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Se había dicho a sí mismo que no eran más que imaginaciones suyas, que solo se trataba de que su recién descubierta masculinidad le había hecho cambiar de percepción, pero ahora ya no estaba tan seguro. Y Jason había puesto en palabras esas mismas sospechas.

Espirando el aire por la nariz, sacudió la cabeza tratando de poner en claro sus ideas. Con la mano palpó la llave que llevaba en el bolsillo y se le hizo un nudo de aprensión en el estómago. ¿Qué pasaría si iba al hotel Orion, subía en el ascensor hasta el tercer piso, llamaba a la puerta y le abría una mujer marchita, vieja y desdentada? ¿Y si le abría la maldita puerta un hombre? ¿O un marica vestido de puta? ¡Oh, cielos! ¿Y si todo aquello no era más que una broma pesada, el resultado del retorcido sentido del humor de Jason?

Apretó los dientes y miró al frente mientras se aproximaba al hotel Orion. Nadie parecía haberle seguido, y solo Jason podía saber que se encontraba allí. De alguna manera, se sintió seguro en su anonimato y siguió avanzando hacia el edificio que se alzaba ante él bañado por la luz de unos focos: una mole de cemento blanco que cortaba un cielo negro como la obsidiana.

Dudando durante una fracción de segundo, Zach apretó las mandíbulas, agachó los hombros y empujó la puerta de entrada del hotel decidiendo que había llegado el momento de convertirse en un hombre.

3

El pasillo del hotel -un amplio corredor con alfombras de color tabaco y puertas de metal pintadas imitando la madera- estaba vacío. El Orion no tenía el encanto del hotel Danvers, pero a Zach no le importó. Tragándose las ganas de dar media vuelta y salir corriendo, Zachary cruzó la puerta del pasillo -que resonó tras él al cerrarse- y con el corazón latiéndole a toda velocidad se dirigió hacia la habitación 307. Hacia Sophia. Su destino.

Antes de acabar de perder su ya escaso coraje, golpeó con decisión en la puerta y esperó.

– Está abierto -contestó una fría voz femenina desde el otro lado de la puerta de metal.

¡Oh, cielos!, a Zach casi se le para el corazón. Cogió leí pomo con dedos temblorosos y abrió la puerta. La mujer estaba tumbada, dándole la espalda. Sensualmente echada en la cama, vistiendo solo un sujetador negro y un cinturón de encaje negro del que salían unas ligas anchas que colgaban sobre un corto par de medias, se desperezó. Zach pudo ver unos rizos que sobresalían por la parte de detrás de sus largos y torneados muslos, y se le quedó la boca seca.

– Llegas tarde -le reprendió ella amablemente.

El diafragma de Zach ascendió apretando sus pulmones de tal manera que apenas podía respirar. Empezó a sentir que un calor le subía desde la ingle.

Ella se dio la vuelta lentamente, dejándole disfrutar de la visión de unos pechos redondos constreñidos en un sujetador varias tallas más pequeño, y le sonrió con una mirada provocativa que se desvaneció en el momento en que sus miradas se cruzaron.

– ¿Quién eres tú? -preguntó ella con sus negros ojos llenos de miedo-. ¡Largo de aquí! -Echó una ansiosa mirada a su alrededor, como si estuviera buscando un arma o la ropa para taparse-. ¡Vete a joder a otra parte! -Agarró una bata de seda rosa y empezó a meter, nerviosa, los brazos en las mangas.

– Me envía Jason.

Ella se quedó parada.

– ¡Qué demonios! -murmuró, mirándole incrédula con sus negros ojos. La bata no le tapaba demasiado, de modo que él aún podía ver una buena parte del hueco entre sus pechos.

A Zach se le hizo un nudo en la garganta e intentó decir algo, rogando a Dios que le saliera la voz.

– Él se ha quedado en la fiesta de nuestro padre y…

– ¿Padre?

– Soy su hermano, Zachary.

Empezó a abrir los brazos, sabiendo que aquello era un error, y deseó poder salir de allí antes de que le diera un ataque al corazón. Aquella chica era una puta, por el amor de Dios, una profesional, y él era un tímido, inepto e inexperto virgen. Seguramente ella ya se había dado cuenta.

– No te pareces a tu hermano -dijo ella, mirándole con recelo.

Aquella era la maldición de la existencia de Zach.

– Lo sé -dijo él sin moverse del sitio.

– Cierra la puerta.

Zach cerró la puerta pero no se molestó en echar el cerrojo.

Ella se apoyó en la cabecera de la cama, sujetando la bata cerrada sobre el pecho con ambas manos y mirando hacia la puerta como si en cualquier momento fuera a salir disparada, y preguntó:

– ¿Por qué te ha mandado a ti? -Se apartó un delgado mechón de un pelo negro como el carbón de la cara-. ¡Cielos, me has dado un susto de muerte!

– No era mi intención.

– Bueno, acércate -le ordenó ella con nerviosismo.

Con cuidado, temiendo que ella saltara de la cama y saliera corriendo al pasillo en cualquier momento, gritando que la estaban atacando, cruzó la alfombra de color naranja y se sentó a los pies de la cama.

– ¿De modo que te ha enviado Jason? -preguntó ella, cogiendo de la mesilla de noche un arrugado paquete de cigarrillos, que estaba al lado de un vaso medio vacío. Sacó un Pall Man sin filtro con dedos ligeramente temblorosos y lo encendió-. ¿Por qué?

– Eh, bueno, él tenía que quedarse allí. Mi padre quería que estuviera a su lado.

Ella arqueó dos finas cejas morenas, mientras daba una calada al cigarrillo y luego se lo apartó de los labios.

– Pero ¿no quería que tú te quedaras también allí? -preguntó ella escéptica.

– Jason es el mayor -contestó Zach, como si eso lo explicara todo, lo cual en cierto modo así era.

Jason había sido educado desde el día en que nació para ser el heredero de la fortuna de los Danvers. Y nada había cambiado en ese sentido por el hecho de que Witt hubiera tenido un segundo hijo varón.

– De modo que él es el favorito -dijo la puta, sonriendo.

– London es la favorita del viejo.

– Ah, Jason me ha hablado de ella. La pequeña. Ya debe de tener unos tres años, ¿no?

– Casi cinco -contestó Zach sin entender qué importancia tenía la edad de London, especialmente en aquella situación.

¡Estaba en una habitación de hotel con una prostituta y se dedicaba a discutir sobre la edad de su hermana pequeña! Bueno, ¿no le había dicho Jason que a ella le gustaba hablar? Aunque él había esperado que la conversación fuera de alguna forma un poco más sensual.

Sophia dejó el cigarrillo en el cenicero que había en la mesilla de noche y luego cogió el vaso. Hundiendo los cubitos de hielo con un largo dedo, se quedó mirando a Zach fijamente, dejando que sus ojos fueran desde su camisa medio desabotonada hasta su pelo revuelto por el viento.

– ¿Jason quiere que tú ocupes hoy su lugar?

– Ese parece ser el plan.

Ella tomó un trago de su bebida y se secó con la punta de la lengua los labios húmedos.

– ¿Eres virgen, Zachary?

Aquella pregunta lo golpeó como una bofetada en plena cara.

– Por supuesto que no.

– Hum… entonces, ¿habrás estado con montones de mujeres? -añadió ella, sorbiendo su bebida a la vez que trataba de disimular una sonrisa.

– Unas cuantas -contestó él, dándose cuenta de que los dos sabían que estaba mintiendo. «Demonios, ¿cómo se te ocurre decirle eso a una prostituta cuando te pregunta cosas así?»

– ¿Te han hecho alguna vez una mamada?

La cabeza empezó a darle vueltas. ¿Estaba hablando en serio o solo intentaba tomarle el pelo? Él la miró fijamente a los negros ojos y supuso que se estaba riendo de él. Pero sintió que se le hacía un nudo en los intestinos cuando ella depositó el vaso en la mesilla, dejando que la bata se le abriera y mostrara sus pechos. No podía apartar la vista, aunque quisiera.