Sin embargo, cuando recuerdo mi espantosa iniciación en Ciboja, no puedo evitar preguntarme si los métodos del maestro Yehudi no eran demasiado duros. Cuando finalmente me elevé del suelo por primera vez, no fue por nada de lo que él me había enseñado. Lo hice yo solo en el frío suelo de la cocina, y se produjo después de un largo ataque de sollozos y desesperación, cuando mi alma empezaba a abandonar mi cuerpo y yo ya no era consciente de quién era. Tal vez la desesperación era lo único que realmente importaba. En ese caso, las pruebas físicas a las que me sometió no eran más que un engaño, una distracción para hacerme creer que estaba logrando algo, cuando en realidad no había logrado nada hasta que me encontré tumbado boca abajo en el suelo de la cocina. ¿Y si no había pasos en el proceso? ¿Y si todo ocurría en un momento, en un salto, en un fugaz instante de transformación? El maestro Yehudi había sido entrenado en la vieja escuela, y era un mago haciéndome creer en sus abracadabras y su pomposa palabrería. Pero ¿y si su sistema no era el único sistema? ¿Y si había un método más simple y más directo, un planteamiento que empezara desde dentro y dejara completamente de lado el cuerpo? ¿Qué pasaría entonces?
En el fondo, no creo que haga falta ningún talento especial para que una persona se eleve del suelo y permanezca suspendida en el aire. Todos lo llevamos dentro -hombres, mujeres y niños-, y con suficientes esfuerzo y concentración, todo ser humano es capaz de duplicar las hazañas que yo realicé cuando era Walt el Niño Prodigio. Tienes que aprender a dejar de ser tú mismo. Ahí es donde empieza, y todo lo demás viene de ahí. Debes dejarte evaporar. Dejar que tus músculos se relajen, respirar hasta que sientes que tu alma sale de ti, y luego cerrar los ojos. Así es como se hace. El vacío dentro de tu cuerpo se vuelve más ligero que el aire que te rodea. Poco a poco, empiezas a pesar menos que nada. Cierras los ojos; extiendes los brazos; te dejas evaporar. Y luego, poco a poco, te elevas del suelo.
Así.
Paul Auster
Paul Auster nació en 1947 en Nueva Jersey y estudió en la Universidad de Columbia. Tras un breve período como marino en un petrolero, vivió tres años en Francia, donde trabajó como traductor, «negro» literario y cuidador de una finca; desde 1974 reside en Nueva York. Es el autor de la llamada «Trilogía de Nueva York»(Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada), y publicado en Anagrama, El país de las últimas cosas, La invención de la soledad, El Palacio de la Luna y La música del azar, Leviatán, El cuaderno rojo y Mr. Vértigo.
El Palacio de la Luna, publicada en esta colección, le valió la consagración internacional. Así, en la revista Lire, fue elegido como el mejor libro editado en Francia en 1990, calificándose a su autor de «mitad Chandler, mitad Beckett». La crítica española la saludó también de forma entusiasta: «Una de las novelas más complejas, elegantes, refinadas e inteligentes de los últimos años» (Sergio Villa-San-Juan, La Vanguardia); «Tiene la magia exacta de los mitos que nos valen para vivir… Pertenece al club de las novelas que desearíamos no terminar de leer nunca» (Justo Navarro). Con La música del azar, Leviatán (premio Médicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia) y Mr. Vértigo Paul Auster ha confirmado su gran calidad de escritor.