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– Mierda, Katherine, ¿Dónde te habías metido?

– En el depósito de cadáveres, estoy preparándolo todo para que la desconocida descanse aquí esta noche. ¿Qué quieres?

– Que me des el teléfono de tu amiga. -Se volvió al oír que alguien llamaba a la puerta del acompañante. Era la universitaria-. Espera un momento, Katherine. -Bajó la ventanilla-. ¿Qué deseas?

Los labios carnosos de la chica temblaban.

– Hum… Estoy esperando a una persona y creo que podría ser usted.

De cerca, la chica era aún más agraciada; se buscaría problemas acercándose a los hombres de ese modo.

– Original manera de ligar. Lo siento, no me interesa. Prueba con alguien de tu misma edad.

– ¡Espere! -gritó la chica, pero él ya había subido la ventanilla.

– ¿Quién era? -preguntó Katherine con voz divertida.

A Vito no le hacía ninguna gracia.

– Una universitaria a quien le gustan maduritos. Tu amiga no ha llegado.

– Si ha dicho que estaría, tiene que estar, Vito. Sophie es muy seria.

– Te digo que… ¡Joder!

Era de nuevo la chica, esta vez por el lado del conductor.

– Escucha -espetó-, te he dicho que no me interesa, o sea que lárgate.

Empezó a cerrar la ventanilla, pero la chica plantó las manos en el borde del cristal y se aferró como si fueran garras, para impedir que lo subiera. Llevaba unos delgados guantes de punto con cada dedo de un color diferente, lo cual se daba de bofetadas con el estampado de camuflaje.

Vito estaba a punto de mostrarle la placa cuando la chica se quitó las gafas y lo miró exasperada, con sus ojos de un verde intenso.

– ¿Conoce a Katherine? -preguntó.

De repente, él se dio cuenta de que no se trataba de ninguna jovencita. Tenía por lo menos treinta años, tal vez más. Apretó los dientes.

– Katherine -dijo despacio-, ¿qué aspecto tiene tu amiga?

– El de la mujer que está junto a tu ventanilla -soltó Katherine entre risas-. Tiene el pelo largo y rubio, ronda los treinta años y le gusta mezclar estilos. Lo siento, Vito.

Él tuvo que tragarse su comentario de sabihondo.

– Esperaba a alguien de tu edad. Me habías dicho que hacía veinticinco años que la conocías.

– En realidad son veintiocho. Desde que iba al parvulario -soltó la mujer de repente, y le tendió la mano multicolor-. Soy Sophie Johannsen. Hola, Katherine -saludó dirigiéndose al teléfono-. Tendrías que habernos dado los números de móvil -añadió en un tono que de entrada sonaba jovial pero que en el fondo denotaba impaciencia.

Katherine suspiró.

– Lo siento, he de dejarte, Vito. Tengo invitados a cenar y de camino a casa debo pasar a ver cómo está la abuela de Sophie.

Vito cerró el móvil y posó la mirada en los verdes ojos entornados de la mujer. Se sentía como un completo idiota.

– Perdone, le ponía veinte años.

Los gruesos labios de ella esbozaron una sonrisa ladeada y a Vito le chocó darse cuenta de que también estaba equivocado con respecto a otra cosa. La chica no era solo agraciada, era una preciosidad. Vito sintió que sus dedos se morían de ganas de tocar aquellos labios. «Una mujer debe de hacer maravillas con unos labios así.» Apretó los dientes con fuerza, tan sorprendido como molesto por la viveza de las imágenes que acudían a su mente. «Haz el favor de controlarte, Chick. Contrólate ahora mismo.»

– Supongo que debo tomarlo como un cumplido. Hacía mucho tiempo que no me confundían con una universitaria. -Señaló el edificio con un dedo azul eléctrico-. El equipo que necesitamos está ahí dentro. Pesa demasiado para llevarlo en un solo viaje y no quería dejar una parte en la calle mientras iba a buscar el resto. Es muy caro. ¿Me echa una mano?

Vito contuvo sus pensamientos no sin dificultad y la siguió hasta el interior del edificio.

– Le agradezco su ayuda, doctora Johannsen -dijo mientras ella abría la puerta cerrada con llave.

– Es un placer. Katherine me ha ayudado tantas veces que he perdido la cuenta. Y, por favor, llámeme Sophie. Nadie me llama doctora Johannsen. Mis alumnos me llaman doctora J, pero supongo que lo hacen por analogía con el baloncesto, porque soy alta.

Pronunció la última frase acompañada de una sonrisa autocrítica y Vito se sintió incapaz de apartar los ojos de su cara. Sin rastro de maquillaje y pese a los pendientes hippies, la ropa militar y los guantes multicolor, su aspecto era natural, saludable. Un vehemente deseo azotó a Vito con tal fuerza que lo dejó casi sin respiración. Lo de antes había sido pura lujuria; en cambio, lo que sentía ahora era distinto. Trató de encontrar palabras para describirlo y tan solo una acudió a su mente: «Hogar». Al mirar su rostro se sentía como si hubiera regresado al hogar.

El rubor tiñó las mejillas de la chica y Vito se dio cuenta de que la estaba mirando fijamente. Ella aguantó la mirada tres segundos; luego se volvió de golpe y tiró con fuerza de la pesada puerta, que al abrirse la obligó a dar un paso atrás tambaleándose. Él la asió por los hombros para sostenerla, y al hacerlo la atrajo hacia sí. «Suéltala», se dijo, pero sus manos no le obedecían. En vez de eso, siguió sosteniéndola y, por un instante, ella pareció relajarse y descansar contra él.

De pronto, como si le hubieran clavado una aguja, se lanzó hacia delante para sujetar la puerta antes de que se cerrara, con lo cual rompió el contacto físico y puso fin a aquel momento.

Vito la había tenido entre sus manos tan solo unos segundos, pero le pareció estar tocando un cable de alta tensión. Decidió retroceder, física y también mentalmente. Se sentía afectado y no le hacía ninguna gracia. Respiró hondo. «Es solo el día que estás teniendo -se dijo-. Domínate, Chick; domínate antes de que hagas el ridículo.» Sin embargo, se quedó perplejo al oír las siguientes palabras que surgieron de su boca.

– Llámeme Vito.

Solía preferir que lo llamaran detective cuando se trataba de asuntos de trabajo; de ese modo las cosas quedaban convenientemente claras. Pero ya era demasiado tarde.

– Muy bien. -Las dos palabras brotaron con un suspiro, como si la chica hubiera estado conteniendo la respiración-. Esto es lo que tenemos que llevarnos.

Junto a la puerta había cuatro maletas. Vito cogió las dos más grandes. Sophie tomó las otras dos y cerró la puerta tras de sí.

– Tengo que devolver el equipo a la universidad esta noche -dijo en tono decidido-. Otro profesor lo ha solicitado para efectuar mañana un trabajo de campo.

Parecía que la chica había decidido obviar lo ocurrido y Vito optó por hacer lo mismo, pero su mirada iba por libre. No podía dejar de observar su rostro; trató de captar su perfil mientras se dirigían hacia la camioneta. A la chica seguían temblándole los labios a causa del frío y Vito se sintió culpable.

– ¿Por qué no me ha avisado antes? -preguntó.

– Me han advertido que fuera discreta -respondió ella, con la mirada fija hacia el frente-. No estaba segura de que usted fuera el policía de quien me había hablado Katherine, ni siquiera ha venido en coche patrulla. He pensado que, si no era la persona adecuada, no les gustaría que anduviera preguntando. Katherine no me ha explicado qué aspecto tenía y tampoco me ha dado ninguna contraseña. Por eso he decidido esperar.

Y congelarse, pensó él mientras recordaba la forma como se había ovillado bajo la chaqueta para entrar en calor. Depositó las dos maletas grandes en la zona de carga de la camioneta y las ató con las correas. Cuando se disponía a cargar las dos maletas más pequeñas, la chica sacudió la cabeza.

– Son delicadas. Dadas las circunstancias, prefiero viajar yo en la zona de carga y que coloque las maletas en mi asiento.

– Creo que dentro hay suficiente espacio para todo. -Vito colocó las maletas en el suelo, entre las dos filas de asientos. Luego abrió la puerta del acompañante-. Usted primero…

Sus pensamientos se desviaron cuando ella pasó por delante de él. Olía igual que las rosas que había depositado detrás de su asiento; su aroma era dulce y penetrante.