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– ¿Tú crees? -preguntó Amanda con recelo-. Yo tengo un amigo, Bernardo, con el que juego al póquer todas las semanas, que desde que se sienta a jugar hasta que se levanta, se pasa toda la partida repitiendo este gesto.

La periodista cruzó los brazos sobre el pecho y se los acarició con las manos.

– Eso es porque para tu amigo Bernardo, el hecho mismo de jugar al póquer supone una situación estresante -explicó Perdomo-. Para poder aplicar las técnicas de las que te estoy hablando, primero hay que observar cómo se comporta el sujeto cuando está relajado -concluyó el inspector. Amanda sonrió.

– Lo que dices suena verosímil -repuso-. A mi amigo, lo que le gusta es tener buenas cartas, no jugar al póquer. Como en el Texas hay que ser muy paciente, porque sólo recibes buenas manos el veinte por ciento de las veces, está tenso durante toda la partida. ¿Qué más secretos del FBI estás dispuesto a compartir conmigo,coochie-coochie?

Perdomo fue a responder, pero se detuvo al escuchar el aviso de que un SMS acababa de llegar al móvil de Amanda. Ésta leyó con avidez el texto del mensaje y cuando volvió a dejar el teléfono sobre la mesa, pareció satisfecha.

– Es de Rami -anunció-. Me adelanta algunas de las exquisiteces que nos ha preparado para el descanso de la partida.

– ¿Descanso? -preguntó el inspector algo extrañado.

– Sí, descanso -confirmó la periodista-. Como los torneos de póquer son agotadores (nadie puede jugar con concentración plena durante más de dos horas), se suelen hacer pequeños parones de no más de diez minutos. Pero la que me acaba de dar Rami es una noticia extraordinaria: elbreak previsto para degustar los deliciosos aperitivos que ha preparado para los jugadores es de treinta minutos. Eso quiere decir que tendremos tiempo de sobra para hablar con nuestros contrarios y observar qué gestos hacen cuando están relajados.

Perdomo se revolvió inquieto en la silla.

– ¿Seguimos sin saber nada de qué jugadores se sentarán a la mesa?

Por toda respuesta, Amanda volvió a coger el teléfono y llamó directamente al cocinero. Por las reacciones de Amanda, era evidente que Rami estaba respondiendo en voz muy baja, señal de que no quería ser espiado a través de los delgados tabiques delRevenge. La conversación duró apenas dos minutos y sólo sirvió para revelar la identidad de uno de los jugadores.

– Rami -dijo Amanda, tras colgar el teléfono- dice que a O'Rahilly no le gusta compartir con la tripulación información alguna sobre las personas que sentarán en la mesa. Tampoco el resto de los jugadores sabe quiénes serán sus contrincantes. Esto le otorga al irlandés una posición ventajosa sobre sus rivales, puesto que ninguno puede llevar a cabo averiguaciones previas sobre la manera de jugar de sus contrarios. Sin embargo, uno de ellos se ha hecho ya habitual de la partida, porque es muy amigo de O'Rahilly, además de su confesor personal. Es el padre Hughes.

Perdomo se atragantó con una minúscula gamba de Groenlandia, al escuchar que un sacerdote católico se sentaría a jugar con ellos.

– ¿De dónde saca un cura cien mil euros para jugar al póquer? -preguntó estupefacto.

– No ha acabado de contarme la historia -respondió Amanda-, pero parece que el dinero le viene de una indemnización millonaria: sacerdote acusado por los padres de un niño de abusos deshonestos, juicio en el que el cura consigue demostrar que no sólo es inocente sino que el padre del chaval ha falsificado pruebas para imputarle un delito sexual y demanda civil del religioso exigiendo un fortísimo resarcimiento económico, por daños a su imagen y a la de la parroquia donde ejerce su ministerio. No he podido averiguar cuánto logró sacarle a la familia del chico ni los tenebrosos motivos por los que el padre de la criatura le imputó un falso delito al padre Hughes. Lo que está claro es que el dinero de la indemnización no ha ido a parar al cepillo de la iglesia, y que el páter opta esta noche a levantarse casi un millón de euros.

– ¡Joder con el páter! -exclamó Perdomo.

– Los curas se me dan de miedo, Perdomito -dijo la otra, entusiamada-. Cuando estaba en la facultad, me llevé a la cama a uno de ellos.

– ¿Te acostaste con un sacerdote? -preguntó, atónito, el policía-. ¡Eso sí que no me lo creo!

Amanda empezó a canturrear coquetamente:

I've lied for a stolen moment

I've liedfor one more clue

I've lied about most everything

But I never lied to you.

– Es una canción de Elton John que se titulaLies -reveló la periodista-. Nunca te mentiría sobre algo tan importante como mis conquistas amorosas, my dear. Nos acostamos una sola vez y cuando yo le dije que me había enamorado de él, el cabronazo me contestó que tenía que ser fuerte y olvidarle, porque él quería seguir con su ministerio.

– Te creo -dijo Perdomo, impresionado.

– ¿Algo más que tenga que saber sobre cómo atrapar a un mentiroso? -insistió Amanda.

Perdomo estuvo tentado de pedirle más detalles a Amanda sobre suaffaire con el sacerdote. ¿Dónde se habían conocido? ¿Quién de los dos había dado el primer paso? ¿Cuántos años tenía ella cuando ocurrió todo? Pero comprendió que si daba muestras de curiosidad, la periodista podría llegar a explayarse sobre el tema durante toda la comida. El inspector no quería, además, que Amanda se sintiera con derecho a sonsacarle a él información sobre sus relaciones íntimas, con el argumento de que ella sí se había prestado a abrirle su corazón. Decidió, por tanto, soslayar el asunto y ceñirse a la conversación que habían interrumpido.

– Los ojos proporcionan gran información -continuó, adoptando cierto aire profesoral-. En el momento de la mentira, el sospechoso apenas parpadea. Está ejerciendo un control tan férreo sobre sí mismo que los músculos de la cara se le paralizan, como si se hubiera inyectado bótox. Ten en cuenta, Amanda, que cuando se miente, no sólo hay que inventar una historia plausible, sino recordar luego cada detalle de la misma, para no incurrir en contradicciones. Superado este momento de tensión, se produce una relajación, y los párpados, que habían permanecido casi inmóviles, llegan a moverse hasta ocho veces más deprisa de lo normal.

– Jamás he visto a ningún jugador de póquer que aletee sus pestañas como un colibrí -argüyó Amanda-. Pero es cierto que muchos jugadores llevan gafas oscuras para evitar que sus ojos les delaten, así que no seré yo quien ponga en cuestión los datos del FBI.

– Sobre todo porque son fruto de años de investigación -replicó Perdomo-. Se crean grupos de estudio y se pide a los voluntarios que se dejen colocar electrodos en los ojos, para medir cada reacción, de modo que los resultados son muy precisos.

Un camarero lleno de piercings en la cara se acercó por fin a traerles el postre de nueva cocina nórdica, incluido en el menú degustación:créme brülée de palomitas, ensalada de frutas y mermelada de limón. Los dos comensales lo encontraron delicioso.

– Tal vez haya otro movimiento ocular que sí hayas observado sobre una mesa de póquer -continuó Perdomo-. El FBI lo llamahooding. Es una especie de parpadeo de larga duración, una caída de ojos prolongada que realiza el sospechoso un segundo antes de mentir.

Perdomo reprodujo el movimiento al que se estaba refiriendo, para que Amanda lo comprendiera más claramente.

– Eso sí lo he visto -afirmó la periodista-, pero no lo había relacionado con un farol. La verdad, Perdomo, es que todo esto me viene de maravilla. ¡Sólo con lo poco que me has contado hasta ahora ya podría hacerme profesional!

– Espera,darling, que hay más -añadió Perdomo, parodiando la forma de hablar de la periodista-. La boca se mueve también a veces de forma involuntaria, cuando un detenido está a punto de contarle una trola a la policía. Más que un gesto, cabría hablar de un microgesto, porque además de ser muy leve, dura décimas de segundo. Es un conato de sonrisa, parecido a esto.