Su mente, siempre tan fría y calculadora, empezaba a desbocarse y a dar forma a las peores pesadillas, mientras intentaba mantener la calma y ser razonable. Aquello no podía ser más que una confusión. No había ninguna razón para perder los nervios. Al menos, no todavía. Entonces, ¿por qué le estaban temblando las rodillas? «Oh, Dios, por favor, no dejes que le pase nada malo a mi niña.»
Witt entró apresuradamente en la habitación, tirando la lámpara a su paso y lanzando exabruptos. De repente comprendió que su hija había desaparecido realmente, y empezó a abrir las cortinas y a quitar las sábanas, como si de esa manera pudiera encontrar a su querida niña o alguna pista de que había estado en aquella habitación.
– ¡No toques nada, por si viene la policía! -dijo Kat, abalanzándose sobre él-. Llama de una maldita vez a seguridad.
– No ha desaparecido -dijo de pronto Witt con una voz fría como el hielo-. No puede haber desaparecido. Está en el hotel. Seguro. Se habrán equivocado de habitación. -Luego abrió la puerta y se lanzó al pasillo-. ¡Jason, Zach, por Dios bendito, venid aquí inmediatamente! -Volviéndose hacia Kat, dijo:- La vamos a encontrar. Y a esa maldita niñera. Y cuando las encuentre, ¡te aseguro que voy a estrangular a esa Ginny Slade por el mal rato que nos ha hecho pasar!
Las palabras de Witt sonaban alteradas, pero su rostro estaba pálido y Katherine pudo sentir con horror la fría premonición de que jamás volvería a ver a su hija con vida. El miedo y el sentimiento de culpa la asaltaron. Amaba a London. Con todo su corazón. Pasaron por su mente todas las veces que había sentido celos por la atención que le prestaba su padre, y sintió que ahora estaba siendo castigada por ello. No era una persona creyente, pero… pidió a Dios que por favor la salvara. Corrió de nuevo hacia su habitación y con dedos temblorosos marcó el número de la recepción del hotel. Antes de que el recepcionista pudiera llegar a contestar, ella dijo:
– Soy Katherine Danvers. Mándeme a alguien de seguridad. Habitación 714. Y llame a la policía. ¡London ha desaparecido!
4
Witt se desabrochó los dos botones del cuello de la camisa y se quedó mirando a través de la ventana aquella ciudad que tanto amaba, la ciudad que él había colaborado a construir. Las luces de las calles, de los semáforos y del tráfico eran las mismas de cada amanecer de domingo, pero ahora la ciudad parecía contener algo siniestro y amenazador. Portland, su hogar, se había vuelto en su contra.
Vio su propio reflejo en el cristal de la ventana, espectral y borroso contra la luz del cielo del este. Su rostro estaba demacrado y macilento, los ojos apagados, los hombros caídos. Parecía tener noventa años en lugar de sesenta.
Quienquiera que había secuestrado a su niña pagaría por ello, pero un miedo oscuro hizo nido en su mente. ¿Qué pasaría si no la encontraba jamás?
No podía detenerse en pensamientos tan siniestros. Por supuesto que la iba a encontrar. Por el amor de Dios, se trataba de London Danvers. Aquello le dolía tanto como la propia pérdida: que alguien se hubiera atrevido a desafiarle, alguien que sabía cómo herirle de la manera más dolorosa.
Alcanzó el paquete de Virginia Slim de su mujer y encendió un cigarrillo, esperando que respirar aquel humo de nicotina le ayudaría. Pero no fue así.
Volviendo a su habitación, vio los rostros de los miembros de su familia, cansados y demacrados, con los ojos rodeados por las ojeras producto del miedo. Todos estaban allí, excepto London. Y Zach.
Un golpe sordo en la puerta lo sacó de su ensimismamiento.
– Danvers, ¡policía! ¿Qué demonios está pasando ahí?
Jason abrió la puerta e hizo pasar a Jack Logan, quien solo unas pocas horas antes había estado abajo, en la fiesta. Jack. Un policía honesto antes de conocer a Witt, quien estaba ahora atrapado en las manos de este. Junto con el sargento detective Logan entraron cuatro policías.
– Hemos recibido una llamada diciendo que London ha sido secuestrada -dijo Jack mirando al grupo. Hizo un recuento mental y se dio cuenta de que todos los Danvers estaban allí, excepto dos.
– Eso parece. -Witt apagó el maldito cigarrillo en un cenicero de vidrio y a continuación acompañó a los policías hasta la habitación de London.
– Jesús, María y José -murmuró Logan para sus adentros.
Fotografiaron la habitación, la registraron y la examinaron a fondo. A continuación, Logan volvió a la habitación de Witt, donde con la ayuda de otro oficial, el sargento Trent, empezaron el interrogatorio.
Preguntaron a cada uno de los miembros de la familia, unas veces a todos juntos y otras de uno en uno. Logan no creyó a ninguno de ellos.
Mientras los policías estaban aún buscando huellas, Logan pidió una lista de los invitados a la fiesta. Quería los nombres y números de teléfono de cada uno de los invitados y del personal de servicio, así como el de los miembros de la orquesta, los floristas y los camareros. ¿Quiénes fueron los transportistas de todo el material? ¿A qué agencia había encargado Katherine los preparativos? ¿Qué podían decirle del artífice de la escultura de hielo? ¿Había fotógrafos o periodistas en la fiesta?
¿Quién era Ginny Slade? ¿De dónde era? ¿Sabían si tenía familia? ¿Cuáles eran sus referencias?
¿Qué relación tenía con Zach?
– ¡No tenían ninguna relación! -dijo Katherine de manera enfática, perdiendo por un momento su frialdad habitual. Los ojos de Kat, rodeados de rímel corrido, miraron fijamente al sargento detective-: Zach no tiene nada que ver con…
– También ha desaparecido, ¿no es así? -la interrumpió Logan apretando los labios, pensativo-. ¿No le parece una extraña coincidencia?
– Por el amor de Dios, no es más que un muchacho de diecisiete años. ¿Cómo iba a ser capaz de hacer algo así? Posiblemente también él ha sido secuestrado -añadió Witt, y Logan le dedicó una rápida mirada que le decía en silencio que eso era una tontería.
– Ese muchacho no ha dejado de meterse en problemas desde los doce años, Witt. Le he tenido que cubrir las espaldas más veces de las que quisiera recordar.
– Pero nunca había hecho nada parecido -dijo Witt con calma, a pesar de que en su fuero interno sentía un retortijón de miedo pensando que quizá Logan tuviera razón. Zach tenía un historial del tamaño de Nevada y nunca se había llevado bien con nadie de la familia, incluida London, a pesar de que la encantadora niña lo adoraba-. Tú sabes bien a quién tienes que arrestar, Logan. Polidori está detrás de todo esto.
– Eso no lo puedes saber.
– ¡Por supuesto que lo sé! -gritó Witt con repentina decisión. La tensión empezaba a aumentar en la habitación y sintió que sus nervios comenzaban a tensarse como si fueran cables de electricidad.
Logan, mirando todavía a Witt como si este hubiera perdido el juicio, se pasó una mano por el cabello blanco como la nieve. Logan tenía el rostro lleno de profundas arrugas, agrietado por el viento incesante que soplaba en las gargantas del río Columbia, en cuya orilla el policía había estado trabajando durante más de diez años. Unas delgadas líneas rojas cruzaban la piel de su nariz, producto de una larga vida dedicada al whisky irlandés. Sin embargo, Logan había sido un hombre sensato que, por esa misma razón, había recibido muchos golpes de la vida. A Witt le había llevado años conseguir malear a aquel hombre, lograr que se saltara un poco las reglas o conseguir que aceptara algún soborno. Logan había luchado contra todo eso, pero cuando la presión había llegado a ser demasiado grande, y Logan había necesitado ayuda para su hija drogadicta, Risa, Witt le había dado la oportunidad de internarla en una clínica de manera discreta, para que ese asunto no pudiese llegar a las emisoras de televisión o a los periódicos locales.
Logan había sido un amigo de confianza desde aquel momento. Pero todavía era un tipo que decía lo que pensaba.