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El ojo izquierdo le sangraba profusamente, ya que Anita, al sentir los dientes del búlgaro en su cara, se había defendido hundiéndole la uña de su dedo pulgar hasta el fondo.

79 Tell the truth

Tras cuarenta y ocho horas de calabozo, y después de que Perdomo le informara de que su ADN había sido hallado en la puerta de la suite de John Winston, Rafi Stefan, alias Ivo, se confesó autor de todos los delitos que se le imputaban, tal vez esperando que su gesto fuera tenido en cuenta por el tribunal que habría de juzgarle. En su peculiar castellano, el búlgaro contó a la policía cómo el músico asesinado había entrado en contacto con su organización a través de un anuncio que la mafia búlgara de Nueva York había colgado hacía varios meses en internet. El texto, escrito originalmente en inglés, era de una sencillez que helaba la sangre:

No se ensucie las manos, nosotros lo hacemos por usted.

Desaparición o eliminación. Trabajos garantizados.

Su cuñado Branimir Djerassi, encerrado en la prisión de Attica desde el 2001 por múltiples delitos (el hombre al que Chapman había escuchado hablar de su revólver hacía pocas semanas), era quien controlaba desde su celda el cada vez más próspero negocio de los sicarios a sueldo. Él decidía qué trabajos se aceptaban, cuánto se facturaba por ellos y quién era el encargado de llevarlos a cabo. La tarea de eliminar a John Winston fue confiada inicialmente al hombre de confianza de Djerassi en Nueva York, Nikolai Kokinov, pero éste declinó el trabajo porque su hija mayor era, al parecer, fan acérrima de The Walrus. Hasta los criminales más despiadados se muestran considerados cuando se trata de su propia familia. Una vez consultados los países incluidos en la inminente gira del grupo, Djerassi decidió ponerse en contacto con su cuñado Ivo, que llevaba tiempo oculto en la Costa del Sol española, a la espera de que se enfriase la presión policial sobre la mafia búlgara. España era un lugar tan bueno como cualquier otro para acabar con la vida del músico.

– No entiendo nada -dijo Perdomo-. ¿Quién os encargó la muerte de John Winston?

– Fue el propio John Winston -declaró Ivo.

Perdomo y Villanueva se miraron estupefactos.

– ¿John Winston ordenó su propia muerte? ¿Por qué razón? -inquirió el policía.

– No tenía cojones para suicidarse -respondió el búlgaro-. Pero en cambio le sobraba el dinero, así que nos lo encargó a nosotros.

– No me lo creo -dijo Perdomo-. ¿Por qué querría suicidarse? En la autopsia se vio que no padecía enfermedad de ningún tipo. Tampoco podía ser por problemas económicos, porque todos sabemos que era millonario. Las relaciones con su mujer eran excelentes, también queda excluida una crisis emocional. Así que dime, ¿cómo quieres que me trague que os contrató para matarle?

– Eres libre de pensar lo que quieras, inspector -le respondió el búlgaro-, pero te estoy contando la verdad. ¿Qué interés podría tener yo en inventarme una historia así? En aquel momento no hicimos preguntas; nos dijo que le matáramos y punto. Suponíamos que estaba enfermo. «Debe de tener el sida», dijo Branimir. Luego, cuando se arrepintió del encargo, nos enteramos de las verdaderas razones.

– ¿Que se arrrepintió? ¿Cuándo? -preguntó ansioso Perdomo.

– Inspector, déjame seguir un orden, si no todo va a ser un embrollo formidable -protestó el búlgaro-. Winston nos contrató para matarle y se interesó por el arma con que Chapman había disparado contra Lennon. Nos preguntó si podíamos conseguir ese revólver. Quería morir como su ídolo y nos prometió un millón de dólares si le matábamos con el Charter 38 de Chapman.

– ¿Y no pensasteis que todo era una tomadura de pelo? -preguntó Villanueva-. ¿Un tipo de éxito que os llama para que le matéis, y además con un arma-fetiche?

– Yo le expuse mis dudas a Branimir, pero él me contestó que la mitad del dinero ya estaba depositado en el banco, así que no podía ser una broma. En cuanto al revólver, Branimir me dijo que no me preocupase. Nuestros hermanos búlgaros tienen muy buenos contactos en Nueva York. Hablamos con los rusos, los croatas, los serbios, los macedonios, e incluso con los italianos de la Cosa Nostra. Ellos nos echarían una mano para obtener el revólver.

– ¿Cómo lograsteis haceros con el 38 de Chapman? -preguntó Perdomo.

– Fue más fácil de lo que suponíamos -se jactó Ivo-. Al final, no hizo falta recurrir a nuestros contactos. Una de las mujeres de la agencia que limpia en la Forensic División es de Iskrets, cerca de Sofía. ¿Conoce Iskrets?

– Claro que lo conozco -respondió el inspector, como si la pregunta le ofendiese-. Sylvie Vartan es de Iskrets.

– ¿La cantante Sylvie Vartan? -saltó, incrédulo, Villanueva-. ¿Es búlgara? Creí que era francesa.

– ¿Por qué elegiste el día del concierto para matarle? -continuó el inspector.

– No fui al Bernabéu para matar, sino para cobrar -respondió el búlgaro-. Winston cambió de opinión después de hacernos el encargo. De repente, ¡ya no quería morir! Nos hizo saber que, al principio, había dispuesto su propia muerte porque no había logrado el éxito que él creía merecer, y que eso no le dejaba vivir. Pero nadie, eso nos juró, iba a privarle de la felicidad que se le estaba negando en vida. John Lennon le había hecho saber, a través de una canción, que encontraría la felicidad en una pistola. Por eso quería el 38 de Chapman. Estaba convencido de que elgun de la canción de Lennon era esa arma, y que sólo el Charter de Chapman le traería la felicidad completa.

– Es el razonamiento de un hombre no sólo deprimido, sino totalmente enajenado por las drogas -afirmó Perdomo-. ¿Sabíais que tomaba LSD?

– ¿Y quién no se droga, en el mundo del rock and roll? Para nosotros, lo único importante era que, drogado o no, había depositado el dinero en nuestra cuenta. Cuando, más tarde, entró de nuevo en contacto con nosotros para anular el contrato, yo le dije: «Con Ivo no hay vuelta atrás. Has pagado, y vas a morir». Lo hice para asustarle, claro. Entonces, tal como yo suponía que iba a hacer, me prometió otro millón de dólares, esta vez, por no matarle.

– ¡Qué hijos de la gran puta! -exclamó Villanueva.

– De manera -resumió Perdomo- que después de haberos entregado un millón de dólares para que pusierais fin a su vida, a Winston le empiezan a ir bien las cosas y cambia de opinión. Vosotros conseguís arrancarle otro millón de dólares por anular el contrato y él os dice que sí.

– Exacto. Yo fui al Bernabéu para que me pagara. Pero allí me pusisteis las cosas muy difíciles, tú y tú -dijo señalando a los dos detectives.

– También estaba el agente Charley, al que arrojaste al vacío -le recordó Perdomo.

– No quería empujarle -dijo Ivo-, pero me descubrió allí arriba, y era él o yo.

– ¿Así que no querías empujarle? ¡Ha quedado parapléjico de por vida, hijo de puta! -tronó el inspector. Pensó en abalanzarse sobre Ivo, a pesar de que estaba esposado, pero consiguió dominarse.

Mientras su jefe se enfriaba, Villanueva decidió continuar con el interrogatorio.

– ¿Llegaste a entrevistarte con Winston en el Bernabéu? -preguntó.

– Sí -dijo Ivo-. Logré llegar albackstage. Pero me juró que su road manager se había confundido y había llevado todo el dinero a la habitación de su hotel. Me pidió que me reuniera con él en su suite del Ritz, después del concierto. Así que eso hice.

– ¿Por qué pegaste la oreja a la puerta antes de entrar a la habitación? ¿Por qué no llamaste directamente? -Villanueva imaginaba la razón, pero quería oírlo por boca del búlgaro.