– ¿Hay huellas? -quiso saber Vito.
Jen soltó una risita burlona.
– ¿En la carta de dimisión? Cientos. Probablemente resultaría imposible aislarlas. Sin embargo en la carta del doctor hay muy pocas. ¿A manos de quién pudo ir a parar?
– De Pfeiffer y su recepcionista. Solicitaremos sus huellas y las eliminaremos de la carta.
– Me ocuparé de ello en cuanto lleguen a la comisaría -se ofreció Jen.
– ¿Le pediste a Sophie que echara un vistazo a la marca de la mejilla de Sanders? -preguntó Nick.
Vito puso mala cara. Se le había olvidado.
– No, anoche las cosas se complicaron demasiado tras oír la cinta. Se lo pediré hoy.
– ¿Has averiguado algo sobre el alumno que le preguntó lo de las marcas con hierro candente?
– ¿Qué alumno? -quiso saber Liz.
Vito frunció aún más el entrecejo.
– No, con todo el lío de lo de oRo no me ocupé de eso. Sophie me explicó que hace unos días uno de sus alumnos le pidió información sobre la práctica medieval de marcar la piel con un hierro candente, pero también me dijo que era un parapléjico que iba en silla de ruedas.
– Dame los datos del chico -dijo Liz-. Yo me encargaré de investigarlo. Tú ocúpate de Simon.
– Gracias, Liz. -Vito trató de ordenar sus ideas-. Las únicas personas que sabemos seguro que han visto a Simon, aparte de sus víctimas, son empleados de oRo, en especial Derek Harrington y Jager Van Zandt, y los dos han desaparecido.
– Y el doctor Pfeiffer -añadió Katherine-. Si el motivo de que Claire se cruzara en el camino de Simon es que los visitaba el mismo ortopedista, quiere decir que Pfeiffer también lo ha visto.
Vito esbozó una sonrisa sagaz.
– Tienes razón. Necesitamos una orden judicial para obtener el historial médico de Simon. ¿Con qué nombres puede estar registrado? No creo que firmara como Simon Vartanian.
– Frasier Lewis -dijo Nick, y empezó a contar con los dedos-. Bosch, Munch.
– Warhol, Goya, Gacy… -Jen se encogió de hombros-. Los de todos los autores de los cuadros que los Vartanian nos contaron que Simon tenía en las paredes de su habitación y debajo de la cama.
Nick anotó los nombres en su cuaderno.
– También tenemos que encontrar a la segunda chantajista. Si era la novia de Claire, debe de saber si ella conocía dónde vivía Simon. Puede que algún día lo siguiera al salir de la consulta.
– O sea que tenemos que conseguir la fotografía del periódico -concluyó Vito.
Llamaron a la puerta y Brent Yelton asomó la cabeza.
– ¿Puedo pasar?
Vito le indicó que entrara con un gesto de la mano.
– Pasa, por favor. ¿Qué has descubierto?
Brent se sentó y colocó su portátil sobre la mesa.
– He examinado a fondo el ordenador de Kay Crawford, la modelo a quien Simon no llegó a poner la mano encima. He encontrado el virus. Funciona como yo creía: es un troyano que se activa mediante la respuesta al e-mail. Esta mañana se ha borrado toda la información del ordenador desde el que yo respondí a Bosch, lo que quiere decir que tarda más o menos un día en actuar.
– ¿Te ha contestado al mensaje que le enviaste diciendo que aceptabas su oferta de trabajo? -preguntó Liz.
– No. Y tampoco ha vuelto a consultar el currículum de Kay en la página de tupuedessermodelo.com; parece que ha perdido el interés por la chica. Para ella es una suerte, pero para nosotros no.
– Por lo menos está viva -dijo Vito-. Es mucho más de lo que podemos decir de todos los otros.
– Hablando de los otros -empezó Brent-, tengo que enseñaros una cosa. Recibí una llamada del informático que trabaja con los detectives de Nueva York.
– Carlos y Charles -aclaró Nick.
– ¿Carlos y Charles? -exclamó Liz con una risita-. Suena casi tan gracioso como…
– Sí, sí, Nick y Chick -soltó Vito alzando los ojos en señal de exasperación-. Ya lo habíamos pensado. Bueno, ¿qué te dijo el informático?
– No es tanto lo que me dijo como lo que me entregó. -Brent le dio la vuelta al ordenador para que Vito y los demás pudieran ver la pantalla-. Son las intros que encontraron en un CD sobre el escritorio de Van Zandt.
Observaron las imágenes horrorizados.
– Es Brittany Bellamy -masculló Vito mientras veía cómo la chica que aparecía en la pantalla era arrastrada hasta una silla inquisitorial. Guardaron silencio y escucharon los gritos de la chica hasta que Brent alargó el brazo y cerró el archivo.
– Lo que sigue es mucho peor -dijo con la mandíbula tensa-. En el segundo CD aparece Warren Keyes. Lo estiran en un potro y luego…
– Lo destripan -adivinó Katherine, con semblante adusto.
Brent tragó saliva.
– Sí. Bill Melville sale en el tercer CD, pero las imágenes no son de una intro. Son del juego. El jugador es el inquisidor y lucha contra Bill, que es un caballero. Los movimientos son increíbles. La física de ese videojuego es de lo mejor que he visto nunca.
– ¿Crees que el experto que contrató Van Zandt, al que captó de una empresa de la competencia, colaboró con Simon en esto?
– No necesariamente. La gracia del funcionamiento de un videojuego consiste en los movimientos que tiene almacenados: las carreras, los saltos, los golpes… Todo está programado de antemano, forma parte de la estructura básica. Luego el diseñador decide las características físicas de los personajes, la altura, el peso, etcétera, y el propio programa toma los movimientos almacenados en su memoria y pone en acción a cada personaje del modo correcto. Un personaje esbelto se mueve con agilidad mientras que los movimientos de uno grueso son más pesados. Luego el diseñador crea el rostro de los personajes con otro programa y lo importa hasta el programa de acción. Es como si se creara un personaje en movimiento a partir del esqueleto. Una vez que el experto en física para videojuegos tuvo diseñado el programa de acción, Simon pudo trabajar por su cuenta, más aún con sus conocimientos de informática.
– Qué maravilla -musitó Jen, y al momento pestañeó, avergonzada-. Lo siento, me he dejado llevar por las explicaciones tecnológicas. Entoonces, ¿a Bill lo matan con un mangual?
– Sí y… sí. En la versión estándar lo golpean y cae de bruces. No tiene mucha gracia. Pero si se introduce esto… -Brent les mostró una hoja. Era una copia de un papel más pequeño en el que había anotados números-. Aparece una sorpresa, un regalito para el jugador. En esta versión, cuando a Bill Melville lo golpean con el mangual, le abren literalmente la cabeza.
– Que es tal como murió en realidad -masculló Katherine.
– Déjame ver ese papel -dijo Nick, y aguzó la vista-. Esto no lo ha escrito Van Zandt. Si lo comparamos con la nota que nos dejó, se observa que la caligrafía es distinta. -Miró a Vito-. Puede que nos encontremos ante una auténtica obra de Simon Vartanian.
Vito soltó una risita.
– Jen, pídele también al grafólogo que compare esto con las firmas. Lo uno son números y lo otro, letras, pero puede que descubra algo. Buen trabajo, Brent. ¿Qué más?
– La iglesia. Sabéis que en la grabación Simon menciona una iglesia. Después de la pelea en la que Bill Melville muere, aparece una intro. Se entra en una cripta donde hay dos efigies, la de una mujer rezando y la de un hombre con una espada.
– Warren y Brittany -observó Vito-. ¿Qué más?
– La cripta se encuentra junto a una iglesia. Y desde la iglesia se desciende a una mazmorra.
Vito se incorporó en la silla.
– ¿Se ve la iglesia?
Brent hizo una mueca.
– Sí y no. La iglesia que aparece es una abadía francesa, una muy famosa. Simon no la ha diseñado, pero la calidad de la reproducción es impresionante.
– ¿Y eso qué quiere decir? ¿Mata a sus víctimas en una iglesia o la mención que hace en la cinta es puramente simbólica? -preguntó Vito-. ¿Thomas?
– Yo creo que solo menciona la iglesia de forma simbólica -respondió Thomas-. La mayoría de las iglesias que hay por aquí cerca no se parecen en nada a esa, y no olvidéis que está obsesionado con el realismo. Además, un edificio así de grande se encontraría en una zona céntrica o por lo menos habitada. Si fuera así la gente oiría los gritos y él le dice a las víctimas que nadie puede oírlas. No obstante, por si me equivoco, podemos comprobar cómo son las iglesias que se encuentran dentro de las zonas señaladas en el mapa de la Secretaría de Agricultura.