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Perdomo miraba aterrorizado a Amanda, por las virulentas pullas que estaba lanzando contra el irlandés, pero aún no sabía cuál era el juego de la periodista y prefirió permanecer a la expectativa, hasta que la situación se definiera.

– Si usted gana -insistió Amanda-, se queda con todo el dinero y puede hacer con nosotros lo que quiera. Si pierde, le entrego el dinero a cambio de que nos deje en tierra firme, en vez de arrojarnos al agua. En ambos casos usted se embolsa los novecientos mil euros que hay en juego y averigua lo que tanto desea saber: quién es mejor jugador de los dos.

– ¡De acuerdo! -dijo O'Rahilly, tras pensárselo durante unos segundos-. Pero me pregunto cómo afectará a su manera de jugar el hecho de saber que, si no gana, tanto usted como su falso cónyuge perderán la vida. Incluso en el punto más estrecho de Oresund, hay cuatro kilómetros de distancia entre ambas orillas. Y nosotros estamos ahora en el lugar de más amplitud. Es de noche, y lo más probable es que si no mueren extenuados en su intento de alcanzar la costa, alguno de los grandes barcos que transitan por el Sund les haga pedazos con sus hélices. ¿Podrá resistir esa presión, señora Torres? -Le hizo un gesto a la crupier, para que empezara a repartir las cartas.

Para no convertir aquella nueva y singular partida en interminable, O'Rahilly estableció que a ambos jugadores se les repartirían cien mil fichas. Las ciegas subirían cada diez minutos y, por supuesto, no habría posibilidad de recompra. Perdomo, que seguía sin pronunciar palabra, estaba admirado ante la capacidad de manipulación psicológica de Amanda. A cambio de permitirle recuperar su amor propio, había logrado que el pirata les concediera una oportunidad de salvar la vida. La cuestión era: en caso de ser derrotado, ¿sería capaz un tipo como O'Rahilly de mantener su palabra y dejarlos sanos y salvos en la costa?

Las tres primeras manos confirmaron que el irlandés estaba en lo cierto. El hecho de que Amanda estuviera arriesgando no sólo su propia vida, sino también la del inspector, condicionaba la calidad de su juego. En el primer encontronazo, la periodista se confió con unas dobles parejas en elriver -probablemente porque eran de ases y reyes- y no supo ver un modesto, pero letal, trío de doses con el que O'Rahilly le arrebató la mitad de sus chips. En la mano siguiente, se arrugó con una escalera al rey, ante el temor de que su contrario pudiera llevarla al as. Y seguidamente, renunció a perseguir un color, a pesar de que el irlandés le había puesto muy barata la siguiente carta. El teléfono móvil de Perdomo, que reposaba en un extremo de la mesa junto al resto de los objetos que le habían requisado, vibró de repente, anunciando un SMS. Nadie le prestó la menor atención, pues la partida estaba entrando en su recta final. El mensaje de texto era de Villanueva, y en él anunciaba a su jefe que el ADN encontrado en la puerta de la suite del Ritz por fin había sido identificado.

O'Rahilly se había apoderado en diez minutos del setenta y cinco por ciento de las fichas, y por primera vez en toda la noche, se permitió quitarse la americana y aflojarse la corbata. Amanda y Perdomo tuvieron oportunidad de entrever entonces el nacimiento de una de sus famosas escarificaciones, un diabólico Joker que le llegaba hasta la zona lumbar. Aunque no resultaban visibles, los cascabeles de aquella inquietante criatura se sacudían con cada movimiento del irlandés.

El mano a mano entre Amanda y O'Rahilly pareció estancarse durante varias jugadas, hasta que en un choque entre dos escaleras, la periodista logró recuperar la mitad de sus fichas. Fue entonces cuando la crupier repartió a O'Rahilly una jota y una dama de diamantes

y un as y un nueve de tréboles a Amanda.

Con la esperanza de hacer desistir a su rival, el irlandés, que era la ciega grande, realizó una subida considerable en elpre-flop. Con as y nueve de color, la mujer no tuvo ni siquiera que pensar si aceptaba aquel primer envite. Pagó el precio que su contrincante le pedía para ver las tres cartas siguientes y en el flop se encontró con que tenía proyecto de color y una pareja de reyes apoyada, por el as que tenía en la mano.

O'Rahilly había ligado dobles parejas de KK-QQ, pero en vez de apostar, cedió astutamente la palabra a Amanda. Al ver que el otro pasaba -lo que en el póquer suele interpretarse como una señal de debilidad-, Amanda decidió apostar todo su resto. Aunque la decisión le costó casi tres minutos de silenciosa deliberación, su razonamiento fue concienzudo: «Si ligo color de tréboles, será el más alto de la mesa, porque llevo el as. Y como hay trece naipes de cada palo, nueve de ellos me pueden convertir en ganadora. Por otro lado, creo tener la pareja más alta de la mesa, e incluso puedo ligar escalera al as en elriver si salen un diez y una jota. Y, ¿por qué no?, incluso un full de 999-KK, en el caso de que las dos cartas que faltan resulten ser dos nueves. Por supuesto, cabe la posibilidad de que, ante semejante envite, O'Rahilly se achante, que en el fondo sería lo mejor para mí. Tengo, pues, múltiples maneras de ganar. El póquer no es un juego de seguridad absoluta, es un juego de probabilidades, y si esta jugada nos cuesta la vida a mí y a Perdomo, me iré a la tumba sabiendo que tomé la decisión acertada».

Cuando O'Rahilly dijo «veo», Amanda sintió un frío glacial en la columna, porque sabía que el irlandés no afrontaría un envite total sin llevar una mano muy potente. Tenía tanto miedo de que mostrara una tercera K que cuando enseñó la reina y la jota y vio que sólo llevaba dobles parejas, sintió algo cercano al alivio. Los KK-QQ de O'Rahilly ganaban, por supuesto, a su pareja de reyes con as, pero aún quedaban dos cartas por destapar y numerosas posibilidades de ligar jugada.

– ¡Estáis muertos! -proclamó el irlandés cuando la crupier destapó la cuarta carta. Era la tercera K, con la que el pirata acababa de ligar un full de KKK-QQ.

Una operística y solitaria lágrima furtiva se deslizó a toda velocidad por la mejilla de Amanda.

– Lo siento -musitó la periodista, sin atreverse siquiera a mirar a Perdomo.

De haber tenido el valor de hacerlo, el policía no la hubiera visto. Había cerrado los ojos en señal de resignación, y sus pensamientos estaban ya ocupados en ponerse en paz con el mundo que estaba a punto de dejar.

73

Poker face

– ¡Un as puede salvarme! -exclamó Amanda. Sus palabras sonaron más como una plegaria que como la expresión de un deseo.

– Un as la salvaría, en efecto -reconoció el irlandés-. Desgraciadamente para usted, sólo hay cuatro en la baraja, y quedan 44 cartas. Eso le otorga menos de un diez por ciento de probabilidades de salvar el pellejo. Menos de un diez por ciento, ¡ja, ja, ja! -se carcajeó como un villano de película de serie B-. ¿Se imaginan lo que sería realizar una inversión bancária después de que su asesor financiero les hubiera advertido de que tienen más de un noventa por ciento de posibilidades de perder su dinero? -se burló el pirata-. O mejor aún, ¿se imaginan entrando a un quirófano, sabiendo que la probabilidad de salir con vida es de uno a nueve? Así quiero que se sientan en este momento. Y cuando el agua del mar Báltico les esté encharcando los pulmones, recuerden que el mejor jugador de póquer es aquel que es capaz de provocar errores en su adversario. Al renunciar a apostar en elflop, señora Torres, le hice creer que mi jugada era más débil que la suya y eso la animó a poner en riesgo todas sus fichas. Así que, dígame ahora, ¿quién es mejor jugador de los dos?

O'Rahilly hizo un gesto con la mano a la crupier para que destapara la quinta carta y ésta se quedó adherida al tapete, como si simpatizara con la pareja perdedora y estuviera negándose a mostrarle el destino que le aguardaba.