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– ¿Piensas poner en juego tus malas artes durante la partida? -preguntó Perdomo, todavía boquiabierto por la pequeña exhibición de magia de Amanda.

– ¿Te refieres a hacer trampas? -replicó la reportera con expresión picara-. No podría ni aunque quisiera,my sweetheart. En una partida de este nivel, siempre se cuenta con un repartidor profesional (un crupier) para que el juego sea más ágil y más aséptico. Nosotros nunca llegaremos a tocar el mazo de naipes, lo más que tendremos en la mano, en cada ronda, serán dos cartas, y eso da muy poca libertad de movimientos. Pero incluso aunque no hubiera crupier, jamás me atrevería a ejecutar estos trucos de colegial ante jugadores experimentados como los que veremos esta noche. Me cazarían a la menor ocasión.

– ¿Te ha dicho Rami qué otros participantes en el torneo se sentarán a la mesa?

– ¡Espero que ninguno de ellos se llame Gus Hansen! -suplicó Amanda, dejando escapar una risita nerviosa-. Es uno de los mejores jugadores de todos los tiempos y es danés. De hecho, el apodo con el que se conoce en los circuitos es el Gran Danés. Me haría trizas en cuanto se lo propusiera.

Perdomo frunció el ceño.

– ¡De modo que no sabemos nada! ¡Esto me gusta cada vez menos!

– Easy, querido, easy -le tranquilizó Amanda-. Rami no me ha dado nombres, pero sí me ha dicho que suelen acudir, sobre todo, ricachos de la zona, gente a la que le sobra la pasta y que quiere presumir de haber jugado con mister Download. ¿Y con qué hace la gente dinero en Escandinavia?

– ¿Con las galletas? -preguntó con inseguridad Perdomo.

– Por ejemplo -asintió Amanda-. Podría haber desde fabricantes dedanish cookies hasta empresarios del mueble. Quién sabe, igual hasta nos sentamos a jugar con algún Kamprad.

– ¿Kamprad?

– Los dueños de Ikea,my love, ¿cómo no los conoces? Claro -se respondió a sí misma-, se trata de una familia muy discreta que no se prodiga en el Hola. Pues entérate, inspector. La palabra Ikea está formada por las iniciales de su fundador, Ingvar Kamprad, más la primera letra de Elmtaryd y Agunnaryd, la granja y la aldea donde creció.

Perdomo giró la cabeza al otro lado del pasillo y observó que la mujer que se sentaba a su altura estaba leyendo la revistaRonda Iberia. Debido a su venida a España, le habían dedicado la portada a John Winston, quien posaba descalzo, con su ya mítico traje de lino blanco y el puro en la mano, sentado en la escalinata de piedra de la villa que había adquirido junto al lago de Como. El titular decía: «Me gustaría vivir en España». El inspector llamó la atención de Amanda sobre la entrevista y ambos se precipitaron sobre su ejemplar respectivo de Ronda Iberia, para leer el reportaje en su integridad. Había una pregunta sobre el Club 27 y lo mucho que le habían martirizado los tabloides británicos con la posibilidad de una muerte prematura. Winston afirmaba que era un hecho evidente que la maldición existía, dado que habían fallecido gran cantidad de músicos a esa edad, pero que creía que él nunca llegaría a formar parte del mismo, por no reunir el talento suficiente. También había muchas referencias a España, país en el que su idolatrado John Lennon había contraído matrimonio -en realidad se había casado en Gibraltar- y en el que había incluso rodado una película a las órdenes de Richard Lester. Finalmente, Winston señalaba (Perdomo se acordó de Curro, el camarero del Ritz) que una de las mejores canciones de Lennon, Strawberry Fields Forever, había sido compuesta en Almería. ¿Compondría él también una canción en España? Winston respondía que dependía del tiempo que permaneciera en nuestro país, ya que escribir una buena canción requería mucho más esfuerzo de lo que la gente creía. Las fotos que acompañaban el reportaje mostraban a un Winston luminoso, pletórico de vitalidad y de proyectos, la antítesis misma de la mortaja macilenta que Perdomo había contemplado sobre la mesa de autopsias de Tania. El destino había dispuesto que un hombre deseoso de vivir en España se hubiera visto abocado finalmente a morir en ella.

62 FBI

Una de las auxiliares de vuelo ancló el carrito de la comida a la altura de la pareja y Perdomo se dio cuenta de que a Amanda le suponía un verdadero sacrificio renunciar incluso a los platos precongelados y de escasa calidad con que las compañías aéreas suelen obsequiar a sus pasajeros. Pero la periodista necesitaba su mesita desplegable para impartir la clase de póquer y se vio forzada a dejar pasar aquel regalo envenenado.

– La esencia del Texas Hold'em -comenzó a decir Amanda, mientras mezclaba las cartas con gran virtuosismo- es la agresión selectiva. Esto quiere decir que cuando te reparten buenas cartas hay que ir a muerte con la jugada, y el resto del tiempo, renunciar al bote. Las dos maneras más seguras de perder al Texas son la agresión incontrolada (me refiero a esos zumbados que se juegan todo su resto en cada mano, aunque lleven un siete y un dos, que es la combinación más débil que puede haber) y la timidez en las apuestas.

– ¿Y qué se consideran buenas jugadas en el Texas? -preguntó Perdomo, mirando las dos cartas que le acababa de repartir la periodista. Las sujetaba en alto, como si estuviera jugando al bridge, hecho por el que fue reprendido de inmediato por la periodista.

– ¡Meeeeec! -La reportera imitó la alarma de un concurso de televisión-. ¡Error número uno,my darling, que te delataría en el acto como lo que eres, un pobre novato! En el Texas, las cartas no se despegan de la mesa. Se levantan por un extremo, para verlas, y no se vuelven a tocar hasta el desenlace final.

– Muy bien -dijo Perdomo, dejando las cartas sobre su mesita-. Pero no me has contestado a la pregunta: ¿cuáles son las manos fuertes en este juego?

– Existen ciento sesenta y nueve combinaciones posibles -dijo la mujer- que te puede repartir el crupier al inicio de cada mano. En un tiempo llegué a sabérmelas todas de memoria, ahora sólo manejo las cincuenta primeras. A ti te bastará con memorizar sólo diez, lo cual quiere decir que si el repartidor te sirve alguna de las otras ciento cincuenta y nueve, mi consejo es que no vayas. Las combinaciones con las que debes entrar en el juego son, por orden de importancia: dos ases, dos reyes, dos reinas, as y rey de color, dos jotas, as y reina de color, rey y reina de color, as y jota de color, rey y jota de color y as y diez de color.

– Por lo que veo -observó el policía-, el color es la jugada clave.

Amanda sacudió la cabeza en gesto de desaprobación.

– El que tu pareja inicial sea del mismo color -explicó- aumenta las posibilidades de ligar jugada, pero no te equivoques: el Texas es un juego de cartas altas; el que sean del mismo color es un extra, que añade probabilidades combinatorias, pero nada más. Te recuerdo que, a diferencia de lo que ocurre en el póquer cerrado (ese que sale siempre en las películas del Oeste) en el Texas el full vale más que el color.

Amanda mostró a continuación a Perdomo, con gran detalle, de qué manera la posición de cada jugador en la mesa era clave a la hora de decidir cuánto apostar en cada mano. Los primeros en hablar estaban en desventaja respecto a los últimos, ya que, lo quisieran o no, siempre proporcionaban algún tipo de información sobre su jugada. La periodista aconsejó al inspector que, cuando ocupara la última posición, jugara de manera más alegre que en primera, siempre y cuando las apuestas iniciales hubieran sido moderadas. En cambio le recomendó encarecidamente que jugara de manera muy conservadora cuando, por turno, le correspondiera una de las primeras posiciones de la mesa. Finalmente, ensayaron varias rondas de prueba, con las cartas descubiertas, para que Perdomo pudiera ir asimilando los conceptos que acababa de exponerle de palabra. En la primera de estas manos, al inspector le tocaron un as y un tres en primera posición, y realizó una apuesta muy fuerte, que Amanda censuró con dureza.