Estaba empezando a ponérsele dura, pero no hizo nada por tratar de ocultar su erección. La bata se le deslizó por uno de los hombros y pudo ver una piel que parecía tersa y suave, y que se deslizaba suavemente bajo la tira de seda negra del sujetador.
– Bueno, tendremos que hacer algo al respecto, ¿no te parece? -preguntó ella mientras, recostada en la cama, sin sujetar ya con los dedos la bata rosa, dejaba visible su ombligo y la parte alta de las bragas de encaje negro.
Como vio que Zach no reaccionaba, se colocó más cerca de él, estirando primero las piernas, luego el resto del cuerpo y acabó por tumbarse completamente sobre la cama con sus redondas nalgas, aplastando el cobertor. Lo miraba con dos ardientes ojos que eran como negros espejos en los que se reflejaban los tormentos del alma de Zach. Cuando se puso de rodillas sobre la cama y se acercó a él, parecía haber pasado ya por alto todas las mentiras que le había dicho. Olía a perfume, tabaco y whisky.
– De modo que no me dices nada, ¿eh? De acuerdo, tú solo avísame si hago algo que no te gusta, ¿vale?
Ella se apretó contra él cálidamente, con la húmeda lengua rozando el contorno de su oreja y Zach dejó escapar un gemido. La hinchazón entre sus piernas empezaba a dolerle y, cuando la lengua de ella se introdujo en su oreja, se preguntó si sería una vergüenza para ambos que se corriera en los calzoncillos.
– ¿Venga, chico, a qué estás esperando? -le susurró ella con voz libidinosa.
No podía resistirse a aquella invitación.
La agarró y apretó los labios contra su boca con fuerza, manchándose en su ansiedad con lápiz de labios y tumbándola sobre la cama para poder sentirla bajo su cuerpo.
– Eso es, muchacho -gruñó ella, mientras él le arrancaba la bata y se quedaba mirando sus hermosos senos. Redondos, con oscuros pezones apuntando hacia arriba a través de la tela de encaje, invitándole a que los tomara con sus manos y su lengua, y Zachary la encontró tan dispuesta que no pudo resistirse.
Rozó uno de los pezones con el pulgar y ella se arqueó hasta que sus nalgas se separaron de la cama, con el desnudo abdomen apretándose contra la pernera de sus pantalones. Sus dedos encontraron los botones de la camisa de él y el muro de tela desapareció. Ella alzó la cabeza y mordisqueó juguetonamente los pocos pelos de su pecho, haciendo que él se dejara llevar por la maravilla de aquella caricia. Un tanto mareado por el champán, Zachary sintió que la habitación empezaba a dar vueltas cuando los dedos mágicos de ella acariciaron su piel desnuda, y su sedosa y caliente lengua empezó a deslizarse hacia abajo por su pecho.
En el momento en que ella acercó la cara a su ingle, él gimió y cerró los ojos, dejándose llevar por el éxtasis. Pero con el mismo entusiasmo con que había comenzado, ella se detuvo de repente y levantó la cabeza.
Zach se sintió molesto. Abrió los ojos y se dio cuenta de que ella estaba mirando fijamente hacia la puerta. Él buscó con la mano su bragueta.
¡Bam! La puerta se abrió de repente con un golpe seco contra la pared. Sophia dejó escapar un grito, se apartó de él y trató de salir de la cama.
– ¡No! -chilló, intentando apartarlo de su lado.
Zach miró hacia la puerta sin comprender todavía lo que estaba pasando. Se quedó paralizado durante unos segundos y Sophia, temblando, consiguió apartarse de él. Dos hombres, uno alto y moreno y otro más bajo, estaban parados en el umbral de la puerta; eran dos figuras oscuras y amenazadoras. -Fuera de aquí -ordenó Zach. Los dos tipos no se movieron. -He dicho que…
– ¡Cállate! -le cortó el más alto, dando un paso hacia delante.
El más bajo lanzó una mirada a Sophia y luego cerró la puerta de un golpe tras él.
Zachary salió de la cama y se puso inmediatamente en guardia. Se podía oler la pelea en el aire; se quedó de pie entre la cama y aquel hombre, dudando entre la estúpida idea caballeresca de proteger a la mujer y el impulso de salir corriendo de la habitación como si lo persiguiera el diablo. Se quedó quieto donde estaba, mirando fijamente al hombre más alto.
– Llama a seguridad -ordenó a Sophia. -¿Danvers? -preguntó el más bajo. -¿Sí? -dijo Zachary, notando que se le encogía el estómago.
¿Aquellos tipos sabían su nombre? ¿Cómo? ¡La puta! Seguro que se trataba de una encerrona.
Zach saltó hacia el lado de la cama para alcanzar el teléfono que había sobre la mesilla. Pero no fue lo bastante rápido. El tipo más alto le quitó el teléfono de las manos.
– ¡Qué demonios…!
Zach se dio la vuelta. Demasiado tarde. El más alto de los intrusos le había agarrado por el brazo y se lo retorcía por detrás de la espalda. Zach se revolvió y forcejeó. Sintió un dolor agudo en la parte alta del brazo. -¡Estate quieto, tonto de los cojones!
Zach le dio una patada en la espinilla.
El aire salió silbando entre los dientes de su atacante.
– ¡Maldito hijo de perra! ¡Te vas a enterar, sucio bastardo!
El tipo retorció con más fuerza el brazo de Zach.
Un dolor agudo le desgarró el hombro. Zach sintió un desgarrón y los músculos empezaron a arderle.
– ¡Échame una mano, Rudy! -ordenó el más alto de los dos tipos.
Por el rabillo del ojo, Zach se dio cuenta de que Sophia miraba hacia detrás de la cama. Su cara estaba pálida de miedo, mientras trataba de recoger el auricular que colgaba del teléfono.
– Ni lo intentes, amiga -dijo el más bajo de los dos, el que se llamaba Rudy, mientras arrancaba el cable de la pared.
– Por favor -gritó ella.
– ¡Cállate! -gruñó el matón.
Zach volvió a patear a su atacante.
– ¡Suéltame!
– Ni lo sueñes, Danvers. La has vuelto a cagar una vez más. -Y volvió a retorcerle el brazo.
El dolor recorrió todo el cuerpo de Zach y este soltó un grito.
– ¿No estarás pensando en matarlo, Joey? -gritó Rudy.
– Es posible. -Joey dio media vuelta a Zach y le golpeó la cara con su grueso puño. Zach sintió una sacudida por todos los huesos y un dolor agudo detrás de los ojos. Empezó a sangrar por la nariz y se le doblaron las rodillas.
Rudy se quedó mirando un momento la cara destrozada de Zach y luego se dirigió a su compañero:
– ¡Oh, mierda! Oye, tío, me parece que nos hemos equivocado de tipo. Este no tiene pinta de…
– ¡Estáis cometiendo un error! -gritó Sophia con voz temblorosa, mientras se cubría con las sábanas.
– A mí no me lo parece -contestó el más alto de los dos sin demasiada convicción-. ¡Acabemos con esto, Rudy! ¡Vamos a darle una última vuelta de tuerca! Asustado, Zach se revolvió intentando avanzar hacia la puerta. Por el rabillo del ojo pudo ver que Rudy se metía una mano en el bolsillo. Un destello de acero brilló bajo la luz de la lámpara. A Zach se le revolvieron las entrañas con una nueva sacudida de miedo. Oyó un clic y estuvo a punto de mojar los pantalones. ¡Una navaja automática!
– ¡Venga, márcalo! -dijo Joey, lanzando su aliento húmedo sobre el rostro de Zach.
– ¡No! -Zach intentó resistirse con más fuerza, desplazando todo su peso de un lado a otro para que su agresor perdiera el equilibrio.
– ¡Te he dicho que lo marques! -volvió a gritar Joey. La navaja de Rudy se movió en el aire. Sophia se puso a chillar.
Zach se estremeció al sentir la hoja abierta moviéndose al lado de su oreja. Un pánico que casi lo cegaba se apoderó de él.
– ¡Basta! -La sangre empezó a brotar de la herida mojándole los ojos y la cara.
– Este no es el tipo al que estábamos buscando -dijo Rudy mientras limpiaba la sangre de la navaja en sus pantalones-. He visto a muchos Danvers…
– No me importa. Y además, ha dicho que era él. -¡Mierda!
Cegado por la sangre, Zach volvió a dar puntapiés. -A quién le importa quién demonios es -añadió al fin Rudy.