de todo eso, la señora Torres pierde la partida? -insistió Anita.

– El riesgo es grande, lo admito -concedió el policía-, pero también pueden llegar a serlo los dividendos. Debe ser usted quien valore si la apuesta le compensa o no. ¿Cuánto suponen doscientos mil euros para una mujer que maneja una fortuna como la suya? Y sobre todo, ¿qué está comprando con ese dinero? Ésas son las preguntas a las que debe responderse. Yo he venido hasta aquí sólo para hacerle saber que existe la posibilidad de realizar esa apuesta. Ahora, si quiere, haga esa llamada a mi superior.

La viuda emitió un profundo suspiro y permaneció largo rato en silencio. Perdomo pensó que estaba evaluando la propuesta económica, pero se equivocó. Había sido seducida por una hipnótica melodía de saxo que, como una voluta de humo, se elevaba hasta ellos desde la plaza de Santa Ana.

– Esa canción le encantaba a mi marido -musitó la viuda, como en trance.

– A mí también me ha llamado la atención -mintió el inspector, para mostrarse lo más empático posible-. ¿Qué es?

– My love and I, el tema de amor de la película Apache -le aclaró la mujer-. John siempre decía que, en los temas lentos, intentaba que la guitarra le sonase como el saxo de Coleman Hawkins.

Anita se frotó los brazos y Perdomo vio que tenía la carne de gallina.

– Estoy destemplada -dijo la mujer-. Es mejor que rematemos dentro esta conversación.

Ambos pasaron al interior de la habitación y la mirada del inspector fue a posarse sobre la urna que contenía los restos mortales de John Winston.

– ¿Ha pensado ya en lo que va a hacer con las cenizas? -preguntó.

– De momento -respondió la viuda-, pasarlas a otra urna. Me olvidé de advertir en el crematorio que la urna tenía que poder viajar en avión y me entregaron las cenizas en una de material opaco. La legislación internacional especifica que, incluso las urnas fúnebres, tienen que ser escaneables a través de rayos X, así que me han aconsejado que encargue una provisional (de plástico o madera) para poder transportar los restos de John hasta Escocia. Es una pena, porque ésta me gustaba mucho -añadió, mientras animaba a Perdomo a que la examinara más de cerca.

El inspector observó que, en lugar de las fechas de nacimiento y muerte, la urna llevaba grabada esta inscripción: