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– ¡Salen todas! -anunció a continuación, para indicar que iba a proceder a destapar las cinco cartas comunitarias, que decidirían quién sería el vencedor de aquel bote de doscientos mil euros. Las tres cartas delflop resultaron ser un diez de corazones, un dos de picas y un dos de tréboles.

– ¡Dobles parejas! -exclamó exultante el danés, que había pasado a ser el claro favorito.

– Esto no es cómo empieza -replicó Amanda-, sino cómo acaba.

Pero aunque la frase intentó sonar desafiante, Perdomo, que no podía ver la cara de su compañera, se dio cuenta, por el tono de voz, de que ésta estaba completamente desolada. El danés no sólo tenía ya la mejor jugada del tablero, sino que sus posibilidades de mejorar eran cada vez mayores.

La cuarta carta, un siete de diamantes, no benefició a ninguno de los dos contrincantes, pero la quinta, una K de tréboles, dio la victoria a la periodista.

– Dobles parejas de KK-22 -proclamó con voz aséptica la crupier-. Gana la señora.

El ejecutivo de Danloss no se tomó el varapalo con demasiada deportividad. Ni siquiera tuvo la cortesía de responder a la crupier, cuando ésta le preguntó si quería recomprar otrobuy-in. Con gesto airado, se levantó de su silla, se puso la americana con grandes aspavientos, para hacer ver a todos que abandonaba de inmediato el barco, y finalmente, recriminó a Amanda en tono desabrido.

– ¡Usted no tendría que haber ido! -gritó-. ¡Era evidente que yo llevaba una pareja alta y que mi probabilidad de victoria era de más del cincuenta por ciento! ¡Y en elflop ya era del setenta y cinco!

La periodista se recreó varios segundos en apilar, en torres gemelas, la ingente cantidad dechips que acaba de arrebatarle a su rival. Luego, sin mirarle a la cara, respondió:

– Tiene razón, ha sido una temeridad. Pero como le dijo Edward G. Robinson a Steve McQueen enCincinnati Kid, en eso consiste el póquer: «en cometer el error apropiado en el momento oportuno».

Aquella cita acabó por sacar de quicio al de Danloss, hasta el punto de que O'Rahilly se sintió en la obligación de levantarse de la mesa y acompañar personalmente al hombre hasta tierra firme.

– No estaré fuera más de treinta minutos -anunció al resto de los jugadores-. Mientras tanto, la crupier me servirá las cartas y pondrá mis ciegas, como si estuviera sentado a la mesa.

La ausencia temporal del anfitrión tuvo el efecto de destensar a los jugadores, y esto se tradujo a su vez en un juego más alegre y despreocupado. Muchos de ellos empezaron a arriesgar grandes cantidades de dinero en la mesa, con jugadas mucho más débiles de lo que el sentido común hubiera recomendado. Esto acarreó funestas consecuencias para dos de ellos, que perdieron la totalidad de sus fichas en la media hora larga que O'Rahilly se demoró en volver. Cuando el irlandés se sentó de nuevo a la mesa, la situación, enumerada en sentido contrario a las agujas del reloj, era la siguiente:

Jugador n.° 1 (a la derecha de la crupier) eliminado (accionista de Carlsberg).

Jugador n.° 2 (en uno de los extremos cortos de la mesa) en juego con 250.000 euros (misteriosa mujer de la lancha).

Jugador n.° 3 (junto al anterior, en el mismo extremo) eliminado (directivo de aire acondicionado).

Jugador n.° 4 (lado opuesto a la crupier) en juego, con 25.000 euros (Perdomo).

Jugador n.° 5 (en el mismo lado) en juego, con 150.000 euros (padre Hughes).

Jugador n.° 6 (en el mismo lado) en juego, con 350.000 euros (Amanda).

Jugador n.° 7 (en el otro extremo corto) eliminado (accionista de Carlsberg).

Jugador n.° 8 (en el mismo extremo) en juego, 35.000 euros (divorciada de Bang & Olufsen).

Jugador n.° 9 (a la izquierda de la crupier) en juego, 90.000 euros (O'Rahilly).

El padre Hughes -que se lanzó a bendecir las cartas antes de eliminar a uno de los dos directivos de Carlsberg- estaba demostrando ser un jugador de póquer verdaderamente notable. No sólo atrapó a su rival con un trío de ases, que supo esconder hasta la última carta, sino que se permitió pronunciar una de las frases más celebradas de la noche: «Carlsberg, posiblemente los peores jugadores del mundo».

Antes de soltar la chanza, el sacerdote tuvo el buen criterio de esperar a que los dos aludidos se encontraran a cierta distancia, aunque por la cara de fastidio que exhibieron durante las horas siguientes, resultó evidente que aquel hiriente retruécano había llegado a sus oídos.

La partida se estancó hasta la hora del descanso, ya que el regreso de O'Rahilly provocó que el miedo se apoderara nuevamente de la mesa. Si hasta el instante anterior, los jugadores se habían animado a realizar cuantiosas apuestas con cartas muy bajas, ya incluso una pareja de damas parecía poca cosa para arriesgar un puñado de fichas. El resultado fue que cuando llegó elbreak de la comida, los chips apenas se habían movido de sitio, ninguno de los jugadores eliminados había ejercido su opción a recompra y todos se habían levantado de la mesa con la sensación de que la verdadera partida no había comenzado todavía.

67 Full House

El reencuentro entre Amanda y Rami, tras más de diez años de separación, fue uno de los más emotivos a los que Perdomo había asistido en mucho tiempo. El venerable cocinero tunecino abrazó a la periodista como si fuera una especie de hija pródiga y la colmó de bendiciones en árabe y francés. Tanto tenían que contarse el uno al otro, que la casi siempre voraz Amanda apenas tuvo tiempo de probar el suculento bufet que había preparado aquel auténtico mago de la cocina. Perdomo, en cambio, sí pudo dar buena cuenta de las calabacitas rellenas, la empanada de carne y la extraordinaria ensalada de tabulé que Rami había colocado sobre la mesa y sobre la que se abalanzaron con ansia todos los jugadores. O'Rahilly puso fin al efusivo encuentro entre la periodista y el cocinero al ordenarle a su empleado, con un pequeño pero enérgico gesto de la cabeza, que regresara a la cocina. Luego le dijo a Amanda, con mal disimulada envidia:

– Ha acumulado usted un buen montón de fichas en mi ausencia. La felicito.

– Y mi marido y yo -respondió al instante la mujer- le felicitamos a usted por la gran tarea que está llevando a cabo desde elRevenge, en pro del libre acceso de los ciudadanos a la cultura.

El irlandés se quedó un momento callado, sopesando si el comentario de Amanda encerraba alguna carga irónica. Pero como vio que la periodista persistía en sus elogios, tuvo que aceptar que estaba en presencia de una auténtica simpatizante del Partido Pirata.

– Los dos somos españoles -continuó Amanda, mirando a Perdomo-, y me honro en afirmar que, en mi país, la piratería cultural está ocho puntos por encima de la media europea.

– ¿En serio? -dijo O'Rahilly, con genuino asombro-. ¡No sabía que fuera para tanto!

– Y eso -precisó la periodista- que la sociedad privada que maneja los derechos de autor en España es especialmente voraz y codiciosa. ¡Han llegado a intentar recaudar dinero incluso por la música empleada en actos benéficos!

Las palabras de Amanda tuvieron la virtud de estimular la locuacidad del irlandés.

– Todas las personas que asisten a mis partidas privadas -dijo- simpatizan, en mayor o menor medida, con la causa que yo abandero. Tengo datos que demuestran que cada vez somos más numerosos, y que si nos mantenemos unidos, lograremos acabar con los auténticos buitres de la cultura, que son los legisladores europeos. La música, el cine y los programas informáticos no son más que un bien común, a cuyo acceso todos tienen derecho. ¿Por qué un rico puede comprarse, entonces, toda la música que le da la gana y el pobre tiene que andar pasando apuros a final de mes, para enriquecerse espiritualmente? El libre intercambio de productos audiovisuales es la forma más justa y eficaz de potenciar el disfrute de la cultura. Yo no comercio con pornografía, sino que trato de poner a disposición de la gente música, libros y películas de primera calidad. Me honro en ser el puente que está acercando al pueblo los bienes culturales a los que tiene legítimo derecho.