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– Tenemos poco tiempo, Mark -le apremió su abogado-. El Comité de Libertad Condicional nos ha dado hasta medianoche para que les des una respuesta. ¿Qué decides?

71 Trapped

– Es una pena que esto vaya a terminar tan pronto -dijo Amanda, ya completamente transformada en Torres por efecto del alcohol-, porque lo cierto es que ahora es cuando comienzo a divertirme.

La razón de que O'Rahilly estuviera empezando a sentir tanto odio hacia ella no era sólo que la mujer fuera a llevarse los novecientos mil euros del torneo. A lo que el irlandés no estaba dispuesto era a que, además de quitarle su dinero, aquella mujer obesa y deslenguada se permitiera impartirle clases de póquer. Cuando Amanda se convertía en Torres, su juego se hacía imprevisible y estrambótico, pero su lengua se volvía afilada y venenosa como la de una serpiente. En una ocasión en que O'Rahilly subió la apuesta en elflop, con proyecto de color, ella se permitió sermonearle, después de ganarle la mano.

– ¡No tenía que haber forzado tanto la apuesta con un simple proyecto! ¡Debería haber pasado, y esperar a ver si ligaba color!

En otro momento en que O'Rahilly se jugó todo su resto enelpreflop, con dos reyes, Amanda renunció a ver la apuesta y tras mostrarle sus dos reinas al irlandés, volvió a martirizarle con sus comentarios.

– Se ha pasado la noche apostandoall in cuando lleva dos reyes. Eso es tanto como telegrafiar al contrario que tiene jugada. Si hubiera hecho una apuesta más moderada, podría haberme cazado con mis dos QQ, y me habría arrebatado un buen puñado de fichas. Pero la codicia le ha traicionado, amigo, y aquí sigo: vivita y coleando.

O'Rahilly era un tipo muy peligroso, y lo demostró esa noche al transformar la ira que le dominaba en un maquiavélico plan para arrebatarle el dinero a la periodista. Lejos de exteriorizar su irritación, el irlandés planteó la posibilidad de alargar un poco más la partida.

– Por supuesto, es usted quien tiene la última palabra -dijo, en actitud taimada- porque habíamos dejado claro que, después de medianoche, no se permitirían más recompras. Sin embargo, estoy de acuerdo en que es ahora cuando empieza lo divertido, y si usted está de acuerdo, estoy dispuesto a poner en juego… ¿digamos otros quinientos mil euros?

Amanda gritaba en silencio «¡no aceptes, es una trampa!», pero siempre era Torres la que tomaba las decisiones después de la segunda copa. Así que dijo:

– Señor O'Rahilly, salvo otro trago de vodka, nada me podría producir más placer en este momento que limpiarle otro medio millón.

El irlandés sonrió satisfecho al escuchar que su pececillo había mordido el anzuelo. Sólo le quedaban ya quince mil euros sobre la mesa, una cantidad demasiado exigua para enfrentarse con mínimas garantías de éxito a los ochocientos ochenta y cinco mil de su contrincante. Pero con la recompra de quinientos mil que estaba a punto de realizar, y con su rival cada vez más ebria, recuperar el dinero perdido iba a ser coser y cantar. El irlandés hizo un gesto con la mano a su gorila, para que se acercara, y le impartió una serie de instrucciones al oído. Éste asintió un par de veces con la cabeza y cuando estuvo seguro de que su jefe había terminado, se dio media vuelta y comenzó su descenso a la zona de camarotes.

Perdomo se encontraba ya en el aseo del camarote O'Rahilly, en el que había numerosos utensilios de baño que podían proporcionarle muestras de ADN. Extrajo del bolsillo interior de la americana una bolsa de plástico para pruebas e introdujo en ella el peine del irlandés, en el que había varios cabellos atrapados, y el recambio usado de su maquinilla de afeitar. Colocó un recambio nuevo en su lugar, se guardó la bolsa con las pruebas otra vez en el bolsillo y, tras apagar la luz del aseo y la del camarote, salió al pasillo para regresar a su habitación. Contando la entrada y la salida, no había empleado en la operación más de cuarenta segundos. Treinta y cinco más de los que necesitó Carol, el guardaespaldas de O'Rahilly, para propinarle un fuerte golpe en la cabeza, que lo dejó aturdido sobre el inestable suelo delRevenge.

72 No cheap thrill

Cuando volvió en sí, Perdomo estaba en la sala de póquer, atado a una silla de pies y manos y con un dolor en la cabeza no muy distinto al que produciría una sierra de autopsias al serrar el cráneo de una persona viva. En la habitación sólo quedaban ya el padre Hughes, Amanda y el propio O'Rahilly, además del fornido Carol, que había sorprendido al inspector husmeando en el camarote de su jefe. En un extremo de la mesa de juego reposaban la bolsa de pruebas con el peine, el recambio de la maquinilla y la ganzúa eléctrica.

– Inspector Raúl Perdomo -comenzó diciendo el irlandés-, de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta de España, ¿sabe lo más irritante de esta temeraria operación que han montado usted y su pretendida esposa? -Era evidente que Amanda le había contado todo a O'Rahilly durante los escasos minutos que había permanecido inconsciente-. Que ya no podré averiguar quién de los dos, si ella o yo, es mejor jugador de póquer. Me dispongo a arrojarles a ambos por la borda en cuanto el guardacostas haya hecho la ronda, lo que ocurrirá exactamente dentro de -consultó su diminuto reloj de pulsera- trece minutos y cincuenta segundos.

– En eso se equivoca -dijo rápida Amanda-. Mi resto es de ochocientos ochenta y cinco mil euros, el suyo de tan sólo quince mil. ¿Tan malos son los colegios irlandeses que no le enseñaron a restar? Ochocientos ochenta y cinco mil menos quince mil son ochocientos setenta mil euros, que es la diferencia entre su resto y el mío. ¡Soy ochocientas setenta mil veces mejor jugadora de póquer que usted! La partida ha terminado.

O'Rahilly, que llevaba ya varias horas conteniéndose, no se pudo aguantar más y le cruzó la cara de un guantazo a la periodista. El labio inferior de la mujer empezó a sangrar profusamente.

– ¡Estúpida! -gritó. Y a continuación lo repitió varias veces-: ¡Estúpida, estúpida, estúpida! -Como si quisiera desahogarse de una sola vez, por todas en las que se había contenido-. ¡Toda la noche teniendo que soportar que una borracha me dé lecciones de póquer! ¡Si ha acumulado tantas fichas es porque la suerte le ha estado sonriendo, de manera intolerable, durante toda la partida!

– Le he ganado limpiamente y usted lo sabe -replicó Amanda, desafiante-. Estoy tan convencida de que puedo ganarle siempre que quiera -añadió mientras se secaba la sangre con un pañuelo que le ofreció el padre Hughes- que si no tuviera usted tanta prisa en librarse de un contrario al que sabe que no puede vencer, le propondría que subiéramos las apuestas.

El irlandés pareció divertido ante la insolencia de la periodista.

– ¿Subir las apuestas? -preguntó-. ¿A qué se refiere? -Si usted gana, se queda con todo el dinero -respondió Amanda.

– ¡Ya tengo todo el dinero! -se carcajeó el irlandés-. ¿O piensa que les voy a arrojar a las aguas del estrecho con casi un millón de euros encima?

– No, por supuesto -admitió la otra-. Pero se quedará con un dinero que no ha ganado. En realidad le diría que nuestra… ¿cómo la ha calificado?, burda operación policial le ha venido de perillas para encubrir el hecho indiscutible de que es usted un mediocre jugador de Texas Hold'em.