– Ignoraba que la piratería informática diera para tanto -comentó Amanda al oído del inspector.
A preguntas de la periodista, la crupier les mostró dónde estaba el aseo para los jugadores.
– ¡Maldición! -exclamó Amanda al ver la ubicación del baño-. ¡Está en el piso superior! Esto te complica las cosas para bajar a la zona de camarotes con la excusa de que necesitas ir al servicio.
– Lo mejor es que vayan cambiando el dinero por fichas, así ganaremos tiempo -dijo la crupier-. Ahí -añadió señalando una caja fuerte incrustada en una pared, que había permanecido oculta hasta el momento tras un cuadro de Magritte- será depositado el dinero, hasta que acabe la partida. Las ciegas iniciales son de 250-500 euros, y éstas se irán incrementando a lo largo de la partida, a razón de cien euros cada veinte minutos. A las doce habrá unbreak para tomar unos canapés y luego la partida continuará sin descanso, hasta que sólo quede un jugador sobre la mesa. No hay segundo y tercer premio, todo se lo lleva el ganador de la velada. Sólo es posible recomprar fichas hasta medianoche, y nunca por importe inferior a treinta mil euros. ¿Tienen alguna pregunta que formularme, damas y caballeros?
– Sí -dijo Amanda-, yo tengo una. Supongamos que mi marido y yo -señaló a Perdomo- caemos eliminados, ¡Dios no lo quiera!, antes de las doce de la noche. ¿Perderíamos el derecho a saborear las exquisiteces que nos está preparando Rami?
La pregunta tuvo la virtud de hacer reír a toda la concurrencia, en un momento de mucha tensión, como era la entrega de los fajos de billetes de quinientos euros a la crupier. Todos sabían que las probabilidades de volver a cambiar aquellas fichas por dinero, al término de la velada, eran muy escasas, pues O'Rahilly era un jugador de gran habilidad: una vez lograba obtener cierta superioridad dechips durante la partida, se mostraba poco menos que imbatible.
Perdomo quiso saber si los jugadores que fueran cayendo eliminados iban a poder solicitar su traslado inmediato a tierra firme o tendrían que esperar a la finalización de la partida.
– Eso depende de ustedes -afirmó la crupier-. Si lo desean, podrán asistir como espectadores al desenlace final del torneo. Otra opción es aguardar a la conclusión de la partida, en alguno de los camarotes VIP que el señor O'Rahilly ha puesto a su disposición, en el nivel inferior. Y finalmente, podrán solicitarle a Carol, el asistente personal del señor O'Rahilly, que les acerque de nuevo al puerto de Elsinor, donde embarcaron.
En ese preciso instante hizo su aparición el irlandés, que vestía un impecable traje azul oscuro, marca Brioni, de raya diplomática, que no podía haberle costado menos de cinco mil euros. Tenía ojos pequeños y diabólicos, bajo los cuales sobresalía una nariz grande, poderosa y puntiaguda, como el pico de una rapaz. Amanda entornó los ojos y se imaginó a O'Rahilly empleando aquel formidable apéndice nasal para desgarrar, sobre la mesa de juego, la carne de su presa. Por lo demás, era sorprendentemente pequeño y enjuto y lucía un pendiente de aro con calaveras en la oreja derecha. «Tal vez por eso -pensó Perdomo- no pudo pegarla del todo a la puerta de la suite real del Ritz y la huella quedó incompleta.» Venía acompañado de un gigantón tan largo como el puente de Oresund, y casi tan ancho, que resultó ser el asistente personal del irlandés, al que acababa de aludir la crupier. Al ver a aquel Schwarzenegger vestido de Armani, era fácil deducir en qué tipo de asuntos asistía Carol a su jefe. Perdomo cruzó una mirada de aterrorizada complicidad con Amanda, pues ambos supieron, a partir de aquel instante, que cualquier paso en falso durante la noche no sólo les costaría el dinero que les había confiado la viuda de Winston, sino también la vida. Como si dispusiera de un detector de dinero biológico, O'Rahilly fue saludando a los jugadores por orden de importancia, en función de lo abultado de su cuenta corriente, comenzando por la divorciada Elsa Mortensen, que había logrado arrebatarle al infeliz de su esposo más de la mitad de su fortuna. Los últimos en ser saludados fueron Amanda y Perdomo, aunque el irlandés, tan seductor como un encantador de serpientes, se entretuvo hablando con ellos más que con el resto de los invitados.
– Rami me ha comentado -dijo O'Rahilly, clavando los ojos en los de Amanda- que le dejó usted sin trabajo después de una temeraria apuesta al póquer.
– Así es -admitió la periodista-. Perdí el restaurante en una absurda jugada, de la que todavía hoy me estoy arrepintiendo. Pero es que en aquella época, yo aún ignoraba lo que me diferencia de losgremlins. Yo puedo mojarme y comer después de medianoche, pero el alcohol, ni tocarlo.
– Me he beneficiado de aquel error -reconoció O'Rahilly-, puesto que si usted no hubiese perdido el restaurante, Rami continuaría aún a su lado. Mi gratitud hacia usted será eterna.
– Y mi marido y yo -dijo ella señalando a Perdomo- le agradecemos a nuestra vez que nos haya invitado a la partida. Sé por nuestro común amigo tunecino que la lista de espera para poder jugar en elRevenge es tan larga como fue en su día la del restaurante El Bulli.
– ¿Quién de los dos juega mejor? -preguntó O'Rahilly, con gesto picaro, como si quisiera poner a prueba el amor propio de cada miembro de la pareja.
Perdomo fue muy rápido en la respuesta.
– Mi mujer, no cabe duda -afirmó-. Mi única misión esta noche es la de no perderla de vista en ningún momento, para evitar que pruebe el alcohol. No tengo reparos en admitir mis enormes limitaciones como jugador de póquer, aunque estoy tranquilo. Pues aunque esta noche voy a arriesgar mucho dinero, estoy seguro de que ella sabrá recuperarlo al final de la velada.
– Les deseo mucha suerte a ambos -dijo O'Rahilly estrechándoles calurosamente la mano.
Después, se dio media vuelta y animó a los jugadores a que fueran ocupando sus posiciones.
66 All in
El irlandés había dispuesto que Amanda y Perdomo se sentaran a un mismo lado de la mesa -que tenía forma de O alargada-, pero separados por dos jugadores. De esa forma, evitaba que establecieran contacto visual y también que pudieran tocarse por debajo del tablero, para intercambiar consignas durante la partida.
La periodista demostró la pasta de la que estaba hecha ya desde la primera mano. El directivo de aire acondicionado se jugó el resto enel preflop con un par de jotas y Amanda fue la única de la mesa que se atrevió a aceptar aquel formidable envite de cien mil euros (que podría haberla apeado del torneo en ese mismo instante) con as y rey de corazones. Las probabilidades estaban ligeramente a favor del directivo de Danfoss, pero la periodista se había hecho el firme propósito de no jugar de manera timorata. Puesto que ambos jugadores iban all in y ya no podían realizar más apuestas, la crupier les animó a descubrir las cartas.