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La navaja se sumergió en el hombro de Zach. El dolor le recorrió todo el brazo. Sintió ganas de vomitar y todo el cuerpo empezó a temblarle. «Me van a matar. Voy a morir como un cordero en el matadero», pensó Zach mientras intentaba zafarse de sus agresores, pero apenas podía moverse.

– El afirma ser Jason Danvers, de manera que acabemos de una vez con este asunto -dijo Joey.

«¿Jason? ¿Pensaban que era Jason?»

– Zachary -dijo Zach, escupiendo junto con las palabras sangre a través del hueco entre sus dientes. Trató de liberarse de su atacante y se le doblaron las rodillas-. Yo soy Zachary… Zachary Danvers.

– ¿No es Jason? -repitió Rudy-. ¡Lo sabía!

– ¡Mierda! -Joey soltó a Zach y extrajo la navaja de su hombro. La herida le quemaba como ácido. Zach cayó al suelo agarrándose la cara con las manos y sin poder moverse del charco de sangre que estaba empezando a formarse a su alrededor.

– Te había dicho que nos habíamos equivocado de tipo. Joder, tío, ¿por qué nunca me haces caso? -siseó Rudy. Miró hacia la cama, donde Sophia estaba encogida de miedo-. Tú, vístete y lárgate de aquí.

– Pero ¿y el muchacho? -susurró Sophia.

– Vivirá -gruñó Rudy, lanzando una sombría mirada a Zach, antes de volver de nuevo la mirada hacia la puta-. A menos que quieras tener que dar explicaciones acerca de lo que estabas haciendo aquí, con el hijo de Witt Danvers medio muerto, será mejor que muevas tu dulce culito y te largues.

«No te vayas», intentó decirle Zach, pero las palabras no se llegaron a formarse en su lengua. Desde el suelo vio tres pares de zapatos que se movían lentamente alejándose de éclass="underline" los de ella, pequeños y abiertos, y los otros dos, gruesas botas de trabajo. Oyó pasos amortiguados por la alfombra del pasillo. Trató de ponerse de pie, mientras la sangre seguía salpicando sobre el suelo.

– ¡Maldito bastardo! -Zach vio el zapato, sintió la patada en la ingle y se quedó hecho un ovillo. La bilis empezó a subirle por la garganta-. Quédate tranquilo, Danvers. No te vas a morir de esta.

Una nube negra empezó a cubrirle los ojos mientras hacía esfuerzos por mantenerse consciente. Vio cómo se abría la puerta de la habitación 307, cómo se cerraba poco después, y se dejó llevar por el cálido y oscuro vacío que empezaba a tragarlo.

A Katherine le dolían los pies, la cabeza le daba vueltas y los ojos le quemaban por el humo del tabaco. La fiesta había sido un éxito y Witt, si no hubiera sido por la ausencia de sorpresa, habría hecho un buen papel reaccionando asombrado ante la celebración tan cuidadosamente preparada por su mujer.

Sentada en una de las sillas que había al lado del escenario vacío, sin hacer caso de la suciedad del suelo, se sacó uno de los zapatos de tacón para frotarse la planta del pie.

Dentro de poco, el amanecer empezaría a despuntar por el cielo del este, y todavía quedaban unos cuantos invitados que hablaban y reían en pequeños grupos, rehusando dar por concluida la velada.

– Vamos arriba -sugirió Kat a su esposo, mientras volvía a colocarse de nuevo el zapato-. London debe de estar todavía despierta, esperándonos. -Se levantó y se estiró, sabiendo que después de tantas horas en pie, con el cabello despeinado y el maquillaje corrido, todavía era hermosa y sexy. Captó más de una mirada masculina que se dirigía a las curvas de su trasero. Witt, que había estado bebiendo champán durante horas, bostezó y le pasó un brazo por encima de los hombros. Era un hombre fornido y grandullón, y ella se tambaleó por la combinación de su peso y las muchas copas de champán que había ingerido.

Unas cuantas horas antes, mientras se preparaba para la fiesta, se había vestido de manera especial con la intención de seducir a su marido, sin importarle el trabajo que le pudiera costar, pero ahora estaba cansada, le dolían los pies, sentía la cabeza pesada y no tenía ganas de nada, salvo de echarse sobre el mullido lecho de su habitación y dormir por lo menos un millón de horas seguidas.

Ayudó a Witt a entrar en el ascensor. Durante varias horas, rodeada de invitados vestidos con sus mejores galas y luciendo sus joyas más valiosas, se había olvidado de todo, excepto de la celebración del sesenta aniversario de Witt Danvers.

La cabina del ascensor empezó a subir con un gruñido y se paró en la séptima planta.

– Vamos, ya es hora de descansar -dijo ella, llevándolo apoyado en sus hombros, mientras llegaban a la habitación con vistas al río.

Mientras abría la puerta de la habitación, encendía las luces y le ayudaba a meterse en la enorme cama que la camarera había preparado poco antes, no hizo demasiado caso a la vista panorámica. Witt se dejó caer sobre las sábanas de seda como si fuera un saco de patatas.

– Ven aquí -le dijo él en un susurro, intentando alcanzar a su mujer mientras esta corría las cortinas.

– ¿Me deseas? -le preguntó ella riendo.

– Siempre -afirmó él-. Te quiero, Katherine. Gracias por todo.

Las lágrimas asomaron a los ojos de Kat, mientras acababa de cerrar las cortinas. Se sintió conmovida por él.

– Yo también te quiero, cariño.

– Me gustaría poder… tú ya me entiendes…

– Calla. Eso no importa -dijo ella, y en ese momento realmente lo sentía así. El sexo era importante, pero hacía tiempo que había aprendido lo tacaña que era la gente con el amor. Acercándose a la cama, se soltó el pelo y le dio un beso en la mejilla-. Vuelvo en un minuto. Voy a ver si London ya está dormida.

– Voy contigo -añadió él, mientras la niebla de sus ojos se aclaraba un poco al pensar en su hija pequeña.

Kat suspiró. A pesar de lo mucho que adoraba a London, una pequeña parte de ella se sentía celosa por la atención que Witt le dedicaba a su hija más joven, la única hija de los dos. Mientras Witt se incorporaba en la cama, Kat abrió la puerta que daba a la habitación de la niña, dejando que un ligero rayo de luz entrara en el dormitorio que ocupaban esta y su niñera.

En un primer momento pensó que sus cansados ojos le estaban jugando una mala pasada, que había bebido demasiado champán y su mente ofuscada no podía ver con claridad, pero en cuanto entró en el pequeño dormitorio su corazón empezó a latir con rapidez, resonando en sus oídos. Pulsó el interruptor. De golpe la habitación se inundó de luz.

Las dos camas estaban vacías; ni siquiera estaban deshechas. Las sábanas estaban completamente lisas y sobre las almohadas descansaban dos pastillas de jabón de menta que nadie había tocado.

Katherine sintió que se le hacía un nudo en la garganta mientras su mente se quedaba paralizada por el miedo.

– ¿London? -dijo casi sin fuerzas.

Apoyándose en el marco de la puerta, miró hacia el armario abierto y se dio cuenta de que estaba vacío. Habían desaparecido las bolsas de viajes, los vestidos y los zapatos que poco antes habían estado allí. No había ni rastro de London y Ginny.

«Por Dios, que esto no sea más que un terrible error.» Avanzó por la habitación sintiéndose invadida por el frío de noviembre. «¡Manten la calma!» London había estado allí, tenía que estar en alguna parte. Pero algo no encajaba en todo aquello y sintió un miedo helado que le ascendía por la columna vertebral y le oprimía la cabeza.

– ¿Witt? -llamó ella, asombrándose de la calma que denotaba su voz. Después de todo, aquello no podía ser más que un error. La niñera habría llevado a London a otra habitación para asegurarse de que ella y Witt pudieran disponer de la intimidad que necesitaban-. ¡Witt!

– ¿Qué ocurre? -Witt se acercó hasta la puerta y apoyó un hombro en el marco-. ¿Qué ha pasado aquí? -preguntó con voz emocionada, dándose cuenta de que Kat estaba completamente desolada, como si le acabaran de arrancar el alma.

– ¡Llama a seguridad! Aquí ha pasado algo raro. London y Ginny han desaparecido. Puede que estén en otra habitación, pero será mejor que llames a los de seguridad y al gerente del hotel, por si acaso.