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– Excepto si nos enfrentamos solos, uno contra uno,my beloved inspector. En ese caso, deberás entregarme tus fichas sin titubear y luego simular que te avergüenzas públicamente por tu mala jugada.

Perdomo hizo un gesto de resignación y a continuación planteó otra situación conflictiva, que podría llegar a producirse en la mesa.

– ¿Qué debemos hacer si nos vemos envueltos en un choque en el que participa, además, un tercer jugador? -preguntó.

– En tal caso, uno de los dos habrá de retirarse discretamente, antes de haber puesto una cantidad sustancial de dinero en el por. ¡Sólo faltaría que O'Rahillly o cualquiera de los jugadores en liza acabaran con los dos al tiempo, en una sola jugada! Yo te haré un gesto: si ves que me llevo la mano al escote, significa que debes ser tú el que vaya hasta el final. En caso contrario, tengas las cartas que tengas, prométeme que arrojarás los naipes al mazo.

Perdomo volvió a asentir con resignación. El inspector había advertido que, durante el visionado de la película, la periodista había pulsado varias veces el botón con el que se llama a las azafatas. Cuando al cabo de cinco minutos acudió, finalmente, una de ellas, Amanda le solicitó una bandeja de comida. La auxiliar de vuelo le informó que quedaban tan sólo diez minutos para el aterrizaje y que era imposible atender su pedido. La periodista empezó a contarle entonces, ante los oídos atónito de Perdomo, que padecía hipoglucemia aguda y que tenía su vehículo estacionado en el parking del aeropuerto. Ella sería responsable de lo que pudiera sobrevenirle si, como consecuencia de un bajón de tensión al volante, en el camino de Kastrup a Copenhague, perdía el control de su vehículo y se salía de la calzada. La azafata no pareció impresionada con aquella hipótesis tan catastrofista y sugirió a Amanda que tomara unsnack en cualquiera de las cafeterías del aeropuerto. ¿Sabía la señora que el aeropuerto danés estaba considerado uno de los mejores del mundo y que había recibido numerosos premios internacionales por la calidad de sus instalaciones, incluidos restaurantes y cafeterías? Amanda afirmó que conocía de sobra las excelencias de Kastrup, pero que no disponía de tiempo para detenerse a almorzar en el aeropuerto, ya que su profesión era la de cirujana y le habían programado una operación a corazón abierto para aquella misma tarde. ¿Sería mucho pedir que le trajera al menos un zumo de frutas antes del aterrizaje? ¿O acaso quería hacerse responsable también de que una niñita, a la que tenía que implantar una válvula mitral dentro de dos horas, sufriera las consecuencias de su visión borrosa y de su pulso inestable, ocasionado por su bajo nivel de azúcar en sangre? Incapaz de concebir que ningún ser humano fuera capaz de inventar tal sarta de mentiras con tal de conseguir un snack en un avión, la azafata desapareció durante unos segundos y regresó al poco con un zumo de pina, de un sospechoso color gris perla, y un infame bocadillo de jamón y queso, envuelto en papel de celofán, que Amanda estuvo masticando como si fuera un chicle (pues el pan parecía de goma) hasta que el avión tomó tierra en Kastrup.

Faltaban tan sólo siete horas para la gran partida.

63 Lies (Elton John versión)

En cuanto Perdomo y Amanda descendieron del avión y pudieron conectar los teléfonos móviles, se dedicaron a atender las llamadas y mensajes cortos que les habían enviado durante el vuelo. Villanueva había dejado un mensaje de voz en el buzón del inspector, informándole de que ya disponían del ADN de Ivo el búlgaro, por lo que podrían imputarle, como mínimo, el intento de homicidio del agente Charley. Los restos de epidermis encontrados bajo las uñas del agente habían sido suficientes para obtener el mapa genético del peligroso delincuente. Pero la noticia bomba -que llevó a Perdomo a devolverle de inmediato la llamada a su ayudante- era el asesinato de una persona, esa misma mañana, en Madrid. Villanueva informó a su jefe de que el subdito búlgaro Malin Stefanev -el soplón que les había facilitado la información sobre la reaparición de Ivo en el Bernabéu- había sido encontrado muerto en su domicilio del barrio madrileño de La Latina, con la cabeza abierta de un hachazo. Era la marca de Ivo. Éste debía de haber averiguado que Malin le había delatado y, a pesar del peligro que corría en Madrid, había retrasado su huida de la ciudad para ajustarle las cuentas a su antiguo compinche, en el presente a sueldo de la policía española.

– Por eso nos lo encontramos aquel día en la plaza de Santa Ana, jefe -le recordó Villanueva-. Iba camino de liquidar a Stefanev.

Amanda, por su parte, había recibido un SMS de Rami, el cocinero, en el que le informaba de que la lancha que les llevaría hasta elRevenge para disputar la partida les recogería en el puerto de Helsingor a las 21 horas. Debían ser puntuales, ya que la embarcación tenía que hacerse cargo también del resto de los jugadores y, en caso de retraso, sólo podría esperarles cinco minutos.

– ¡Vamos a conocer a los descendientes de Hamlet! -exclamó entusiasmada la periodista.

Como viera, por la expresión de Perdomo, que éste no tenía la menor idea de a lo que se estaba refiriendo, la periodista le explicó que la ciudad de Helsingor fue la elegida por William Shakespeare para ambientar su más famosa tragedia,Hamlet, aunque él la rebautizó como Elsinor.

– Lo de «Algo huele a podrido en Dinamarca» -apostilló Amanda- sigue estando, como ves, plenamente vigente.

Dado que Elsinor estaba tan sólo a cuarenta y cinco kilómetros de Copenhague y desde el aeropuerto salían trenes hacia allí cada veinte minutos, Perdomo propuso almorzar en el propio Kastrup. Después, y con varias horas de antelación sobre el horario de recogida, se pondrían en marcha hacia el punto de destino, y calmarían la ansiedad de la espera visitando el castillo de Kronborg, residencia oficial del ficticio príncipe de Shakespeare.

El inspector dejó en manos de Amanda la elección del restaurante donde habrían de almorzar. Tras consultar la variada oferta -que incluía un par de italianos, un asador de carne y una barra de tapas escandinavas-, la periodista se decantó por un restaurante de nueva cocina nórdica. Mientras degustaban los exquisitos manjares que habían conseguido que Dinamarca entrara por fin en la Guía Michelin -desde las pequeñas gambas de Groenlandia hasta la sabrosa carne de buey almizclero-, Amanda volvió a preguntar a Perdomo sobre las técnicas del FBI para detectar a los mentirosos.

– Cuanto más preparada vaya a la partida, más oportunidades tendré de ganar el torneo -afirmó con descaro la periodista-. Y no querrás regresar a Madrid teniendo que anunciarle a la desconsolada viuda de Winston que no sólo no has conseguido una muestra del ADN del asesino de su marido, sino que además te has pulido los doscientos mil euros de la provisión de fondos,my dear.

Perdomo sonrió ante las refinadas tácticas de manipulación psicológica de su compañera de viaje.

– Está bien -concedió resignado-, pero utiliza la información que te estoy dando con mesura; y sobre todo no le cuentes a nadie cómo te has hecho con ella. Si los criminales empiezan a estar al tanto de las técnicas que empleamos en los interrogatorios, el índice de sentencias condenatorias empezará a descender radicalmente. ¿Has oído hablar delself-soothing?

– Sé el inglés suficiente para intentar una traducción literal -respondió la reportera-. Es algo así como «autoalivio», ¿verdad?

– Verdad -dijo Perdomo-. Cuando uno le miente a la policía o al juez, no está cómodo, porque aunque se tenga la falsa declaración muy ensayada, siempre existe la posibilidad de incurrir en una contradicción que te deje en evidencia. Para compensar el estrés que sienten al mentir, los sospechosos suelen efectuar movimientos corporales para tranquilizarse: se acarician las manos, se frotan los muslos, se administran a sí mismos pequeños masajes con el propósito de aliviar la incomodidad que les producen sus propias mentiras.